La revolución chantajista: Te cambio dos méritos revolucionarios por una lavadora rusa.



Tener méritos “revolucionarios” en Cuba, muchos méritos, es como “poseer” una llavecita “mágica” a esa mierda de “paraíso socialista” que inventaron los Castro para tener a los cubanos en constante enfrentamiento, chivateando a las dos manos, con la doble moral más alta que el Turquino y soltando la gandinga en trabajos voluntarios, guardias por la Patria, donaciones de todo tipo y cacareando amor ilimitado al gran líder que ya no está pero que vive en el c…, quise decir corazón, de cada uno de los cubanos.
Quienes pasamos de los cincuenta entendemos mucho de esto porque sufrimos en carne propia lo que significa vivir en un país donde la “meritocracia” socialista es la única forma de “acceder” a las sucias migajas que ofrece esa puerca dictadura.
Los cubanos sabemos que vivir en Cuba, y no tener ningún tipo de virtudes revolucionarias, es un suicidio político, una negación del ser o no ser, un aspaviento chicótico-ideológico y una anulación de cualquier aspiración que se tenga para sobrevivir en un país donde para “respirar” es mejor tener un carnet del partido.
La tiranía que impera en Cuba, desde los mismos inicios de su golpe de estado el 1 de Enero de 1959, promovió los méritos y deméritos entre los cubanos para diferenciar a los “afectos” de los desafectos y marcar diferencias entre personas que, padeciendo el mismo calor y soportando los mismos mosquitos, tenían que competir entre ellas para “ganarse” el derecho a comprar un ventilador. Créalo o no así mismo era.
Los centros de trabajo en Cuba se convirtieron en verdaderos campos de batalla espirituales y de la otra. Los trabajadores luchaban entre sí para obtener el bono de la CTC y adquirir el televisor “que tanta falta me hace pa’ que el niño vea los muñequitos y a Nacho Verdecia”.
Una crueldad sin calificativos implantada para quienes transitaban por el trillo del socialismo y una tormenta intestinal que amenazaba constantemente las aspiraciones de todos por obtener lo indispensable para la vida: refrigeradores, lavadoras, planchas eléctricas, cocinas y el copón bendito.
Ninguno de estos equipos se podía adquirir en la red de tiendas minoristas según la necesidad o la capacidad de cada trabajador, todo teníamos que pugilatearlo en la emulación socialista, es decir: dentro de la emulación todo, fuera de la emulación nada… y rezar para que fulanito no tuviera más “virtudes” que tú y te dejaran entonces para la segunda vuelta después que te habías reventado el alma trabajando voluntario en la “construcción” de la bazofia aquella.
Los méritos socialistas iban desde llegar temprano, cumplir la jornada laboral, el plan de producción, tener muchas horas de trabajo voluntario, la guardia obrera y: “la combatividad comunista compañeros, necesitamos más delaciones entre ustedes porque veo flojita la lengua de la patria…”.
La chivatería, la traición, las denuncias anónimas, los arrastra’os profesionales, la envidia, el deshonor y las puñaladas traperas se hicieron presente entre compañeros que sudaban unos al lado del otro y que sólo querían ganarse un salario digno para sacar adelante a sus hijos.
El comunismo promueve las bajas pasiones entre los seres humanos sin que le importe la presencia de niños. No le queda otra, tiene que servirse de la mezquindad para establecerse porque no es una ideología transparente, limpia y que se esfuerza en el desarrollo económico de la sociedad y de las personas.
El trabajo voluntario se convirtió en Cuba en la mayor expresión de esclavitud, desprecio, oportunismo y robo ejercida por fidel castro contra el pueblo cubano. Nuestros padres tenían que irse los fines de semana a descuajeringarse en la agricultura o en otras labores de “producción” para que, por sobre todas las cosas, no los señalaran en las asambleas de los trabajadores y poder “luchar el frigidaire pa’ que los muchachos tomen agua fría con este puñetero calor que nos está matando…”.
En las escuelas era lo mismo, los alumnos competían entre ellos por las mejores carreras universitarias, se desaforaban por la ejemplaridad comunista como no lo hacían por conocer la teoría de la evolución de las especies o por saber en qué terminaba la historia del loco que quería enfrentarse a los molinos de vientos. Todo era una sucia guerra de hipocresía, chivatería y adoración castrista.
A veces yo me pregunto cómo todavía quedamos cubanos vivos. El castrismo es, si usted lo analiza bien, una planadora asesina que arrasa con todo y lo destruye todo, ha aniquilado a la nación cubana y los valores de su pueblo de tal manera que cuesta trabajo explicar cómo no nos exterminó a todos de la faz de la tierra.
Maldita mierda de revolución, de régimen y de meritocracia socialista.
Ricardo Santiago.



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