Nosotros los cubanos somos el resultado de un macabro experimento “social”.

Es cierto, desgraciadamente, a nosotros los seres cubanos, nos utilizaron, y utilizan los tanques pensantes de la izquierda internacional, como conejillos de Cuba, como ahora ponte pa’quí y después ponte pa’llá y, como si no les bastara, como si no fuera suficiente, nos han obligado a pasar las doce pruebas del Olimpo izquierdista durante casi sesenta y cinco larguísimos años y nos han condenado a ser el pueblo más sufrido, más sacrificado, más adolorido, más absurdo y más incompetente del mundo.

Si, porque en otros países donde se implementó esa mierda de la dictadura del proletariado, del socialismo inquietante o del comunismo que recorre el mundo, las dosis de maldad y las cuotas de mariconadas socialistoides, fueron graduales, particulares y cognitivas, es decir, a unos les tocó la hambruna, a otros los racionamientos bodegueros, a los de más allá los apagones y así, sucesivamente, donde quiera que hubo un comunista, fructificaron las desgracias, el abandono, la peste a cucú y el proletariado “victorioso”.

Pero a nosotros los cubanos, lo que se dice a los habitantes de ese caimán hambrea’o que un día fue verde, nos tocaron todas las desgracias a la vez, todas junticas como masa estudiantil apoyando a los asesinos de Hamás, como productos ordenados por libreta de racionamiento y como la hecatombe de un país que se vino abajo, con todos y para las angustias de todos, irremediablemente y sin derecho a protestar.

Y cuanto digo fue posible con la anuencia de un fidel castro que, el muy hijo de su maldita madre, al principio no sabía lo que era, no sabía con quien soñaba, no sabía con quien quería bailar el baile de las siete pestes y no sabía si orinar de pie u orinar sentado.

Dice mi amiga la cínica que el socialismo internacional mordió a Cuba como un depredador oportunista, es decir, a traición. Se aprovechó de la fuerte corrupción imperante en el país, de la ambición y de la codicia de los líderes “revolucionarios” y de la inmadurez, de la ignorancia y del relajo ideológico de un pueblo, para clavar sus garras, para morder desaforadamente y para mentir diciendo que todo iba a estar bien, que construiremos una revolución socialista a noventa millas del imperio más poderoso de la historia y que se vayan preparando, queridos amiguitos y amiguitas, que no van a tener estómago pa’ meter o pa’ guardar tanto arroz con pollo y tantos platanitos fritos.

Así fue como los cubanos caímos en la trampa de la igualdad, de todo para todos, de la unidad y lucha de contrarios y de la revolución para los humildes. Solitos nos metimos en los laboratorios de crear verdaderos esperpentos revolucionarios y nos disfrazamos con uniformes de milicianos, con uniformes de pioneros por el comunismo, con uniformes de combatientes y, lo que es peor, lo que constituye la mayor degradación de los seres humanos, con trajes de policías internos y externos para reprimir al vecino, para matar a nuestros hermanos y para eliminarnos a nosotros mismos de la ecuación del desarrollo, de la fórmula del progreso y de las leyes de la vida.

Por eso, a la vuelta de seis décadas, los cubanos somos lo que somos y tenemos lo que tenemos. Todo este tiempo enorme, demasiado largo, hemos sido objeto de estudios criminales, de vacunas asesinas de neuronas, de análisis de conducta y de pomitos vacíos, de sueros de la falsa verdad y de rayos x de la conciencia, donde han puesto a prueba la capacidad de aguante de todo un pueblo, la capacidad nuestra para tomar decisiones, la capacidad de los cubanos para ser independientes y la “voluntad” que hemos desarrollado para aplaudir a nuestros verdugos.

De ahí lo difícil de nuestra lucha contra la bestia castrista. Una parte grande y activa de nuestros compatriotas pulula en un letargo de pasión revolucionaria sin límites, de miedos y conjeturas que, hasta que quienes hemos abierto los ojos no los ayudemos a despertar, el enfrentamiento al castro-comunismo será muy difícil, pero no imposible, vivir pa’ ver…

Ricardo Santiago.

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