Cuba: De paraíso terrenal en el Caribe a hedionda letrina de las Américas.



Duele reconocerlo, duele mucho, se le forma a uno un tarugo en medio del pecho cuando ve la miseria, la destrucción y cuánta porquería, dejan diariamente el castrismo, su horrenda tiranía y sus cobardes ministros de “manotazos”, sobre un país y un pueblo que pudieron ser de los más hermosos y prósperos del mundo.
Porque, al principio, lo teníamos todo, es decir, antes de 1959 poseíamos una industria floreciente, una economía muy respetable, inversores importantes, créditos de prestigiosos Bancos internacionales, puertos envidiables para el trasiego de mercancías hacia todos los rincones del planeta, una moneda fuerte y válida, un clima paradisiaco, una tierra fértil y agradecida, unos tremendos deseos de crecer y, lo más importante, un pueblo trabajador, muy esforzado, formado por personas emprendedoras que solo precisaban de libertad para construir enormes monumentos al progreso y a la vida.
Yo nunca encontraré sentido al absurdo cambio que dimos, los seres cubanos, en Enero de 1959.
Me resulta casi, mejor dicho, completamente imposible creer que nos dejáramos arrastrar, tan mansamente, por las razones que fueran, hacia ese pozo oscuro y pestilente que nos engulló de uno en uno, de muchos en muchos y de todos en todos, mientras los gestores de nuestra desgracia nacional nos observaban burlonamente, desde la superficie, sentados apaciblemente sobre el tibor del socialismo.
Algunos analistas de la guayabidad histórica cubana pretenden hacernos creer que bueno, que Batista era un asesino, que la corrupción campeaba por su respeto, que no había democracia y que por eso fidel castro se alzó con escopetas, en un acto absolutamente terrorista y violento, porque había que devolverle a Cuba, y a los cubanos, la Constitución de 1940.
Entonces una preguntica: ¿Los castro son o no son unos asesinos?
Pues sí, y esta es una verdad demostrada con los cientos de miles de cubanos muertos en diferentes circunstancias, asesinados, fusilados, desaparecidos, torturados, encarcelados, “suicidados”, perseguidos y pisoteados durante estas seis décadas.
¿La corrupción en Cuba no es ahora nuestro himno nacional?
¿Cuba y los cubanos seguimos sin la Constitución de 1940?
Y por último: ¿Los seres cubanos vivimos con libertad y democracia?
El problema es que más de sesenta y dos larguísimos años, después de aplaudir la mayor estafa cometida contra un país en toda la historia de la humanidad, los cubanos nos encontramos, como he dicho, en el fondo de una letrina muy profunda, siniestra, donde caímos, nos tiramos y nos lanzamos en “bomba”, arrastrando la decencia, la dignidad y la educación que habíamos logrado como pueblo, y como nación, aun con la “dictadura” de Batista repartiendo “bofetones” a quienes querían, mediante las armas y actos terroristas, subvertir la paz y el progreso en nuestra bella isla.
Los teóricos y los defensores del pan con tripa socialista justifican la revolución del picadillo, ahora de los curieles, porque, según ellos, fue un salto hacia la “libertad” ya que el pueblo cubano se quitó las cadenas del yugo imperialista y bla, bla, bla…
La parte más triste y vergonzosa del “discurso” de los defensores del castro-comunismo, de los uniformados de la izquierda pa’rriba, pa’l lado, pa’bajo y pa’ dentro, de los “pensadores” progresistas de moral oportunista y de los “luchadores” antimperialistas del “verde que te quiero verde”, es que ninguno de ellos se pone en la piel del pueblo cubano, del pueblo humilde, del pueblo que de verdad sufre un brutal bloqueo interno, genocida, asfixiante, asesino y criminal, impuesto por una dictadura que prohíbe opinar, defenderse, exigir, luchar y, lo que es peor, castiga cruelmente por pensar diferente a lo que ellos, como poder absoluto, imponen como la única verdad para ser dicha, repetida y recontra repetida, hasta la repugnancia, por todos nosotros, so pena de que, quien no lo haga, sufra represión, brutalidad policial o terrorismo ejercido desde el Estado.
Yo siempre he dicho que una persona en su sano juicio, decente, honesta y sensible, si camina por cualquier ciudad de Cuba, y se adentra en los barrios populares, solo unos metros más pa’llá de por donde pasa el “presidente”, habla con la gente en las calles, se quita los espejuelos “oscuros” pa’ ver como “brilla” la miseria a la luz del sol y pide, de favor, un vaso con agua en cualquier casa de vecino, no podrá si quiera pensar que el socialismo de tempestades es algo para ser aceptado como real, como un sistema social aplicable a un país, a los seres humanos y como algo que se pueda querer, justificar o proponer, pues parte el alma ver los efectos tan nocivos, destructivos y horripilantes, que provoca en un país, en el pueblo, en la vida y en las personas, sobre todo en el alma de las personas…
Ricardo Santiago.



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