Lo siento mucho pero Alexander Otaola, también, es el hombre nuevo.

Yo creo que nadie se ha dado cuenta de eso, la gente, mejor dicho, el cubano se acostumbró tanto, se acomodó tanto y se mutiló las entrañas con tanto placer por seguir al “jefe”, por ser obediente y por no tener que pensar por su propia cabeza, que no puede, no quiere y no concibe, andar por la vida sin un pastor, sin un “líder”, sin un ovejero que los guíe, sin un tipo que les grite, que les lave el cerebro y que les cante, los acune y los duerma, sin un quinqué, sin detergente pa’ quitarse el churre y sin luz brillante pa’ no tener los cinco sentidos bien iluminados y dejarse adoctrinar por el primero que nos pinte un bistec con papitas fritas.

Pero nosotros, desgraciadamente, somos así, somos un pueblo forjado al calor de los dimes y diretes, de las estafas bien pensadas, de los conflictos sin resolver y de las penurias estomacales de un fidel castro que se sacó el premio gordo en Cuba, por allá por Enero de 1959, y que hizo de nosotros cuanto quiso, cuanto le salió de sus podridas entrañas y cuanto nosotros le dejamos hacer porque pensamos, por error y por comemierdas, que el muy parlanchín de pico fino era un mesías, un tipo justo, un mandamás y alguien que venía, de Dios sabe donde, a resolvernos un problema que ya teníamos, como por cien años luz, resuelto, muy resuelto y más que resuelto.

Digo todo esto como preámbulo porque esa es nuestra esencia como nación, nos dejamos convencer muy fácil por los cantos de cualquier aura tiñosa ponte en cruz y nos lanzamos, despeñadero abajo, con la ilusión de que este sí, de que este es el fulano que va a salvar la Patria, que nos va a devolver la libertad y que va a poner los huevos por la libre y el café con leche hasta pa’ bañarse.

Dice mi amiga la cínica que nosotros los cubanos a obedientes no hay quien nos gane, que pecamos por exceso en eso de regalarles a otros nuestro carácter, nuestra sapiencia, nuestra voluntad y que preferimos levantar la mano por unanimidad antes que nos pongan arrodillados, en cualquier rinconcito de la vida, con sendos chicharitos bajo las rodillas.

En estas circunstancias y con esos terribles truenos surge un personaje como Alexander Otaola. Un tipo que, a decir verdad, surgió de la nada y se hizo a sí mismo, se forjó en las penurias, los desacatos y las dádivas de las redes sociales y ha construido, por así decirlo, un imperio descomunal que ataca, que doblega, que destruye, que intimida, que sobrecoge y que embobece, a un sin numero de seres humanos, y cubanos, que ven en él sabe Dios qué.

En su defensa también debo decir que tamaña osadía merece atención, algo de reconocimiento y muchísimo cuidado. Yo soy del criterio que cada quien es como quiere y tiene el derecho de decir y manifestar cuanto le venga en gana, pero somos nosotros, los simples mortales, quienes damos, o no, crédito a las imbecilidades ajenas.

Otaola, según mi criterio, es el reflejo, calcado con papel de China, de ese “modelo” de cubano que, desafortunadamente, creó la revolución castrista por allá por los años sesentas del siglo pasado. Un espécimen que debía ser diferente a los cánones establecidos y que tenía que hacerse notar, para combatir los rezagos del capitalismo, por su egocentrismo, su desfachatez, su intolerancia a la opinión ajena, su verborrea amenazante, su vulgaridad, su falta de imagen, su menosprecio al prójimo y su autosuficiencia insuficiente.

Yo digo que todo eso es Alex Otaola, un misionero del absurdo apapachado por la ingenuidad, la falta de perspicacia y la morbosidad de muchos que no atinan a darse cuenta que este “divo” goza con lo que nosotros lloramos, que hace fortuna con la desgracia ajena y que arenga indiscriminadamente para que otros hagan lo que nunca, por cobardía o por placer, hizo en Cuba como muchos de nosotros.

De ahí me niego a llamarlo influencer. Creo, eso sí, que es un buen comunicador, un poco sofocante a veces pero un señor muy hábil en eso de manejar astutamente bien la psicología inversa y, como hacía quien tú sabes, hacer culpables a otros de sus “vergüenzas”, convertir los reveses en victorias pírricas, humillar a quien lo contradiga y sumar a muchos idiotas a su cederista chat de todos los demonios. Por Eso Me Fui De Cuba.

Ricardo Santiago.

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