Una verdad incuestionable: Hablar de Cuba, bien o mal, “engorda”…

Tres cerditos, mejor dicho, muchos cerditos, cientos de lechoncitos, miles de marranitos, fueron a “cenar” y descubrieron que hablar de política, simular que son enemigos jurados del guajiro que los alimentaba, hacerse pasar por independentistas y por sancocheros, fingir que les importa el resto de los animales de la granja, rebelión en la granja, aparentar que son libres y gritarle al mundo que con ellos hay que joderse, les dan más sobras de alimentos, les repletan los tambuchos de la jama y les ponen más comida pa’ comer y pa’ llevar.

Perdonen el símil y les aclaro que cualquier semejanza, con algún personaje del panteón de sus amores, es pura coincidencia, es fantasía de la buena y es, como se dice en buen cubano, a quien le sirva el sayo que se lo encasquete, que se lo empuje y que se lo meta por donde mejor le quepa.

Yo, en esta vida, lo he visto casi todo, quiero empezar por ahí, pero, muchas veces, cuando veo a quienes se auto-titulan luchadores, guerreros o neo-mambises aspirantes al machete de Maceo, me quedo mudo, me pongo medio trastornado y me asalta la duda, la reverendísima incertidumbre, por saber en qué momento, cuándo fue el puñetero instante, en que profesar una causa tan noble, tan decente, tan altruista y tan humilde, como lo es luchar por la libertad de tu país, se convirtió en un negocio, en una mercadería tan lucrativa y en una fuente de ingreso tan sustanciosa, para que por el solo hecho de decir que somos anti algo, enemigos de o combatientes San Juaneros, se nos llenen los bolsillos, se nos desborde el monedero y se nos ponga la cara de concreto.

Por suerte no son muchos los países del mundo que necesitan ser libres porque, si eso fuera así, no alcanzaría todo el dinero de los bancos sacramentales para pagar, para satisfacer la gula monetaria de tantos, pero de tantos opositores, activistas y oportunistas, que por delante son una cosa y por detrás, donde las dan las toman, para que al pan le metan una croqueta dentro sin ellos tener que trabajar.

Por eso digo que lo de Cuba, lo de sus combatientes de un ratico pa’rriba esto y otro poquito pa’ bajo aquello, por cierto, abajo la dictadura, abajo díaz canel sin bastón y sin bombín, abajo la dictadura asesina de los malditos castro y arriba la chusmería, arriba el oportunismo y arriba yo, no tiene nombre, pasa de castaño prieto y se pierde en la guardarraya de mis amores pues hay, existen, pululan hasta en los rincones de pensar, más cubanos viviendo del bobo, es decir, más “patriotas” picando la bolita de la libertad, de una libertad que nunca llega, ni por casualidad, que hombres y mujeres de carne y hueso poniéndole el pellejo a las balas de la miseria, a los tiros del hambre y a las cuchilladas de la represión.

No, amigos míos, cerebros hermosos que leen estas humildes letras que salen de mis entrañas sin peinar, nunca se había visto, en toda la historia de Cuba, de Cubita la sin “historias”, a tantos sinvergüenzas enriqueciéndose con el dolor de todo un pueblo, alimentándose con el sufrimiento de una nación entera y despotricando contra unos y contra todos por tal de rebosar sus arcas, de darle riendas sueltas a sus bajas pasiones y a su descaro, con todo aquello que les permita acceder a una bandeja repleta de buena carne, a una mesa muy bien servida para “desayunar” o a un escaparate, qué digo escaparate, a un closet, sal del closet descara’o, con las mejores marcas de ropa.

Y todo para restregarlo, como si nada, en nuestras caras, en nuestras jetas estupefactas de pobres de la tierra y decirnos que nos jodamos, que suframos porque ellos son unos cabroncitos de la cultura y nosotros unos perros comemierdas que no supimos descubrir, que no vimos con claridad, por dónde le entra el agua al coco y el billete, el verde que te quiero verde, a mis cuentas en el banco mundial.

Por eso muy pocas personas decentes creen en nosotros, muy poca gente de bien nos mira con respeto porque somos demasiado crédulos y apoyamos como corderitos desenfrenados a esos que se aprovechan de nuestra ignorancia, de nuestra necesidad de adorar a los «pastores» y de nuestra incapacidad para entender que no se lucra, que es un sacrilegio de marca mayor, malversar algo tan puro como es la necesidad, la urgencia imprescindible, de quitarnos esa venda de los ojos y sacarnos del culo cualquier tipo de banderita de papel.

Ricardo Santiago.

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