Esta es una triste realidad, nuestra desagradable y humillante existencia, una vergonzosa verdad demasiado evidente a los ojos que nadie, absolutamente nadie, hace sesenta y cinco años, hubiese creído que pasaría y que Cuba, y los seres cubanos, estaríamos sufriendo y viviendo tamaño estado de desastre, de depauperación y de calamidades físicas y espirituales.
Por eso yo digo que los cubanos somos una especie, una raza, un reflejo apócrifo de la humanidad, que va camino a la desaparición o a la extinsión definitiva. Un grupo de seres humanos que se tambalea constantemente en una cuerda floja a punto de desprenderse de la carpa de circo en la que nos han obligado a vivir por más de seis décadas, una comunidad obligada a expiar, por toda la eternidad, sus miles de pecados o una tribu anclada en los tiempos ancestrales en los que el látigo del mayoral campeaba por su respeto y la sangre bañaba nuestros raquíticos cuerpos.
Porque es que es demasiado, es absurdo, es ilegal y es insostenible, es decir, cada paso que da esa criminal dictadura que usurpa el poder del Estado en mi país, cada acción que emprende y cada medida, o grupo de ellas, como les gusta a esos zátrapas decir, es una vuelta de tuerca más, siempre a la izquierda, apretando nuestras vidas, un jalón más de la soga enrollada alrededor de nuestros cuellos, un derrumbe cada vez mayor de nuestras aspiraciones de salir adelante y otro cerrojo que se cierra sobre nuestra obligatoriedad de ser libres para alcanzar el progreso económico, los derechos cívicos y la vergüenza nacional que se necesita para avanzar y no retroceder nunca más hacia ese Estado fallido de orden, de humanidad y de patriotismo.
Se acaba otro año, otro más, un tiempo que nos ha sido enorme a los cubanos, tanto a los de allá como a los de acá, una sarta de días improductivos en los que hemos malvivido otro período de escasez, de hambruna, de necesidades, de improperios, de brutal represión al cuerpo y al alma, de derrumbes de todo lo sólido, de acumular tristezas por la separación y el abandono, de malgastar las esperanzas en los deseos divinos y en desgastarnos en suplicar porque nos llegue algo, una mínima cosita, que nos toca, solo a nosotros, arrancarle a esta perra vida castro-comunista que, sálvese el que pueda, nos han obligado vivir.
Y es que es eso, se acaba el año y junto con él nos acabamos los seres cubanos, nos desaparecemos, nos difuminamos entre los basureros de esa execrable tiranía morbosa que pululan en cada esquina de nuestra Patria cubana y que, como malos patriotas, hemos convertido en estandartes de nuestra incapacidad, de nuestra cobardía, de nuestro miedo a defender nuestros derechos, de sumisión a los designios dictatoriales y de nuestra apatía a todo lo que destruye la nación cubana.
Dice mi amiga la cínica que nosotros, en vez de arrojar la basura en nuestras esquinas de vivir, tendríamos que hacerlo frente a las “instituciones” del castrismo, frente a sus dependencias del “gobierno” y frente a los locales donde se encierran los del partido comunista a organizar sus grandes cogiocas, a gozar sus bacanales ideológicas y a repartirse en pedacitos un país que nos pertenece, solo a nosotros, como pueblo cubano.
Así nos vamos para un 2024, un tiempo que no será nuevo, ni feliz, ni productivo, ni refrescante y mucho menos próspero, otra época más de inestabilidad, de estrés, de miedos, de escaches, de abusos, de absurdos, de cadenas, de vértigos y de espantos, otra etapa más de rodar hacia el abismo de las fosas albañales y de hundirnos en las letrinas donde, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, hemos ido tirando nuestro orgullo, nuestra hidalguía, nuestros valores como nación, nuestro patriotismo, nuestra vergüenza y nuestra cubanía.
Y como vaticinio asegurado anuncio que mientras no nos sacudamos del cuerpo y del alma esa vil estafa, llamada revolución socialista, los seres cubanos continuaremos padeciendo el mal que nos acongoja, seguiremos lamentándonos por los rincones de la Patria y del alma y seremos los principales culpables del hundimiento de Cuba, y no en el mar como la Atlántida, en esa letrina pestilente, asquerosa y endiablada, que construimos hace más de sesenta y cinco larguísimos años, junto al demonio de fidel castro.
Ricardo Santiago.
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