La nostalgia y la vergüenza, los sentimientos más dolorosos de quienes amamos a Cuba.



Lo digo sin que me quede nada por dentro, este es un dolor que llevo clavado en el alma y que estará ahí mientras Cuba, mi país, mi Patria de toda la vida, no logre, o no logremos, liberarla para siempre del castro-comunismo.
A veces hasta tengo que respirar fuerte porque veo este deseo, esta necesidad, como algo tan lejano que, a estas alturas de mi vida, es una de las pocas cosas que me “aflojan las patas”.
Me imagino que existen una “tonga”, burujón, puñado de seres cubanos en mi misma situación y es natural, a muchos de nosotros, esa perversa, maldita y cruel dictadura castrista, nos niega el permiso de entrada a nuestro país porque no somos “políticamente correctos”, porque no somos “ciudadanos cubanos” obedientes y porque decidimos, como un acto de soberana rebeldía, denunciarlos, desenmascararlos y “atormentarlos” con una verdad que “es demasiado evidente a los ojos”.
¡Ah, bueno…! Eso te pasa por hablar tanta mierda…, dirán los “guerrilleros cibernéticos” defensores del castro-comunismo…, pero yo no, firme como una “estaca”, quienes me conocen saben que no cambiaré mi posición y mi actitud ni aunque intenten silenciarme con un pasaje de avión “gratis”, ni aunque me digan que no tengo que “renovar ni actualizar el pasaporte castrista”, mejor dicho, el pasaporte de la ignominia, que puedo entrar a Cuba con el pasaporte y la nacionalidad de mi elección, que no les importa mi discurso crítico al régimen porque cada cual es libre de expresar su opinión, que el cuc no es más fuerte que el dólar y que esa desproporción monetaria fue un invento para desplumar, robarle a los turistas y a los cubanos que visitan a sus familias, que la seguridad, la inteligencia y los órganos represivos castristas no vigilarán mis pasos y tendré total libertad de movimiento, que podré visitar a quien quiera y reunirme con los opositores e importantes figuras de la disidencia, que hasta podré llevarles los materiales que necesitan para desarrollar su trabajo pacífico, que el poder legal está separado del poder estatal y que las leyes funcionan, que el “socialismo” no me va a extorsionar con políticas abusivas y que podré irme o quedarme para siempre sin que medien trámites innecesarios porque en definitiva nací en Cuba y soy un cubano de infantería más.
No voy a claudicar ni a someterme aunque me digan que las calles de mi ciudad están arregladas, limpias, sin escombros e iluminadas, que no me voy a caer en un bache, en una zanja o en un hueco y partirme una pata, mucho menos pisar caca de perro o de “hombres”, que no voy a “sacar un boniato” en la acera y romperme los zapatos o caerme de boca contra el suelo, que las edificaciones no le están cayendo a las personas en la cabeza y las están matando, que no hay fosas sépticas reventadas, que autorizaron la propiedad privada de verdad y que el ser cubano prospera con su inventiva, su capacidad y deseos de salir adelante, que la ciudad está repleta de pequeños y grandes negocios, centros comerciales, bares, restaurantes, carteles publicitarios, que las trabajadoras y los trabajadores del sexo tienen su “zona franca” y no son ni perseguidos ni “persiguen”, que los niños tienen diferentes uniformes porque hay variedad de escuelas y ya no están obligados a decir el asqueroso seremos como el che, que hay empleo y que se acabó el sociolismo, el nepotismo y que contratan a los directores, administradores y a los trabajadores por su capacidad intelectual y no por cuan alto gritan patria o muerte, venceremos, que no hay problemas con el transporte y no tenemos que viajar hacinados como animales o caminar largas distancias porque el ómnibus se llevó la parada, que el pueblo es feliz y sonríe y disfruta la vida y canta y bonchea y baila y todas las cosas normales que se hacen en cualquier parte del mundo civilizado.
No voy a dejar mis denuncias mientras esos hijos de putas sigan usurpando ilegalmente el poder pues con ellos nunca habrá libertad en mi Patria.
Yo muero por caminar las calles de mi barrio, por ver a la negra Dora, al Manso, a Marianela mi madrina, al Joe, al socio que me recogía “la jugada de la bolita”, quiero comprarle una cajita con comida al Bizco y fajarme con él porque el arroz es el mismo de ayer, en fin, quiero pararme frente a ese pedazo de mar donde depositaron las cenizas de mi madre, tal como fue su última voluntad, y llorar y decirle: madre perdóneme pero esto también lo hago por usted…
Ricardo Santiago.



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