Yo, para empezar, digo que un poquito sí las tres cosas, es decir, los seres cubanos somos un pueblo que nos dejamos engatusar, que nos dejamos engañar, que nos dejamos manipular, que nos dejamos prohibir, que nos dejamos manejar y que permitimos que un tirano ladrón, asesino, criminal y comunista, nos pusiera tres plumas en el culo y nos mandara, por todas las guardarrayas de la patria, a bailar, a brincar, a cumbanchar, al son de la Matiodora.
Porque fuimos muchos los que, al principio de esa maldita revolución, creyeron y creímos en tamaño embuste, nos la dimos de revolucionarios sin fusil, sin billetera, sin perdigones y sin corazón, y salimos por cuanta plaza, cuanto parque, cuanta esta calle es de fidel y cuanta pocilga donde construir absurdos, a gritar, a apoyar y a respaldar, un bodrio ideológico que, como muy pocos advirtieron, era el tibol donde nos sentaríamos todos los cubanos, durante sesenta y cinco larguísimos años, a defecar nuestras raquíticas ilusiones.
Y nos pasaron por encima, desde chiquiticos y de mamey nos machucaron la existencia divina con actos revolucionarios, con consignas fidelistas, con para decir el lema compañeritos, con yo amo a fidel, con seremos como el che, con ponte la pañoleta mami que ahí viene el tren, con viva la patria entera enardecida y con toda aquella mierda del bloqueo, del imperialismo, de somos invencibles y papi pide el último antes que se acaben los huevos.
Después nos metieron en aquellos monumentos al adoctrinamiento llamados becas, nos obligaron a trabajar en la agricultura siendo aun unos niños de mi mamá me ama, unos imberbes de cuerpo y de alma y nos obligaron a perder la inocencia prematuramente en surcos enormes, en promiscuidades gigantescas, en aberrantes actos ideológicos y en duelos de la moral revolucionaria, asambleas de méritos y deméritos, a los cánticos de que la revolución socialista necesita hombres y mujeres “fuertes” pa’ construir el futuro luminoso que tanto necesita la patria.
Lo terrible de todo esto fue que la mayoría de nuestros padres estuvieron de acuerdo, apoyaron incondicionalmente, por necesidad o por contubernio revolucionario, el mayor crimen, el más grande infanticidio espiritual cometido en toda la historia de la humanidad, una matanza que ha pasado inadvertida para los jueces y partes de este mundo y de la que, como yo lo veo, tendremos, también, que reclamar justicia.
Pero ese futuro luminoso por el que tanto nos pidieron sacrificio, por el que tanto nos exigieron hasta la muerte, jamás nos llego a los cubanos, jamás los seres cubanos lo hemos disfrutado y nunca lo hemos tocado, ni por casualidad, ni de refilón y ni con nuestras altruistas manitos pa’rriba por unanimidad.
Es decir, la revolución socialista se nos hizo agua de churre entre las manos y, cuando la mayoría vinimos a darnos cuenta, teníamos una mordaza apretándonos la lengua, una soga alrededor del pescuezo, unas cadenas de la punta del pie a la rodilla, a la pantorrilla y al peroné, y unos grilletes bien ajustaditos cercenándonos el alma y librándonos de todo bien de conciencia.
Y tanto mal, tanta degeneración del cuerpo, del carácter y de la cubanía, la sufrimos varias generaciones de cubanos, varios cientos de miles de almas en pena que nos subalimentamos con la libreta de racionamiento, nos vestimos con los cupones de la libreta de productos industriales y solo tomamos leche hasta los siete años.
Por eso digo que un pueblo así, un pueblo que toda su vida marchó desesperadamente buscando un ideal, un pueblo que creyó el cuento de que si los americanos se tiran quedan, un pueblo que terminó aceptando el hambre, la miseria, la destrucción, la inmoralidad, la corrupción, la fruta podrida, el nepotismo, los basureros en las esquinas y la guerra de todo un pueblo, como algo natural, como algo merecido, como algo necesario pues el imperialismo nos quiere gobernar, nos quiere gobernar, y yo le sigo, le sigo la corriente, porque no quiero que diga la gente que somos unos cobardes, que somos unos llorones, que somos unos capitalistas y que somos verde que te quiero verde, dónde están los verdes, somos un pueblo de…
Por suerte, para salvar el honor de la Patria, de la Patria de verdad, muchos compatriotas nos iluminaron el camino, nos descubrieron la gran estafa del socialismo, el cuento de la caperucita fidelista que se comió al lobo, al bosque, al leñador y a la madre de los tomates, y nos enseñaron que solo Cuba se salvará si arrancamos de nuestra tierra, por siempre y para siempre, esa malsanidad, esa peste diabólica llamada revolución castrista.
Ricardo Santiago.