Tenemos que desprestigiar a Raúl Castro y a su pandilla de chupameaos.




¡Qué va, de estos tipos tenemos que burlarnos, reírnos, deshonrarlos, mancillarlos, “pitibandearlos” y desbaratarlos!
Las carcajadas de los cubanos tienen que oírse bien altas en el mundo entero aunque el horror causado a la Patria por estos faranduleros del terror dé muchas ganas de llorar.
Debemos convertir esta actitud en un arma, un misil de improperios para lanzárselo al castrismo, a sus acólitos, a sus seguidores y tracatanes para desprestigiarlos, sacarlos de quicio y provocar que cuando estén ante personas decentes, en cualquier parte del mundo, estas sientan asco o les de risa mirarles a la cara porque recuerdan las cosas que hemos dicho sobre ellos.
A la llamada revolución de los Castro tenemos que oponernos también con la “revolución” del choteo, el relajo y el desprestigio.
Por ejemplo: Imaginemos a Raúl Castro en una de esas Cumbres de la muela y el bla, bla, bla (porque nunca resuelven nada en la concreta) disertando sobre la “virilidad” de los cubanos: “Porque somos la mezcla del negro cimarrón con el blanco cascarrabias y un toquecito de chinito manila, que soy yo…” Y al Presidente de… con uno sonrisita socarrona en los labios, y al Presidente de…: “Ya está este puerco con lo mismo de siempre, ¿es que no tiene otro tema de conversación el muy hijo de puta?…”.
Los cubanos tenemos que ejercer nuestro derecho al choteo y cagarnos en todos estos asesinos, no podemos tener contemplaciones ni miramientos ni remordimientos y “con la moral más alta que el Turquino” maldecirlos pues entre toda la barbarie castrista, en toda la “obra de la revolución castro-comunista” y hasta en cada uno de los discursos de Fidel Castro, hay una gran dosis de infame burla hacia el pueblo cubano.
Fidel Castro siempre se burló de todos nosotros, nos “cogió pa’ sus cosas” a lo descara’o e impunemente desde el mismo principio del año 59, nos prohibió, entre millones de derechos cívicos que eran muy nuestros, y so pena de muerte, hasta el derecho a pensar, a quejarnos y a protestar. Yo recuerdo que hasta los cuentos del genial Álvarez Guedes había que contarlos bajitico, bajitico pero bajitico cantidad.
Pero bien, ya que no podemos sentarlos en el banquillo de los acusados, juzgarlos y meterles por la cabeza la sentencia que se merecen, al menos tenemos que cogerlos para el bonche, sacarles lascas, que echen chispas, que patinen en seco, que rabien, que les de un infarto, darles cuero, mucho cuero y desprestigiarlos ante el mundo porque en definitiva no son más que una pandilla de bribones, ladronzuelos, vulgares estafadores, asesinos morcilleros y delincuentes vestidos de militares, con trajes y guayaberas de lenguilargos sinvergüenzas o “pulovitos de la shoping” de a tres por uno.
Los castristas usan calzoncillos sin elásticos, de ahí su odio visceral hacia la vida, la lógica y la razón.
Los castristas son al final una manada de acomplejados rufianes con el poder para asesinar y silenciar multitudes. Un rasgo tristemente interesante de estos tipejos es cómo sobrevaloran el “concepto hombría” cuando hacen pública la violencia que ejercen sobre mujeres que marchan en silencio, con una flor en la mano, y que los miran de frente sin el más mínimo temor en sus ojos. ¡Ahí sí son hombres a to’!
Los cubanos tenemos que defenestrar a Raúl Castro y a todos sus “novios”. Nos toca sólo a nosotros. Todos los métodos de lucha contra la dictadura del hermanastro muerto-vivo son válidos, nunca la violencia porque esos esbirros sienten tanto miedo, están tan acojona’os y tan apendeja’os que su reacción, igual que las ratas acorraladas, será masacrar y matar para intentar salvarse, desgraciadamente ellos tienen las armas y las herramientas de “destrucción masiva”.
Dice mi amiga la cínica que Raúl Castro sabe, porque en más de una ocasión el propio Fidel Castro se lo dijo, que el pueblo cubano conoce su secreto personal, es decir, que es pato…, a mi no me crean, pero lo que si siempre noté es que cuando el tipo sale a hablar en público pone la voz ronca, engolada, fingida, como tratando de aparentar algo que en realidad no es…
Continuará…
Ricardo Santiago.




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