El castrismo, ese virus que infectó a tantos cubanos, pero a tantos, y los tiene haciendo el ridículo en Cuba, y en muchas partes del mundo, también, devino, en el transcurso de estos más de sesenta y dos larguísimos años, en la peor maldición, catástrofe, apocalipsis, mariconada, hijeputada y “resaca”, que ha soportado un pueblo, por tanto tiempo, en toda la historia universal.
Esa desagradable enfermedad terminal ha desprestigiado tanto a la nación cubana, pero tanto, que hoy somos un país irreconocible por la cantidad de baches, de mierda en las calles, de ruinas, de escombros, de imbéciles y de comunistas que tenemos.
Aun así no me escondo y no siento vergüenza al decir que soy un ser cubano, que nací en Cuba y que nada ni nadie podrá quitarme esa condición pues como dice el viejo, pero muy hermoso bolero: “Aunque me cueste la vida sigo buscando tu amor…”..
No me gustan los chovinismos, no soporto el patriotismo “patriotero”, el fanatismo o el fatalismo geográfico, no me gusta la ceguera política, detesto el partidismo, las militancias y la institucionalización de las ideas, no creo en las grandilocuencias “amorosas”, en las definiciones ideológicas, en la imperfección de las “mezclas”, en las concentraciones “espontáneas”, en las marchas protestonas pa’quí y pa’llá, en las agresiones verbales o físicas para defender un pensamiento, en la idolatría magnificada a “los fieles difuntos”, en la iconoclastia revolucionaria para santificar a cuanto sátrapa “brille por su ausencia”, en la vigilancia nocturna “al enemigo”, en la delación gratuita o profesional y en el abuso o en el desprecio a otros por ser o pensar diferente.
No siento vergüenza de ser cubano porque, como he dicho muchas, muchísimas veces, la cubanía es un sentimiento muy personal y es algo más grande que nosotros mismos, es una pasión que va más allá del horror y las alegrías de la vida, de los buenos y de los malos, de quienes dan o de quienes reciben, de quien habla o de quien escucha, de los que mandan o de los que obedecen, de quienes queremos ser libres o de quienes prefieren mantenerse “sembrados” hasta el cuello en el estercolero dictatorial, de quienes aman o de quienes odian, en fin, de quienes utilizan a nuestro país para justificar las mentiras, el cataclismo, la inoperancia, la improductividad y el caos que han generado esa ideología del mal.
No escondo mi cubanía porque no puedo ocultar que me estremece hasta el alma el sonido de las tumbadoras, bailar “apretaito”, la soberbia de las olas del mar “acariciando” el diente de perro en mis años de playa “obrera”, los juegos a las cuatro esquinas con los socios del barrio, la leche condensada convertida en “fanguito”, las tableticas de maní pa’ engañar el hambre, decir buenos días incluso a los desconocidos, el arroz con pollo y los tostones, abrazar a los amigos sin tener que pedir permiso, correr pa’ donde sea cuando alguien grita ¡ataja!, el pudin que hacía mi madre, la tierra colora’, mirar una buena hembra con lujuria y respeto, dar la mano y decir “qué volá”, caminar por la acera de enfrente, echar un chorrito de ron en los rincones, los cuentos del gran Guedes, la “música de antes”, la alegría de vivir, el choteo y la libertad.
Por todo eso cargo conmigo, a donde quiera que voy, un pedazo bien grande de esa Patria hermosa, amada, recordada, idolatrada y bendita, que muestro, a quien me da la gana, con el más absoluto descaro, desenfado, jactancia y alarde.
Gracias a sentirme cubano, a sufrir, padecer y entender la vida que he tenido, a formarme en un país ocupado por una cruel dictadura y a sentir el dolor de un exilio que siempre será inmerecido, hoy defiendo esta libertad espiritual que tengo y no me identifico con quienes apoyan, protegen e implementan en Cuba, y en otras partes del mundo, una ideología elaborada con malicia, envidia, intolerancia y muerte, aplicada por militares enfermos de poder, por mequetrefes de la gritería absurda y reaccionaria, por habladores y defensores de la porquería revolucionaria, por “alcahueteras” y pendencieros de las redes sociales, por vividores y oportunistas que dicen ser cubanos y que, desgraciadamente, también lo son.
Pero mi bandera, la de la estrella solitaria, es diferente a la de esos sinvergüenzas, mi CUBA es diferente aunque sea la misma que la de esos degenerados, mi Escudo es diferente aunque sea el mismo que el de esos miserables, mi Palma Real, mi Tocororo, mi flor de la Mariposa, mi Mar Caribe, mi Martí, mi Virgen de La Caridad y mis sueños son diferentes, muy diferentes, a los de tantos adoctrinados por el odio, la rabia y el miedo a la libertad.
Ricardo Santiago.
espero que lean estos articulos que nos unen y nos fortalecen como exiliados anti-comunistas,anti-castristas en pro de la democracia y la libetad!
Gracias Juan.
bravo mi hermano como siempre duro y en la cabeza