Así están las cosas, esto, tal como va, nos conducirá a casi todos los mortales al matadero, al precipicio, a la ruina o a la reunión de la circunscripción para elegir, por votación unánime, al delegado Alarcón o a, lo que es peor, mucho peor, a vivir en un país donde no hay electricidad, no hay comida, no hay salud pública, no hay huertos con flores de primavera, no hay Sábado sin Sol, no hay con qué aplacar las calenturas del cuerpo y del alma y no hay paz, no hay libertad ni para ver los hijos crecer, no hay vida y si hay muerte, mucha muerte, y unos venceremos de porquería.
Yo digo que, al final de esta novela que se llama las redes sociales, los seres humanos, y cubanos, estamos casi todos locos, es como si tanta información manipulada, sensacionalista, tremendista, amarillista, superflua e hija de la comemierdería, nos hubiera aflojado los tornillitos de las entendederas, nos hubiera cambiado el color de nuestra ancestral masa gris o nos hubiera transformado las neuronas de pensar por imágenes babosas del novio de fulanita o de la casa de menganito.
El mundo, quiero decir las personas, estamos cada vez más vulnerables, mucho más indefensos y terriblemente enajenados de la realidad mientras los ideólogos del cambio climático, de la Agenda 20-30, del nuevo orden mundial, de los paqueticos de pastillitas alucinógenas, de las féminas que no son nada pero que gritan más que el carajo, de los introvertidos de la razón oscura y de los que se pasan la vida anunciando nuevos paquetes de medidas económicas, se aprovechan de tamaña destrucción ética, moral y hasta física, de gran parte de los pobladores de este planeta azul, para inundarnos con la información más vacía y más dañina que uno se pueda imaginar, con el susto de que se van a acabar las croquetas, que ahora lo más varonil es pintarse los labios, que el respeto y la buena educación ya no son tan importantes, que no es bueno comer por la noche, que tomes jarabe para adelgazar y pastillas para ponerte fuerte, mientras gran parte de la humanidad no tiene donde caerse muerta, qué comer, con qué bañarse y hasta en qué pensar que valga la pena.
En Cuba, en Cubita la raquítica, esa Islita del Mar Caribe donde las olas son más salobres, parafraseando al poeta, los cubanos, los seres cubanos, recibimos ración doble, y hasta triple, de cuanta mierda se dice por ahí para mantenernos con los sentidos embotados, para no darnos tiempo a pensar, para que confundamos el mojón con la carne y para que, por sobre todas las cosas, no nos demos cuenta que vivimos en un país de basura, de mentiras, de marchas hacia la frontera, de ilusiones cerebrales, bajo una dictadura de todos los demonios, con vidas apagadas y muertes acechantes en cada esquina y sin el menor principio de respeto a nuestras libertades, a nuestros derechos universales, a nuestra prosperidad y a nuestra individualidad creadora.
Porque se ha desatado tal superficialidad, tal vulgaridad y tal mediocridad en las redes sociales que los llamados youtubers e influencers, que para mi muy pocos, poquísimos, lo son, hacen su Agosto y su bolsillo difundiendo cada imbecilidad que usted termina por pensar si es que la humanidad está involucionando, si inventaron un aparatico pa’ echar la vida pa’trás y vamos en retroceso como unos condenados, si es preferible tener la cabeza llena de estupideces antes que el estómago lleno y el corazón contento o si con tanta ligereza de las nalgas y las tetas postizas, la bella novia del galán amanerado y tonto, los carros de lujo que empobrecen a cualquiera o las declaraciones de fulanito sobre la vida en Cuba, que más idiota no puede ser el infeliz, fueran más importante que luchar porque el ser cubano tenga tres comidas al día, no se inunde su casa desde las entrañas o sus hijos nazcan para ser verdaderamente felices.
Dice mi amiga la cínica que las tonterías, como nuevo mecanismo de la transformación del “mono” en hombre, venden mucho, producen mucho dinero y le dan demasiada visibilidad, muchas reproducciones y muchos “me gusta”, a quienes las utilizan para ser tuertos en el país de los ciegos, inteligentes en medio del pan y del circo, buenos bailadores en la casa del trompo y genios de la lámpara, de la cueva y de más de cientos de ladrones.
Ricardo Santiago.