Yo creo que, al final de esta larguísima historia, la mayoría de los cubanos, con independencia de donde vivamos, “paraíso o infierno”, no sabemos ni qué carajo somos, ni qué carajo queremos.
Y es que a nosotros como sociedad, como nación o como país, no hay quien nos entienda. Ni siquiera quienes nacimos “para vencer”, digo, quienes por primera vez vimos la luz en aquella isla larga y “estrechita”, nos ponemos de acuerdo a la hora de definir si preferimos “sombrilla o chubasquero”, es decir, si en realidad es libertad lo que buscamos o que, con independencia de quien gobierne y cómo lo haga, podamos llenar nuestras barriguitas insaciables, lucir ropitas de marcas “made in China” o hablar por el último modelito de Iphone para estar a la moda aunque del inteligente aparatico no usemos ni el noventa por ciento de su potencial.
Dice mi amiga la cínica que el problema es mucho más serio y más profundo que “eso”. Dice que todo pasa por la mentalidad que el castrismo forjó en nosotros como masa “compacta” adoctrinada y que a la vuelta de más de seis décadas se ha convertido en una forma de ser, en una manera de actuar y en una actitud ante la vida que, desafortunadamente, nos resulta casi imposible desprendernos de tamaña laceración antropológica.
Dice también la cínica que el ejemplo más triste y palpable de ese “extraño fenómeno” sociológico, de “cultura popular socializada”, es cómo la inmensa mayoría de los cubanos nos acostumbramos y aceptamos, con total normalidad, las promesas del sátrapa, sus ilusionismos infundados, su baba andante, los “esfuerzos” de la revolución, los “cachitos”, los muy pronto llegarán, los uno por núcleo, los faltantes, los picotillos de esto o de lo otro, la mierda a granel, la mala forma, el desinterés, el gato por liebre, el segundo “envío”, las mezclas insanas, las “multas” y hasta, sin chistar, el arroz con gorgojos en venta “liberada”.
Porque el cubano que ha vivido toda la vida en Cuba, el que hoy tiene sesenta años, incluso menos, no conoce otra cosa, no le entra en su cabecita que la vida de vivir es mucho más grande, y más fácil, de la que nos impuso el castro-comunismo creando una dependencia emocional muy fuerte detrás del corre-corre por las tres papitas por persona, por los cinco “espías”, ¡coño!, huevos una vez al mes, por la cola del picadillo que no hay quien se lo dispare, por la molotera, la pegasón y los carteristas en el transporte público, por el cake del día de las madres, por vivir en un país solo para “revolucionarios”, por la fosa séptica reventada, por el basurero de la esquina que ahorita nos tapa a todos juntos, por el relajito de la “luz” que la quitan y la ponen cuando a la pamela le sale de las nalgas, por la muela bizca en la televisión de que el capitalismo es malísimo y el socialismo lo mejor que nos ha sucedido a los cubanos y porque si no fuera por culpa del “bloqueo imperialista” ya estuviéramos, como una vez nos prometió “el invencible” de las guaraperas de Birán, nadando pancitas pa’rriba en leche condensada, echándonos fresco con enormes bisteces de res, lavándonos el c… con jugo de guayaba, con una “casita” en el cielo para cada uno, con un pupú nuevecito y sin estrenar, con la carita llenita de melcocha y con una sonrisita de oreja a oreja porque, por toda la “mierda” que comimos en los sesentas y en los setentas, hoy íbamos a ser el país más feliz y próspero del mundo.
Y es por eso que sigo diciendo que no hay quien nos entienda. Yo digo que el atracón de socialismo, de castrismo y de revolución que nos dimos fue tan grande que la indigestión que cogimos tenía que enseñarnos que con ese régimen nunca vamos a salir del apestoso estercolero donde nos metieron, debía, al menos, sembrarnos el bichito de la duda y despertado en nosotros la preocupación de que la vida que se ha vivido, y que se vive en Cuba, después del 1 de Enero de 1959, es una reverendísima porquería.
Porque el castro-comunismo apuesta exactamente a eso. Un pueblo mediocre, básico, dependiente y sumiso, es capaz de pedir más “estiércol” cuando siente que la “piscina” se le está quedando vacía pues, tantísimos años de racionamiento, de desabastecimiento y de perfidia ideológica, le han metido bien adentro, pero bien adentro, que es mejor un pájaro muerto en la mano que cincuenta sombras de…
La libertad de ser libres, quererla, entenderla, desearla y defenderla, es mucho más compleja, merece otro comentario.
Ricardo Santiago.