En Cuba, desde el 1 de Enero de 1959, “la vida sigue igual” o peor, mucho peor…



Recuerdo cuando era muchacho, y “pasaron” “La vida sigue igual” en el cine del barrio, que nos “fajamos” entre nosotros para ver quién veía la película más veces.
Si la memoria no me falla creo la vi en ocho oportunidades, una verdadera exageración, pero hay que reconocer que la historia del muchacho pobre que triunfa, más la rubia bonita de la playa y la cancioncita de fondo, fue todo un “taquillazo” por la Cuba de los 70s.
Hubo quienes sobrepasaron mis audiciones por mucho, en mi caso tuve que parar porque mi madre se me plantó en siete y medio: “¡Me tienes loca con los cuarenta kilos pa’l cine, tú crees que el dinero cae del cielo…!” El cine costaba cuarenta centavos por esa época. ¡Qué tiempos aquellos!
El problema es que los seres cubanos somos muy peliculeros…, y noveleros ni hablar…, pero la verdad es que nos cautivan las historias de triunfadores, vencedores, chicos listos, pobrecitos pero honrados, humildes pero decentes, que con tesón, dignidad y mucho “aguante”, logran salir de la pobreza y casarse con los protagonistas bonitos y ricos de la película.
Y es que al final, a los seres cubanos, nos vendieron una historia, el 1 de Enero de 1959, muy parecida a las películas romanticonas donde el sacrificio, el estoicismo y las penurias, terminan en campanas repicando, fuegos artificiales, música sonando a to’ meter y un sí, para toda la vida…
Pasa que en la vida real la revolución del picadillo fue una película muy mal hecha, muy mal editada, pesimamente dirigida y absurdamente actuada, que se convirtió en falsas promesas, una sangrienta dictadura y un panfleto mierdero que nos dejó a todos en “esa”, quemaditos, vestiditos y alborotados, zurciditos y remendados, esperando que sacaran en la tienda los “cortes de tela” para fabricarnos nuestra propia ropa, y de fuegos artificiales, campanazos y música sonando, nada, nada de nada, pero sí muchas alarmas de combate, muchísimo fuego en el 23, “candela se quema mi familia” e himnos revolucionarios gritados a voz en cuello porque revolución que no ladra no le “muerde” la libertad a los seres humanos ni cubanos.
El problema es que nunca triunfamos en nada y la vida en Cuba se convirtió en una película de terror.
El sacrificio entregado por los cubanos de los sesentas, para que nuestro país se convirtiera en el paraíso que el castrismo nos dibujó, es decir, un país autosuficiente económicamente, muy democrático, sin dictaduras, donde regiría la Constitución de 1940 y con la inclusión de todos en igualdad de derechos, se convirtió en una gran estafa y, cuando nos dimos cuenta, estábamos con la soga del castrismo al cuello y con la premisa funcional de callar, de asentir u obedecer, para no morir y quedarnos sin ese pedacito de “tierra santa” que un día nos va a tragar a todos.
Porque al final eso es el socialismo, una dictadura totalitaria ejercida por un hombre, o grupo de ellos, que impone sus leyes, sus ordenanzas, su “orden” político, económico y social, mediante el engaño, la traición, la melcochera ideológica, el chovinismo patriotero y el terror, una “metida” de miedo tan grande que cuando oímos la palabra revolución nos largamos a aplaudir como unos infelices trastornados.
Ya a principios de los setentas Cuba no era ni la sombra de lo que fue.
La llamada revolución “triunfante” de los castro se encargó, en apenas diez años, de destruir a un país que fue de los primeros en América y que, por obra y gracia de “los planes quinquenales” de la planificación socialista, se transformó, o mejor dicho, involucionó hasta la degradación total de su economía, de su nivel de vida y de su decencia.
El ser cubano bajo la dictadura castrista se convirtió en un miliciano a tiempo completo guardián de una criminal dictadura, custodio de un sistema político totalmente destructivo y soldado de una revolución que lo único que produce es politiquería barriotera, patriotismo barato y degradación silenciosa del cuerpo y el espíritu de quienes la defienden.
La realidad es que los castristas llevan más de sesenta y tres larguísimos años pasando la misma película día tras día, mes tras mes, año tras año y ya esa historia repugna, aburre, desespera, enloquece y produce un hambre del carajo, una desesperación incontrolable y unos deseos inmensos en los espectadores porque llegue a su FIN.
En Cuba, hagamos lo que hagamos, mientras exista el apellido castro, con cualquiera de sus variantes en el poder, es decir, el partido comunista, un fantoche de turno en la “presidencia” o el montón de imbéciles que sustentan esa pérfida tiranía, la vida seguirá igual, “pasando” como una película romanticona, y los cubanos llorando como comemierdas por el amor imposible del chico pobre y la muchacha rica de la película…
Ricardo Santiago.



Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »