Y pensar que todo comenzó cuando nos tragamos el ridículo cuento de que los americanos nos iban a tirar la “bomba atómica”.
Entonces el pueblo se fusionó en masa compacta, juntamos nuestros hombros y, codo con codo, construimos las más absurdas barricadas que se han levantado, en toda la historia de la humanidad, para no permitir que “pasara el enemigo”, pasa, esta es tu casa, y nos arrebatara los “logros” de una revolución que solo existían en la mente manipuladora de un grupúsculo de sucios estrategas del socialismo, en la de un inmenso mar de idiotas que nos las creímos y en la de una dictadura que se alimentó, como un parásito gigante, de la credulidad, de la insensatez y de la comemierdería intrínseca de casi todo, de la inmensa mayoría, del pueblo cubano.
Pero lo más triste de todo esto fue que las barricadas, los muros, las murallas ideológicas que levantamos con puras pajas mentales, con crecidos ríos de adrenalina revolucionaria desquiciada y con muchísima sangre inocente de las víctimas de esa traicionera asonada terrorista, llamada cobardemente “revolución cubana”, solo sirvieron para no dejarnos salir, para encerrarnos para siempre el alma a todos los seres cubanos, para cortarnos permanentemente el agua, la luz, la felicidad y la esperanza, para no dejarnos respirar y para esclavizarnos como idiotas pues por marchar hacia un “ideal” ajeno, tremendamente ajeno, perdimos la dignidad, la libertad, la decencia, la cordura y la vergüenza.
Lo más terrible fue que el susodicho “bombazo atómico” no fue la única aberración mental, física o espiritual que cometimos.
La estrafalaria “continuidad” de estupideces en las que caímos, en estos más de sesenta larguísimos años, fueron cerrando nuestro propio cerco de “ideas”, nos fueron apretando los cinturones, la “inocente” soguita en el cuello, y al gran país que teníamos, a las grandes ciudades que habíamos construido y a la cubanísima libertad que nos habíamos ganado, los transformamos de un tirón, así como si nada, en menos de lo que canta un gallo, en un país miserable, en aldeas fétidas, invivibles y ruinosas, y en una prisión inmunda de los cinco o seis sentidos que hoy nos tiene, por imbéciles y por cobardes, condenados a vivir, digo, a sobrevivir una muerte en vida, a pasar un hambre sin comida, a bañarnos sin agua, sin jabón y a querer que se abra la tierra y nos trague pues esta situación, la del socialismo o muerte, la del patria o muerte, la de somos continuidad y toda esa mierda de la revolución del picadillo, Dios, ayúdanos, que eso no hay quien lo aguante…
Pero es que ese fue también otro de nuestros grandes disparates, traicionamos a Dios, le dimos la espalda, lo negamos por años de años pues en un solo segundo, de mierdero materialismo dialéctico, tiramos por tierra siglos de espiritualidad que, nos guste o no, creamos en ella o no, conformaron los excelsos valores éticos de una nación que aun con sus defectos “era la envidia de cuanto mentecato vive en este bendito planeta azul”.
Después se fueron sucediendo uno a uno los otros, los disparates revolucionarios, quiero decir, nos creímos que la propiedad social sobre los medios de producción nos iba a duplicar la riqueza que habíamos alcanzado como país y ahí nos fuimos a gritar, como “gargantas profundas” e idiotizadas, a los pies de un fantoche manipulador que nos apuntaba con sus armas, nacionalizar…, paredón…, venceremos…, el pueblo unido…, no les tenemos miedo…, y un montón, pila, burujón, puñado de sandeces más que hoy, solo de recordarlas, me entristecen, me avergüenzan y me aterran, sobre todo me aterran.
Dice mi amiga la cínica que “la práctica como criterio de la verdad”, solo demostró que nosotros los cubanos, “como masa compacta”, teníamos en el subconsciente un “cablecito” defectuoso que nos provocó el corto circuito de la bobería, de la irracionalidad y del descaro, pues teníamos que estar demasiado “repugnados” de la abundancia del capitalismo como para aceptar tan campantes, tan de “cara al campo” y tan entusiasmados, apoyar a un socialismo que, desde el principio, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, se veía el desastre al que nos conduciría, la destrucción que provocaría y la mediocridad, la vulgaridad y la chusmería anti-cubana en la que nos hundiría.
Yo digo que, también, nos aplastó tremendamente nuestra pasión “caudillera”. Somos un pueblo que hemos desarrollado una extraña vocación por seguir a parlanchines de ocasión y nos dejamos convencer, por no tener criterios propios, por cualquier “chico listo” que nos haga menear la cinturita al compás de los gritos de abajo…, arriba…, pa’l lado o hasta el fondo.
Y todavía algunos se molestan cuando digo que esa es una revolución, digo, un país con muchos idiotas…
Ricardo Santiago.
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