El descaro, la falsa moral, la doble cara, la peor “pandemia” que azota a los cubanos.



Cuba está podrida, hiede, y es cierto, es una realidad muy difícil de enmascarar, o de intentar justificar, con el cuentecito maniqueo del embargo económico contra la dictadura castro-comunista.
Vale aclarar, una vez más, que tales sanciones no son contra el pueblo cubano, no son contra los cubanos de infantería y mucho menos, pero muchísimo menos, contra los niños de un país que, técnicamente, solo pueden tomar leche hasta los siete años.
¡Que se trague el boniato “del bloqueo” quien quiera pero está bueno ya de justificar lo injustificable!
Por eso a mí me gusta, para diferenciar conceptos, llamar al padecimiento que tenemos la inmensa mayoría de los seres cubanos, es decir, a la famosa doble moral adquirida, u obligatoriamente asumida, para lograr sobrevivir a la precaria, miserable y humillante vida que nos impone el régimen socialista, como bipolaridad política.
Hoy me juzgan y sentencian los “estudiosos” de la conciencia y el pensamiento por tan enorme disparate, pero pasa que para mí la “bipolaridad política” es el mejor concepto para definir “el descaro popular”, adquirido después de 1959 por la mayoría de los cubanos, e intentar entender por qué nosotros somos portadores de tan terrible mal.
Yo digo que la doble, la falsa moral y la inmoralidad en la dictadura castro-comunista se inventó como un virus de laboratorio. Tiene que ser. Lo calcularon y modificaron cientos de veces para que, una vez inoculado, provocara que fuéramos capaces de repetir las peores sandeces, sin cuestionarlas, como si fuéramos los eunucos neuronales de esa maldita revolución, como si decir estupideces fuera una “gracia” civilizada o como si ser tan, pero tan idiotas, nos convirtiera en un pueblo inteligente, educado y de respeto.
Y nunca nos dimos cuenta, o nunca quisimos aceptar, que lo que despertamos en el resto de la humanidad es un sentimiento de asco, de repulsa, de incomprensión porque, quien tenga dos dedos de frente, solo dos, jamás entenderá cómo es posible que seres cubanos, viviendo la más absoluta miseria y la mas aterradora indigencia, sean capaces de gritar viva fidel, viva la revolución y viva el socialismo.
Pero, bien, ese virus nos fue contagiando de a poquito, suministrado en pequeñas dosis, bien estudiadas y calculadas por los comisarios políticos del régimen desde la temprana década de los sesentas del siglo pasado.
Así, las familias cubanas infectadas, nos descubrimos un día riéndonos bajito del disparate de los diez millones de toneladas de azúcar en una zafra loca, del plan cafetero y agropecuario “el cordón de La Habana” que rebozaría los mercados de alimentos, del “record mundial” de una “sexualmente” acosada vaquita lechera, de que consumiríamos carne de res hasta repugnarnos, del cultivo de peces que reventaría las pescaderías y hasta saldrían por las cloacas de las calles, que tendríamos viviendas modernas, confortables y agradables para todos, “cada cubano con su propio techo”, en fin, más risas bajitas, bajitas, bajiticas, casi apagadas y de la puerta hacia afuera, como buenos “revolucionarios”, todos gritando muy alto, bien alto compañeros para que el mundo entero lo escuche: “yo me muero siendo fidelista”.
La vida para el contagiado con el virus de la bipolaridad política no es fácil, el tema es que tal enfermedad se sufre y se lleva pegada al alma sin que podamos darnos ni el más mínimo alivio.
La mayoría de las veces es dolorosa, terriblemente dolorosa, mucho más cuando nos sorprendemos en público arengando consignas repugnantes o cuando le decimos a nuestros hijos que en la escuela, las cosas que oigan en casa, no se repiten, que mamá lo dice jugando y: “Por favor mi chiquitico, caquita, cuidadito con “corear” lo que dice tu papá que el muy comemierda no sabe lo que habla…”.
La bipolaridad política también se manifiesta en el exilio. Muchos de nosotros optamos por ser indiferentes o callar nuestras verdaderas intenciones porque “Papá Estado” tiene orejas muy largas, pasaportes muy caros, se entera de todo y si lo jodes mucho no te da permiso para que lo visites, te reúnas con tu familia o te bañes en sus playitas y te tomes sus cervecitas.
Cada persona es un mundo, cada ser humano es responsable de sus acciones, toda conducta, nos guste o no, siempre que nazca de la honestidad, es respetable y, aun cuando sea diferente a la nuestra, merece que la escuchemos y valoremos.
No me cansaré de decirlo, pero tampoco me cansaré de intentar lograr que todos luchemos por encontrar una cura para tan terrible y asqueroso virus castro-comunista. Estoy convencido que lograrlo es otra forma de vencer esa diabólica revolución de los “humildes”…
Ricardo Santiago.



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