Yo soy un tipo que cree en la suerte y en la desgracia, al menos eso he podido comprobar a lo largo de mi vida. Y digo esto porque pienso que en la existencia de nosotros los seres humanos, sobre todo en la de nosotros los seres cubanos, hay una gran dosis, una alta dosis, de la una y de la otra.
Algunos amigos que tengo me dicen que nacer en Cuba, después del 1 de Enero de 1959, es una verdadera desgracia y que darían todo cuanto tienen con tal de cambiar ese determinismo geográfico que les ha marcado la vida, los ha destrozado en su educación, formación y desarrollo y los hace, por todo lo que pasa y por todo cuanto emana de esa isla maldita, morir de vergüenza a cada instante de su cubana realidad.
Por otra parte están los que aun se sienten orgullosos de sus raíces, de sus recuerdos de la “infancia” y de todas las cosas que dejaron “allá”. Son como el único sentido, según ellos, que tienen de una especie de pertenencia real que los ancla a esta vida y los conduce, donde quiera que van, llevando con orgullo un pedacito, de su Patria magnífica, guardado, a buen recaudo, en el lado “derecho” del corazón.
En lo que sí todos mis amigos coinciden es que Cuba, Patria, nación o cubanía, nada tienen que ver con esa perjudicial dictadura castro-comunista que ha asolado nuestra querida isla por más de sesenta y cinco larguísimos años de aberración revolucionaria y que ese criminal socialismo de alcantarillas nada tiene que ver con nuestra verdadera identidad nacional, con nuestros valores de toda la vida o con nuestra suerte de ser cubanos y sí mucho, muchísimo, con la desgracia que, por culpa de nosotros mismos, hemos tenido que soportar durante tantísimos años y la que nos mantiene en este eterno exilio que no se acaba nunca y que nos ha alejado, indefinidamente, de los buenos recuerdos que podríamos tener como hijos legítimos de esa isla hermosa, fértil, magnífica y sabrosona.
Parece poesía pero es una realidad tangible, fuerte y obcecada. Cada día que pasa y que paso como ser cubano me convenzo de que ser de allí, más que una nacionalidad, más que una estirpe, más que una raza y más que cualquier cosa, es una actitud ante la vida y, dependiendo del lugar en que su conciencia lo plante, una suerte o una desgracia pues, como siempre he defendido, la vida real, es decir, la nacionalidad, la ciudadanía, el patriotismo, los buenos recuerdos de mi infancia, las enseñanzas de mi madre o de mi padre, el color de mis ojos y hasta el amor mismo, empiezan en cada individuo, son la esencia de cada individuo, es decir, son el individuo mismo y cada cual las entiende, las materializa, las exterioriza o se las lleva consigo, según sus intereses, sus deseos, su apreciación o sus ganas de decir te quiero.
Lo otro es colectivismo socialista que de eso, los seres cubanos, vamos muy sobrados y estamos demasiado asqueados pues son más de seis décadas, de profundo “martirologio” socialista, creyéndonos la burda mentira de que todos somos iguales y por ende tenemos que pensar lo mismo, caminar parejitos, parejitos, repetir las mismas estupideces o sandeces revolucionarias, adorar al mismo líder en el poder o en el Olimpo de los zátrapas, comer lo mismo y hasta defecar lo mismo y siempre uniformados, marchando hacia un ideal, felices y contentos de tener un fidel en la montaña o en casa del carajo.
Pero la triste realidad, la que se vive, la que se siente, el socialismo está presente, es que nosotros los cubanos, la inmensa mayoría de esta raza otrora mambisa, rebelde y hospitalaria, caímos en un pozo sin fondo el mismísimo 1 de Enero de 1959, nos sumergimos tanto, pero tanto, en la mierda de esa revolución castro-comunista y en los despojos de ese burdo sucialismo, sí, así mismo, sucialismo de alcantarillas, que hemos terminado por convertirnos en otra cosa, en otra nacionalidad, en otro país y en otra patria pues hemos disminuido a Cuba, ha nuestra amada isla grande de Las Antillas, hasta el mayor basurero y hasta la más pestilente letrina, que ojos humanos han visto.
Y bueno, por extensión, como consecuencia, como resultado de haber apoyado y defendido a tan nefasto régimen, ya no nos queda corazón, ya no nos queda estómago y ya no nos queda cerebro, es decir, nuestras tripas se hicieron falsa ideología y una terrible dictadura del proletariado…
Ricardo Santiago.