El narcisismo, la babosería y la retórica en los discursos castristas.



Solo los cubanos sabemos la monstruosidad, el desorden, el dolor en medio del pecho, la angustia y el desconsuelo que significan un hombre hablando sandeces, muchas horas seguidas, “encadenado” a todos los medios de comunicación de un país. Una experiencia verdaderamente devastadora, insoportable, torturante y atrofiante.
Para empezar debo decir que nunca en mi vida escuché un discurso de Fidel Castro, no pude, ni siquiera en mi etapa de “hombre nuevo-nuevecito” porque desde que tuve uso de razón entendí que ese “orador” compulsivo, carretonero, bla, bla, bla la bobería, largo por gusto, chusmo y populista no le hablaba al pueblo de Cuba sino que lo hacía para sí mismo.
Fidel Castro es el ejemplo más representativo, en toda la historia de la humanidad, del clásico fulano grandilocuente, egocéntrico y narcisista que habla para oírse, que disfruta su propia verborrea y que lo hace sin que le importe el cansancio, el desprecio, el rechazo y el asco que provoca en quienes, por una razón u otra, tienen que “disparárselo” calientico y sin azúcar.
En la vida real los discursos del “gran líder” de los mosquitos, perdón, de los Mosqueteros de Birán, eran una verdadera tortura nacional, un tormento diarreico de estupideces cargados de un profundo sadismo, atentado a la inteligencia humana, mentiras, menosprecio a sus semejantes, abuso de poder e incongruencias blasfemas dirigidas contra el pueblo cubano para sembrar el odio contra un enemigo ficticio y provocar la adoración a un hombre que, sin leer ni este papelito, era capaz de hablar horas y horas aunque repitiera una y mil veces las mismas porquerías.
¿Cuántos cubanos cayeron redonditos contra el asfalto, abrazados por un sol de Julio, al estar tantas horas de pie aplaudiendo esos discursitos?
Sí, porque esa es la otra, de las ocho horas de bla, bla, bla de cualquiera de aquellas interminables y criminales peroratas tres eran de aplausos, de “apasionados” y amaestrados aplausos con los cuales el público “demostraba” su devoción y su aprobación a los “ideales” de la revolución y al marcha que te marcha hacia un “adelante” con más de “profundo abismo” que de progreso social y económico.
Desgraciadamente de eso nos dimos cuenta cuando el daño ya estaba hecho y nos hundíamos en el fango hasta el cuello, la boca, la nariz y el pelo: ¡Ah y sin shampoo, sin jabón y sin pasta de diente!
Un discurso de Fidel Castro no es “real” sin su respectiva carga de vítores y loas. Nunca entendí en qué momento el pueblo cubano comprendió que había que aplaudir esas sandeces cuando lo único que hacíamos era alimentar el ego de un “pico fino” mentiroso y coercitivo que no escatimaba en insultos contra quienes no estaban con él, en arengas populistas para promocionar la improductividad de toda una nación y en crear un espíritu nacionalista que a la corta, a la del medio y a la larga significó nuestra propia desgracia.
Dice mi amiga la cínica que las generaciones de ahora se están educando con Internet y la tecnología inteligente pero que a los cubanos de los 60s, los 70s y los 80s nos formaron a base de discursos, arengas y la sin razón de un castrismo que nos uniformó y nos encasquetó a la fuerza la pañoleta del socialismo.
Yo siempre he dicho que ese sicario de la verborrea estaba poseído por algún extraño poder emanado de las entrañas del infierno, que solo así se entiende cómo este “misionero” de la maldad fue capaz de, con solo palabras gritadas y espantadas a los cuatro vientos, “activar” el espíritu de un pueblo y convertir a hombres y mujeres emprendedores en milicianos, guerrilleros, combatientes internacionalistas y luchadores defendiendo “ideales” sin sentido que solo sirvieron para convertirlo en uno de los hombres más ricos del mundo.
Yo digo, es más, estoy seguro, convencido y apostaría mi vida a ello, que la fascinación de los pueblos latinoamericanos por la figura de Fidel Castro se debe a que nunca tuvieron que esperar a que ese hijo de puta terminara de hablar mierdas para ver el capítulo de la novela del horario estelar, de ser así el socialismo del Siglo XXI habría sido otra cosa.
Por eso hoy los cubanos somos el único pueblo de este continente capaz de avizorar el mal que se avecina cuando vemos a cualquier comemierda de la “izquierda” subirse a una tribuna y vociferar, despotricar y gritar contra todo aquel que lo contradiga, “defender” a los pobres sin cuchara y tenedor y acusar al “imperialismo” de todas sus desgracias aunque este se encuentre a miles de kilómetros de distancia.
Ricardo Santiago.



1 comentario en «El narcisismo, la babosería y la retórica en los discursos castristas.»

  1. Para enervar su egolatria necesitaba de esa palabrería discordante, populista y exagerada. La presunción encontró el mejor medio para lucir en este personaje reducido a cenizas.
    Más que una tortura y un atentado a la inteligencia, sus discursos fueron una muestra del sadismo en su demoniaco andar, imponiendo su perverso accionar al quehacer y a la vida de los demás.
    Hoy Cuba yace en el anonimato como pueblo, porque acostumbró a su gente a chivatear, agredir, robar, matar. Esa fue la escuela del Tropicola de Birán, sin olvidar el holocausto migratorio, las miserias que le regaló a la Humanidad, testigo hoy de este maligno hombre que mancha el devenir de nuestra Patria.
    La Historia tendrá que juzgar un día todos los daños que el Castro provocó a los cubanos; no ya con su verborrea expoliadora de sueños y virtudes, sino con sus asesinatos, engaños, fraudes, e infernal proyecto de convertir a la Isla en el prostíbulo de sus antojos.

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