Nosotros, los cubanos, específicamente los que vivimos fuera de Cuba, por las razones que sean, por los motivos más justificados, yo digo que, a veces, sobredimensionamos el concepto libertad pues, de tanto pedir o proclamar que somos “libres”, caemos en ciertos errores al no darnos cuenta que, aun portando otras ciudadanías, continuamos atados a esos terribles males castro-comunistas de la intolerancia, de la envidia, de la represión espiritual y física hacia otros, de los mítines de repudio contra el vecino, del sectarismo “amiguista” y de la falta de respeto a quien no comulga con nuestras ideas.
Ahora todos queremos ser libertarios sin saber o conocer la tremenda dimensión que tiene este estado del cuerpo y del alma.
Los seres cubanos, y es mi criterio, venimos de un mundo diferente, de otra realidad, de una especie de virtualismo militante que sobrepasó los límites de la lógica humana, es decir, a nosotros nos trajo de Moscú un ave de mal agüero, no una cigüeña de París, que se posicionó en nuestras neuronas de pensar con tal ensañamiento, pero con tal ferocidad, que a la vuelta de sesenta y cinco larguísimos años, de estar obligados a respirar el adoctrinamiento más empedernido, más diabólico y más destructivo de la historia, aun nos debatimos entre si el bien es malo o el mal es bueno, como si no hubiéramos tenido suficientes muestras, a lo largo de esta mala vida que nos ha tocado vivir, de que el sistema socialista, las ideas comunistas, el perro del hortelano y la indigencia de la dictadura del proletariado, no fueran suficientes ejemplos para entender, asimilar y aceptar, que Cuba necesita un cambio radical en sus conceptos, una vuelta total a la plena propiedad privada, una separación radical entre los poderes del Estado y el reconocimiento de que la libertad de los seres humanos, y cubanos, es un derecho y no un premio otorgado por la “clase dominante”.
Pero, como buenos cubanos al fin, y esta es una condición muy triste y muy bochornosa, preferimos que nos quemen el hocico una y otra vez, consentimos que nos den las mismas patadas por el culo contándonos los mismos cuentos, aceptamos como Mesías a los mismos oportunistas depredadores de toda la vida, nos dejamos arrastrar por el maléfico trillo de la desgracia o las nauseabundas guardarrayas de la locura y creemos que ser libres es escapar de esa maldita revolución de los apagones u oponernos abiertamente a esa desgracia de dictadura comunista que, como siempre digo, nos ha destrozado la vida y nos ha convertido en ciudadanos de categoría indefinida.
Aun así no nos culpo, no existe nada más difícil, en esta existencia terrícola y casi marciana que tenemos, que cambiar los códigos que nos impusieron desde que éramos chiquiticos y de mamey, actitudes con las que hemos funcionado todo este tiempo y que nos ayudaron a mantenernos medio vivos, asimilar nuevas formas de conducta y abrir nuestras mentes a cambios radicales para bien nuestro y para el de quienes nos rodean pues, por desgracia, nos atamos más a lo malo conocido antes que arriesgarnos a probar lo bueno por conocer.
Y este, en esencia, ha sido el gran dilema de los seres cubanos nacidos en revolución de apagones, de racionamientos, de crisis eternas y de humillaciones unas detrás de las otras, un profundo miedo al cambio, pánico terror a lo desconocido pues nos inculcaron que vivir subsidiados, aceptando falsas gratuidades y muriendo bajo el paternalismo de un Estado corrupto, déspota y criminal, es mejor que vivir soltando las alas, aprendiendo a volar y experimentando qué se siente cuando somos capaces de pensar, de razonar y de decidir, por nuestra propia cabeza, para bien o para mal.
Por Eso Me Fui de Cuba, por eso creo que nosotros los cubanos, antes de decir que somos libres o queremos libertad, tenemos que entender qué significa ese estado del cuerpo y del alma, cómo podemos alcanzarlo sin maquillajes telenovelescos y cuándo podemos gritar, con total conciencia, que nos hemos arrancado las cadenas y nos hemos sacado la banderita del 26 de Julio de entre las nalgas.
Y es que la libertad de los hombres, como especie, digo, va mucho más allá de liberarnos de una maldita dictadura por cualquiera de las vías y va más allá de creer que porque vivamos en otras “democracias” somos libres. La libertad empieza cuando los individuos toman el control de sus vidas y, respetando el orden constitucional establecido, funcionan según sus deseos, sus criterios y sus necesidades, así de complicado…
Ricardo Santiago.