¡Cuba si, Yanquis no!… ¿Cómo era…?

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Los cubanos hemos pagado un alto precio por esta frasecita histórica, incluso la convertimos en emblema de la patria socialista y en bandera mucho más portentosa que la de la estrella solitaria.
Si de algo estoy seguro es que el pueblo cubano no la inventó, nosotros toda la vida fuimos respetuosos con los de afuera, recibimos a quienes venían y de donde vinieran con una sonrisa y los brazos bien abiertos, eso sí era verdadera solidaridad, la llevábamos en los genes como parte de nuestra nacionalidad y sin temor de que nos acusaran de flaquezas ideológicas.
Pero 1959 nos cambió de raíz, trastocamos el concepto de solidaridad por el de “ayuda a los pueblos hermanos” y con este perdimos nuestras buenas libritas de arroz, de café y otras que nunca se han podido ni se podrán contabilizar.
Lo de los americanos es distinto, lo de los americanos fue siempre la obsesión del líder, la tuvo constantemente en su mente y en su alma amasándola, fecundándola y fermentándola, nos hizo participes de su rabia personal y nos convenció de que si, de que eran nuestros enemigos y a quienes le teníamos que declarar la guerra a muerte, fueran militares, científicos, deportistas o turistas, sobre todo a estos últimos que vienen a restregarnos sus dólares y su borrachera.
Cuba si, Yanquis no, más que una simple frase significa el atraso y la destrucción de la nación cubana. Si Fidel Castro hubiera sido fiel a sus palabras, a sus largas peroratas y a sus bla, bla, bla desde la misma Sierra Maestra y en los primeros años de los 60s, y realmente hubiera estado preocupado por la prosperidad de Cuba, habría entregado el poder, convocado a elecciones libres y salvado la democracia y a la Constitución del 40, que es lo mismo que decir una Cuba prospera y sin tiranos.
Pero no, nos metió a todos y a todas en sus bolsillos y nos lanzo a una guerrita eterna, por décadas amanecimos fusil en mano, medio durmiendo en trincheras o en campamentos inmundos que “fortalecían la moral de los revolucionarios”, privados de compartir con nuestras familias y con los ojos bien abiertos esperando la llegada de aviones, barcos y la furrumalla yanqui, imperialista y abusadora que nos acecha: “si se tiran quedan”.
Nunca se tiraron y mucho menos quedaron, tuvimos que tragarnos las bravuconerías y tanto odio sembrado desde la oscuridad, tuvimos que digerir un tiempo enorme dedicado a los cañones en vez de haberlo empleado en producir, producir y recontra producir, porque a decir verdad lo que si nos llego un día del tenebroso Norte, de la negra y maligna geografía, fue un oscuro Presidente diciéndole un montón de verdades, en sus caras, a una perpleja y pálida cúpula desvergonzada.

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