¡La revolución de los idiotas, así de simple, maldito socialismo!



El presidente de un país no puede ser un sinvergüenza, un degenerado o un cuatrero emocional porque, entre muchas razones, su puesto es un cargo público y debe respeto y transparencia a quienes lo eligen y pagan su salario.
Un presidente es, en esencia, un funcionario, servidor de su pueblo, sujeto al escrutinio de los demás por su buena o mala praxis y por la disposición que muestre para dar solución a los problemas que aquejan a sus ciudadanos.
La decencia y la transparencia de un gobierno se miden por el respeto que muestre a las instituciones democráticas y a las quejas, disgustos, inconformidades y frustraciones de su pueblo.
Pero los dictadores totalitarios se burlan descaradamente de todos esos conceptos y no aceptan ni una sola crítica que se les haga, son sordos ante el reclamo popular y actúan como verdaderos monolitos de estupidez encarcelando, asesinando y desapareciendo a quienes intenten enfrentárseles o, sencillamente, manifiesten descontento con sus aberraciones.
Una dictadura comunista es lo peor que le puede pasar a un país. El comunismo es, en esencia, una ideología improcedente, fracasada y devastadora, muy destructiva, que tira pa’bajo todito lo que esté en pie y lo convierte en polvo, en ruinas y en desgracias.
Una dictadura comunista, para poner un solo ejemplo de su mediocridad, prefiere invertir los fondos del erario público nacional en propaganda política antes que favorecer y evolucionar la vida de los ciudadanos de infantería.
En nuestro país, para poner otro ejemplo de la improductividad de esa plaga fulminante, la dictadura castro-comunista llama a una marcha del pueblo combatiente por cualquier motivo, a un desfile revolucionario de taconéala, taconéala, taconéala como puedas para exigirle cualquier mierda al imperio, a un mitin de repudio contra los “enemigos del pueblo” pa’ que aprendan, a un minuto de silencio sin chusmerías compañeros, a una bulla por el socialismo, pero sin trompetillas, o a vigilar las colas que la cosa está que arde y no alcanzan los “bocaditos” pa’ tol mundo.
A estos mequetrefes no les importa si el repudio es en horario laboral o si tienen que detener la “producción”, les da lo mismo, porque según ellos defender el socialismo, y protestar como fidel manda, está por encima de la productividad de la patria y de que el pueblo satisfaga sus necesidades materiales y espirituales.
Los castristas prefieren la vulgaridad y la gritadera de maldiciones contra sus adversarios, a la fabricación de insumos y a la necesaria “despensa llena”, tan vital, para medir el verdadero desarrollo económico y la prosperidad de un país.
Dice mi amiga la cínica que para esos degenerados, decir barriga llena, corazón contento, es una manifestación pequeño-burguesa, que por eso prefieren que el pueblo sude mucho, y tenga una insoportable peste a grajo, antes que caiga en las “blandenguerías” de nuestro enemigo jurado: la sociedad de consumo.
Por eso el cambolo de Santa Ifigenia se eligió a sí mismo “Presidente” de la República de Cuba. Ese sinvergüenza nunca fue votado en las urnas electorales, aprovechó la confusión y la euforia de un pueblo medio trasnochado, borracho y creyente de que nos íbamos a hacer todos ricos, para adueñarse del poder, de la libertad y de la vida de una nación entera.
Una verdad histórica, que no debemos cansarnos de repetir, es que fidel castro se convirtió en dictador de Cuba a través de acciones que hoy son consideradas actos terroristas por la mayor parte de las naciones e individuos racionales de este planeta.
Ese vil sujeto orquestó, junto a su pandilla de esbirros, tracatanes y “doctores”, un régimen dictatorial que siempre le perteneciera, en el que nunca peligrara su liderazgo y donde saliera electo, “por los siglos de los siglos”, en un invento bochornoso y tramposo de “votaciones populares”, apagando así cualquier deseo de cambio de los seres cubanos.
El triste resultado es que hoy no podemos decidir qué queremos para nuestro país. Nos ataron las manos, los pies y hasta la capacidad de equivocarnos, nos obligaron y obligan día tras día a tragarnos ese purgante de insuficiencias, de abusos y de represiones, mientras la Patria se nos derrumba encima y nos mata de a poquito.
La pagamos bien cara, compatriotas, la blandenguería, la idiotez y el “susurro” se nos salieron por los poros como un río de traiciones a nuestra propia historia, nos desnudamos el cuerpo y el alma ante la bestia y nos pusimos en cuatro con tanta facilidad que hoy la dictadura nos pasa gato por liebre, digo, nos mete a cualquier imbécil de presidente porque, total, los cubanos aguantan todo lo que les «pongan».
Cualquier presidente que no sea electo en votaciones populares y democráticas, compitiendo limpiamente con otras ideas o grupos políticos, es un dictador platanero y un ladrón de la soberanía y las libertades cívicas de un país, así de simple.
Ricardo Santiago.



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