A la inmensa mayoría de los cubanos no les interesa esa maldita revolución.



La revolución castrista, sus lacayos, sus esbirros, sus siervos y sus defensores compulsivos, nunca van a aceptar que la libertad es un derecho con el que nacen, viven y mueren los seres humanos y cubanos.
La manifiesta intolerancia de esos individuos los obliga a repudiar violentamente cada idea, persona o grupo, que no encaje en su patrón de “razonamiento”, entre por su aro “socialista”, asuma obedientemente su ideología, sus pachangas políticas, asienta con la cabeza “baja”, levante la mano por unanimidad o salte sin pensarlo al barranco del sacrificio porque la patria necesita un mártir pa’ seguir echándole la culpa al imperialismo.
Para esos sujetos el “enfrentamiento al enemigo” se traduce en agresiones, físicas o verbales, donde predomina la histeria, el absurdo injurioso, la mentira, el odio, la difamación, las vulgaridades y la chusmería que, de paso, la han convertido en “el arma principal” de esa mierdera revolución. No existe un solo comunista que cuando abre la boca no expulse un poderoso torrente de pestilencias, excreciones y estupideces como esa que dice yo soy fidel.
El mejor ejemplo de esa violencia discriminatoria fue el mismísimo fidel castro. Ese tipo siempre mandó, dispuso, dictó, ordenó y obligó, jamás en su puñetera vida sugirió, consultó, discutió o propuso.
fidel castro se le impuso a Cuba y a los seres cubanos en la primera persona del singular y nos obligó a vivir bajo el susto de sus locuras, disparates y estupideces. No hubo, en todo el fatídico tiempo en que se sentó en el tibor del poder revolucionario, nadie que pensara mejor que él, que tuviera otras “buenas” ideas, que propusiera soluciones pues el muy hijo de puta fue tan prepotente que nunca permitió una voz más alta que la suya.
Por eso el “disco” a los cubanos se nos ralló en “venceremos” y fuimos incapaces de dar un paso hacia adelante, mucho menos preguntarnos a quién carajo vencimos en estos más de sesenta y tres larguísimos años en que nos aburrimos de despreciar, de ofender y de calumniar hasta a nuestros mismísimos hermanos.
El castrismo es una porquería que no le conviene a nadie. Quien quiera suicidar su economía, su libertad y sus derechos, que adopte esa ideología o esa forma de “gobierno”, en unos pocos meses verá a “presidentes” muy ricos y el hambre, la miseria y la destrucción física y espiritual doblando cada esquina de sus países con la esperanza de vida metida en los cubos de la basura…
Una sociedad violenta no necesita de “gaznatones y pescozones” públicos para serlo. Un país es violento cuando sus habitantes no puedan ejercer sus libertades y derechos como están planteados en la Carta Universal de los Derechos Humanos. Así de simple.
En un país comunista ninguna persona puede vivir “a su aire”. El control absoluto, la vigilancia, la censura, la autocensura y los dogmatismos de una dictadura agresiva y abusadora, entierran la vida de sus habitantes y los programan para decir y repetir las sandeces más grandes que se pueda uno imaginar: Sí, sí, todo está bien mi comandante, al imperialismo no le tenemos miedo, la cebolla pica y hace llorar, socialismo o muerte que no hay más na’ o “quítate de la línea Perico que viene el tren…”.
Todos los seres cubanos conocemos las buenas “malas palabras” y a muchos nos gusta usarlas de vez en cuando. Pasa que no siempre sabemos ser decentes y que cada cosa tiene su momento, su espacio y que el respeto a la idea ajena es imprescindible aunque no estemos de acuerdo y, si no sabemos responder con elegancia, es mejor callarnos, hacer silencio y meternos la lengua en el…
Pero a los comunistas no les enseñan la decencia, todo lo contrario, los “ideólogos” de esa malformación espiritual inoculan en sus seguidores el castro-discurso, las acciones “cavernícolas”, provocadoras, las respuestas ofensivas y los escándalos más desagradables porque carecen de argumentos para el debate pues, después que el mundo ha visto las imágenes de la represión contra las protestas pacificas en Cuba, contra los seres cubanos y contra las caras de angustia de un pueblo que se consume de tanta tristeza, la descojonante miseria que se vive en esa isla, el hambre que nos está matando y que esto que tenemos no es vida, es pura muerte, ya nadie se traga el purgante edulcorado de que la revolución castrista se hizo por los humildes, para los humildes y pa’ comernos un sanguisi de jamón y queso con un vasito de leche tibiecita, tibiecita.
Ricardo Santiago.



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