Hay una idea, una muy desagradable, vergonzosa y terrible idea, que me ha estado rondando durante todo este tiempo y es que nosotros los seres cubanos, al aceptar vivir sometidos bajo el régimen castro-comunista, nacemos, sobrevivimos y morimos, condenados a una de las muertes más terribles, más siniestras y más insoportables que puede sufrir un ser humano, y cubano, en cualquier parte, o rincón, de este planeta, es decir, la muerte en vida.
Y es que en Cuba “la humanidad”, la mismitica que un día “dijo basta y echó a andar”, se muere de muchas cosas, de demasiadas “cosas”, de tantas cosas que a veces ni los especialistas logran determinar si es por un subidón de azúcar, una enfermedad traicionera o “penosa”, un espíritu burlón rejodiéndole la existencia, por usar zapatos apretados o por la inconformidad y el stress que genera vivir en una caricatura de país donde todo es ideología y hasta la mierda es política.
Porque, al final, de una u otra manera, los seres cubanos, en un número bien importante, nos salvamos, hasta cierto punto, de la muerte física, la burlamos con nuestra criolla picardía, la ridiculizamos mofándonos abiertamente de nuestras propias desgracias y la “echamos pa’ un la’o con una tranquilidad pasmosa porque un cubano, lo que se dice un ser cubano de pura cepa, primero muerto que despretigia’o.
Por eso yo siempre digo que la muerte en Cuba, más que física, es espiritual, es de la conciencia, del intelecto, de no vivir la vida a plenitud, de no poder desarrollar la capacidad de emprendimiento y de, sobre todo, tener que soportar y convivir con la pudrición, el abandono, el churre, la chusmería, la violencia, el canibalismo filosófico, la revolución del picadillo, el tibor del socialismo, la chivatería, la corrupción, el oportunismo, el deshonor, la desvergüenza, la envidia y el quítate tú pa’ ponerme yo.
Lo digo también porque hasta morirse en Cuba es una verdadera tragedia y una realidad estrechamente ligada a todos los males que exhala esa fatídica dictadura.
Si somos honestos aceptaremos que, desde que nacemos en nuestra “amada islita”, estamos condenados a mal vivir las profundas crisis sucesivas que genera esa tiranía por su incompetencia administrativa, por su represión sin límites a todo lo que signifique un rayito de esperanza para el pueblo, por la politización desmedida de todo acontecimiento de carácter humano, religioso, cultural, económico y social, por la humillación sostenida a un pueblo entero con constituciones, decretos, leyes, artículos y normas que ahogan la decencia y por la degeneración mental que supone tener que pugilatear, diariamente, hasta un cachito de pan pa’ que nuestros estómagos no nos toquen la Novena de Beethoven con la Oda a la “tristeza” cantada por los “Guaracheros de Regla”.
Ahora, con este montón de años que tengo, me pongo a reflexionar y miro mi vida vivida en Cuba y me doy cuenta que el cubano, el de a pie, el que tiene que “traicionar muy duro” para que el vendaval castrista no se lo lleve de a cuajo, por mucho que intente avanzar va para atrás y para atrás porque no existe ningún mecanismo, opción, vida de mi vida o solución que le permita progresar sin caer en “actividades económicas ilícitas”, es decir, un meroliqueo intuitivo y espontaneo que en cualquier otro país es la cosa más normal del mundo.
Pero, a “eso”, a ese freno “natural” de la vida que se vive en Cuba, tenemos que sumarle que desde que éramos chiquiticos y de mamey hemos padecido las carencias, los deseos reprimidos, las vicisitudes, los racionamientos, las separaciones familiares, el “diente de perro”, las ganas de “volar”, la violencia política, la represión física y espiritual, los adoctrinamientos, el desodorante de pastica, el derriz en el tejado de zinc caliente, las colas, el con qué me limpio con qué me lavo, los chivatazos, los teques ideológicos, la triple moral, la corrupción, la angustia, la sed, el oportunismo, el líder, al otro líder, al partido, al mentecato y al “cierra la muralla” más terribles que cualquier ser humano, o cubano, con un mínimo de sentido común, puede soportar.
Es triste. Un país que pudo ser lo mejor de lo mejor, a un verdadero paraíso “de traje y corbata”, el castrismo lo convirtió, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, en un enorme corredor de la muerte donde el cubano deambula como alma en pena sin más opción que la de anhelar desesperadamente cualquier exilio pa’ que, en el último segundo de su revolucionaria existencia, le tiren un sálvese quien pueda…
Repito: Muy triste.
Ricardo Santiago.