Los cubanos necesitamos una “brujería gigante”.

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Los cubanos necesitamos una brujería gigante o algo parecido a “una carga para matar bribones”.
Los cubanos en realidad hemos tenido demasiada paciencia con estos degenerados y sus lameculos, con todos, nos hemos resignado tanto y les hemos permitido tantos abusos que hoy por hoy son los dueños absolutos de nuestra Patria.
Engaños y mentiras aparte, Fidel Castro fue muy hábil en cautivar a la gente más humilde de Cuba. Recuerdo que de pronto el país se inundaba con las imágenes del sátrapa subido a un tanque de guerra, en un cañaveral haciendo el paripé de que estaba cortando caña, en el puerto descargando un barco con “alimentos para el pueblo”, rodeado de personas aclamándolo en Cuba y en otros países, con la vaquita lechera, cuando el Maleconazo poniéndole el pecho al “enemigo” en medio de una multitud de segurosos y más recientemente dando instrucciones para que los cubanos no coman carne y coman moringa.
Por otra parte hizo públicas algunas medidas referentes a su persona que dejaron boquiabiertos a más de uno y levantó la suspicacia en otros tantos: Renunció a su salario de primer ministro, dictaminó que siempre vestiría el “glorioso uniforme verde olivo”, que llevaría la barba como “símbolo de los guerrilleros” (y mandó a afeitar a los demás), que no tendría una “casa fija” porque el enemigo quería matarlo y que por ley se debía por entero a los humildes y para los humildes.
También mantuvo en el más absoluto misterio todo lo referente a su vida privada, su familia, sus vacaciones, sus enfermedades, sus gustos, cuando iba a la bodega a hacer los mandados, de dónde sacaba dinero para mantener a sus hijos, sus fantasías y sus aberraciones.
Los medios de comunicación, todos a su servicio, se encargaron de gritar y alborotar con que el tipo era un bárbaro, que trabajaba hasta las no sé cuantas de la madrugada, que casi no dormía, que era el hombre más desinteresado de la tierra, que no tenia defectos, que regalaba casas y carros a quienes le obedecían ciegamente, que comía lo mismo que todos los cubanos, que los imperialistas le querían hacer más de seiscientos atentados y que de todos se iba a salvar y que renunciaba al cargo de Presidente pero que, sin elecciones populares, dejaba al hermano como su sustituto.
Todas estas barrabasadas y muchas más, que en realidad me asquean repetir, conformaron el mito de “invencibilidad” del tirano, lo elevaron de tal manera, lo dispararon tan alto que muchos cayeron en la trampa de creer que el tipo es realmente inmortal, que no le entran ni las brujerías.
Aunque dice mi amiga la cínica que: “si todos agarramos un papel con el nombre del mierda este y lo metemos en el congelador, todos al mismo tiempo, yo te aseguro que en tres días nos lo llevamos pa’l carajo, lo difícil es ponernos todos los cubanos de acuerdo…”.
Hace unos días alguien reprodujo en facebook una entrevista a un señor mayor, un cubano humilde de pueblo, al que se le está cayendo la casa, está viviendo en condiciones de extrema pobreza, en una situación realmente lastimosa pero que no se cansa de decir muy convencido: “soy revolucionario y lo soy por ser negro…” y no sé cuantas barbaridades mas.
Este es el mayor daño causado por este criminal a los cubanos, nos quitó la capacidad de pensar, de entender, de protestar y sobre todo de mandarlo pa’l carajo. El adoctrinamiento con las ideas del castrismo ha sido tan sistemático, calculado, sanguinario y tan cruel que la gente se muere, con el estómago vacío y bajo los escombros de su casa, abrazando la fotografía del apóstata y gritando viva Fidel. Es una cosa de locos.




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