Yo digo, y quiero empezar por esto, que lo más grande por lo que está luchando el pueblo venezolano, por lo que va a triunfar en esa lucha desigual contra un enemigo hambriento, cobarde y sádico, es por rescatar el amor, por reinstaurar en ese heroico país el más puro amor de padres, el más puro amor de hijos, el amor al amor, el más puro amor a la Patria, el más puro amor de hermanos, el más puro amor de los amigos y el más puro y cierto amor a Cristo.
Por eso no me cabe la menor duda de que el valiente y cansado pueblo venezolano saldrá victorioso en esta tortuosa contienda y que con este triunfo ganaremos, con la gloria de los vencedores, con el ejemplo de los valientes, también nosotros, los desprotegidos de la tierra, los que sufrimos y padecemos amargas, larguísimas dictaduras y porque ya es tiempo de matar al despotismo y de eliminar los totalitarismos, para que renazcan, en esta gran tierra latinoamericana, la paz, la razón, la verdad, la justicia y el verdadero progreso.
El triunfo electoral de la oposición venezolana, evidente, clarísimo y más que demostrado, y no solo en las urnas o en las intenciones de votos, más que todo en el intenso y mayúsculo clamor y apoyo popular, demuestra que esta vez, como consecuencia del enorme descontento por la nefasta gestión económica, política y social de una cruel autocracia, anclada en el poder por más de veinte larguísimos años, los venezolanos, incluyendo a muchos que habían apoyado al chavismo con anterioridad, decidieron por el cambio que tanta falta, que le urge a su país, dando al traste con las intenciones de perpetuidad de un régimen maligno, criminal y despótico, que ha arruinado a uno de los países más ricos del mundo y ha obligado a una nación a vivir por debajo de los índices de la indigencia.
La victoria de la oposición se sabía, era demasiado visible, algunos albergaron la esperanza de que el régimen chavista-madurista, ante la abrumadora avalancha de manifestaciones en su contra, diera un paso al lado y reconociera la derrota, era lo ético, pero muchos, entre los que me incluyo, entendíamos que unos criminales, que unos delincuentes y que unos corruptos, secuestradores de todas las instituciones públicas de un Estado, nunca aceptarían entregar el mando y por todas las vías, con todo el poder en sus manos, acudirían al fraude electoral, a la fuerza, a la represión o a un golpe de estado, por tal de no perder y ser entregados a la justicia de un pueblo cansado, hambriento y hábido de cerrar largas listas de injusticias, de atropellos y de abusos.
Porque, según mi criterio, la negativa fundamental de estos delincuentes para no reconocer la derrota, es precisamente eso, se saben violadores de todos los derechos del pueblo venezolano, saben que han cometido, a lo largo de mucho tiempo, las peores atrocidades y los peores adulterios a la moral, a la dignidad y a la pureza venezolanas y se conocen condenados a una muerte segura, a un presidio infecundo y a un ostracismo legendario en el tiempo y en el espacio.
Nicolás Maduro es un tipo bruto, brutísimo, es el ser más imbécil que yo he visto en toda mi vida, y mira que he visto y oído a muchos de estos ejemplares, pero lo de este energúmeno, lo de este pasmado, se pasa de castaño oscuro, es tan idiota que por proteger las intenciones y los intereses criminales de otros es capaz de pararse frente al mundo a defender el mayor fraude electoral de la historia y a lanzar amenazas contra quienes, de solo tenerlos en frente, se cagaría de miedo en los pantalones y les suplicaría perdón por el resto de su muerte. Nicolás Maduro está maldito y él es el único que no lo sabe, no lo entiende, de ahí su inmensa bobería.
María Corina Machado es la otra “punta” de este conflicto. María Corina Machado se le escapó, literalmente, al diablo dictatorial. María Corina Machado es hoy lo más cercano a Dios que tenemos los latinoamericanos, es la figura humana que trasciende todos los géneros de la especie y es, como dije al principio, el regreso del amor a la tierra venezolana y, por extensión, a cada uno de los que creemos en la libertad, en la soberanía y en la vida.
María Corina Machado es luz y es esperanza, me consta…
Ricardo Santiago.