Ah, bueno, tremenda preguntica, y más a nosotros que, por desgracia, por herencia y por adoctrinamiento, nos creemos el ombligo del mundo, quienes tenemos siempre la razón, los más inteligentes de esta palangana sideral, los más guapos, los más sabrosos y quienes se la saben todas aunque, de lo que se esté hablando, no sepamos ni una mierda.
Así somos los cubanos como pueblo y como nación, una “raza” de discutidores entusiastas, casi profesionales, que por hablar, por opinar y por polemizar, le llevamos la contraria al mismísimo Shakespeare si hablamos de mal de amores, al mismísimo Cervantes si el tema es sobre la locura lúcida, a la Gallega sobre cómo preparar los mejores durofríos de “fresa” con rojo aseptil y al más patriota si de lograr liberar a Cuba, de esa maldita revolución del picadillo, se trata.
Porque el cubano opina de to’ y siempre quiere imponer su criterio. Un cubano que se respete, formado, instruido o “ilustrado”, en las escuelas del castro-comunismo, nunca aceptará con respeto la idea ajena, oirá con calma criterios que no se ajusten a los suyos o, sencillamente, escuchará sin interrumpir a su interlocutor, sin soltar una palabrota, sin ofender, sin “demandar” o sin irle pa’rriba al fresco ese porque, el muy hijo de puta, dice que yo estoy equivocado.
Pues bien, yo, desde hace la mar de tiempo, vengo diciendo que no, que muchos en el mundo, muchísimos, no nos toman en serio, nos subvaloran, nos desprecian y, lo que es peor, lo que es mucho peor, nos miran con lástima y como un pueblo de cobardes, de mediocres, de aguantones, de vagos, de sinvergüenzas y de descara’os.
Pero, como dice mi amiga la cínica, cada cual se forma el criterio que puede, y que quiere, según su percepción y la interpretación que le dé a lo que le entra por los ojos y le tiene que salir por la boca para no reventarse como un siquitraqui.
Gracias a Dios existen, y existieron, seres cubanos que nos han representado con dignidad, con valor, con decoro, con patriotismo y con civismo. En nuestra historia nacional tenemos miles de ejemplos y, para no adentrarnos mucho en la memoria, ahora mismitico tenemos a cientos de compatriotas que, con solo la ilusión de ver la Patria libre, se enfrentan, a pecho descubierto, a una bestia despiadada armada con todo tipo de instrumentos de matar, de hacer daño, de causar dolor y de mutilar, física o espiritualmente, a personas o a familias enteras.
Mi respeto y admiración para esos seres cubanos.
Pero otros no, es decir, muchos de nosotros, la inmensa mayoría de ese culebrón llamado pueblo de Cuba, aun formamos parte de la gran cadena de desprestigios con la que hemos deshonrado el sacrificio de quienes ofrendaron su vida, su muerte y su libertad, para que nuestra isla querida sea un país libre y soberano.
La famosa gran humanidad que estúpidamente dijo basta, se lo dijo a la gallardía, al decoro, a la hombría, al respeto y a la verdadera pasión que debe sentir un ser humano, y cubano, por vivir en un país decente, limpio y oloroso a mujer recién bañada.
Hoy muchos cubanos, con su actitud servil hacia el régimen castrista, con el gusto que tienen por oler a cualquier precio el tibor de ese socialismo de tempestades y por la asquerosa costumbre que han adquirido, durante estos más de sesenta y dos larguísimos años, de convivir con tamaño muerto oscuro, de lamerle, de lustrar con la lengua y de dejarse pisotear por las botas de sus verdugos, de sus esclavistas revolucionarios y de sus amos socialistas, han devenido en la antítesis de la seriedad, del respeto y de la admiración, pues nadie concibe, o entiende, que a un pueblo, a un grupo de seres humanos, y cubanos, les guste tanto mal vivir entre los escombros, entre la pudrición y entre la mierda, de una sociedad totalmente destruida, ruinosa, enferma, y víctima de una hambruna desvergonzada, ridícula y escalofriante.
Pero estamos los otros, nosotros, quienes creemos ser libres del monstruo socialista, quienes pensamos que nos quitamos de encima el polvo y la paja que produce el comunismo, quienes, también, ponemos nuestra montaña de arena a la gran vergüenza nacional que provocamos los cubanos cuando alimentamos esa despiadada y absurda “guerrita interna”, esos nefastos jalones de pelos y ese tremendo torbellino de improperios, de faltas de respeto y de estupideces, mal justificados con la “democracia y con la libre expresión, para agredirnos los unos a los otros sin reparar, por inocencia o por mariconá social-demócrata, que quien único sale perdiendo es el pueblo de Cuba pues el mundo nos mira con incredulidad, con extrañeza y con asco.
Ricardo Santiago.