Para nadie es un secreto que a Fidel Castro lo trastornaban los micrófonos, lo desencajaban, lo volvían loco, el tipo veía un “amplificador” y se despatarraba enseguida con su verborrea hilarante como si la vida se le fuera a acabar o lo sorprendiera un apagón de siete u ocho horas igualitos a la duración de sus discursos.
Como “gallito pico fino” y lengüilargo el difunto se le metió, sin permiso y a lo descara’o, en la casa a los cubanos. Con el habla que te habla y el grita que te grita, ofendiendo y agrediendo a quien no estuviera de acuerdo con él, se fue “colando” a la fuerza dentro del pueblo y cautivando a las masas que, en la inmensa mayoría, no entendían ni les importaba un carajo la mierda que vociferaba.
El cubano realmente pensaba en otra cosa, con la fuga del General Batista, la inmensa mayoría creyó que estábamos frente a un paso importante para restaurar en el país la democracia participativa, reivindicar la Constitución del 40 y a eso fue que apostaron.
Con las primeras concentraciones multitudinarias, los discursos que iban y venían, la maquinaria propagandística que daba sus primeros pasos, y el mismísimo Fidel Castro que no había quien lo “controlara” y le diera un buen tapabocas, la suerte de los cubanos quedó echada.
Los fidelistas idearon, moldearon y construyeron un fantasma “marinero”, de barras y estrellas, que portaba pistola y escopeta, que quería invadirnos a todas horas, e incautaron al pueblo con la creencia de que este enemigo superior, déspota y abusador, rubio y norteño, acechaba a Cuba con la intención de tragársela entera, por lo que: “Nuestro Comandante tiene la misión, la sagrada y celestial misión, de hablar donde sea y a la hora que sea, para protegernos a todos nosotros de esa fatídica obsesión imperialista. ¡Ah… y se te pica, ráscate!”
Y si, se tragaron al caimán, se almorzaron al cocodrilo, el “verde lagarto verde” fue engullido con lágrimas y todo. Cubita la bella se convirtió en el desayuno, el almuerzo, la cena y la merienda nocturna de un insaciable mastodonte que, a decir verdad, no era rubio, ni marine, ni norteño. De un sólo bocado nos desaparecieron en la densa y apestosa niebla estomacal del comunismo y nos defecaron vestidos de milicianos, cantando La Internacional, construyendo trincheras kilométricas y marchando de uno en uno, de dos en dos y de miles en miles al compás del fétido olor de unos chicharos desabridos, mal cocinados y una lata de carne rusa abierta con un cuchillo sin filo.
El comunismo necesita ser amplificado artificialmente y eso Fidel Castro lo sabía. Un sistema político como ese, que degenera la economía de un país, que lo vuelve improductivo hasta el punto del arroz sin leche, que transforma a las personas en zombis del cacareo y la doble moral, tiene que ser engrandecido aunque sea a base de disparates.
¡Que levante la mano el que se disparó un discurso de Fidel Castro completico sin cagarse en la madre que lo parió!
Mucha retórica y mucha paja mental en cada una de las “ideas” de este siniestro personaje. Nada de cuanto prometió a los cubanos fue capaz de cumplirlo, sólo multiplicó las desgracias y universalizó el desaliento, la desconfianza, el odio, la traición, la envidia, la intriga y la oscuridad entre los cubanos.
A mí, y me voy a permitir confesarlo públicamente, me traumatizan los micrófonos, me pongo muy nervioso cuando veo uno, dice mi amiga la cínica que es porque tengo miedo escénico y que eso algún día se me va a quitar, pero no, yo digo que no, cada vez que veo un artefacto de esos me da la sensación de que alguien “va a agarrar tribuna” y entonces empezará con la misma cantaleta de siempre, cuando lo importante aquí es producir alimentos porque los cubanos lo que tenemos es hambre… así de simple.
Me fascinó todo lo que has dicho muy bien muy buena fraceologia me encanta tu pasión tu sinceridad y si estoy muy de acuerdo contigo al decir que Cuba tiene hambre
MUY BUEN ARTICULO!