Hasta hace muy pocos años, antes de la maravillosa invención de la Internet y las redes sociales, al castro-comunismo le fue muy fácil ocultar los terribles estragos causados por esa inhumana ideología en un país al que convirtieron, de la noche a la mañana, en un inmenso y hediondo retrete donde sucumbieron los más nobles sentimientos, las más genuinas aspiraciones y las esperanzas de vida de toda una nación y de todo un pueblo.
Porque, lo quieran o no, la pudrición del castrismo nos alcanzó a todos los seres cubanos por igual, incluso a los que hoy, aun con vendas en los ojos, la lengua “aceitada” pa’ la algarabía bullanguera y una bota rusa metida en el culo, defienden sin lógica, sin argumentos y sin vergüenza, la peor pesadilla que hemos “soñado” los seres cubanos en toda nuestra historia nacional.
Sí, porque ver a Cuba convertida en un país ruinoso, desbaratado, podrido y descuajeringado, no es un fenómeno reciente, no es una realidad objetiva de los últimos veinte años, no, es un proceso involutivo, imprudente, maquiavélico y calculado, que tiene más de seis décadas de duración y donde casi todos nosotros, y digo casi para no ser absoluto y herir susceptibilidades, tenemos un gran por ciento de culpa, o hemos puesto nuestro granito de “arena”, en tamaña barbarie apocalíptica.
El tema es que en la Cuba socialista, “patria de fidel”, del socialismo y/o de la muerte, en realidad más de la muerte que otra “cosa”, todo lo que se derrumba ahí se queda, es como si la puñetera ley de la gravedad estuviera confabulada con la dictadura castro-comunista para pegar contra el suelo los escombros, la basura, los desechos tóxicos, los cabitos de cigarros y los desperdicios humanos, resultado de la nacionalista indisciplina social de la que todos los cubanos, en Cuba, y un poquito más pa’llá también, portamos como un gen maldito.
De esa transformación de país próspero y grande que un día fuimos a aldea salvaje, atrasada e invivible que ahora somos, donde lo mismo mueren las personas aplastadas por el derrumbe de un edificio que por puñaladas en una bronca para comprar huevos, pudiéramos estar hablando la mar de tiempo pero las palabras, por lo menos a mí, se me atragantan porque resulta inconcebible que tal salvajismo ético y moral calara tan profundamente en una sociedad que se ubicaba, antes de 1959, entre las cinco más cívicas del continente americano.
Porque lo cierto es que la mayor destrucción que se puede apreciar en Cuba, en Cubita la hermosa, “es invisible a los ojos” y tiene que ver básicamente con la transformación del alma, del espíritu, de los valores, de la honorabilidad y de la vergüenza de los seres cubanos al convertirnos, metamorfosearnos, mutarnos o desenmascararnos, en hombres y mujeres primitivos armados de la palabra agresiva para ofender, del palo para lastimar, de la piedra para romper cabezas y del cuchillo para matar y lograr así subsistir en esta perra vida que no es vida, es, definitivamente, una agotadora carrera de supervivencia.
Yo quiero ser optimista, quiero creer que los seres cubanos aun estamos a tiempo de salvarnos, aun podemos reconocer cuánto hemos perdido entregándole nuestros derechos a ese socialismo, a ese régimen dictatorial que no ha hecho otra cosa, en más de sesenta y tres larguísimos años, que esclavizarnos la mente, el cuerpo entero, pudrir nuestras conciencias y machacarnos hasta el infinito con el cuento de una revolución, un fidel, un General de la pamela, un títere graciosillo y barrigón, tres o cuatro humildes construyendo el porvenir, un futuro que va a ser mejor y un montón de “venceremos” acumulados en la esquina de mi casa que han formado un monumental y pestilente basurero.
Por eso digo que tenemos que reaccionar de una vez por todas, estremecernos, sentir vergüenza de nosotros mismos, impulsarnos a to’ meter porque esa Cuba que quieren mantener los castro-comunistas no es la nuestra, ese pueblo del que tanto se jactan no somos nosotros, los cubanos nunca fuimos macheteros de ideologías, ni milicianos con hongos en los pies, ni constructores de mentiras, ni productores de inmundicias, ni fabricantes de absurdos y menos, muchísimo menos, fuimos un pueblo que aceptó vivir en la mierda para hacerle creer al imperialismo que “con Cuba no te metas”.
El peor enemigo que hoy tienen Cuba y los seres cubanos, hermanos míos, somos nosotros mismos. Cuba hoy hiede porque todos nosotros, perdón, casi todos nosotros, lo permitimos, así de simple.
Ricardo Santiago.