Ya nadie cree en esa maldita revolución, el castrismo es un cadáver.



Yo digo que la revolución castrista, la que inventaron los castro en Cuba, la que vistieron de socialismo para camuflar sus malas intenciones, la que nos dijeron era para los humildes y así disimular sus propósitos dictatoriales y delincuenciales, la que nos vendieron como del pueblo cuando no es más que una vulgar y descarada tiranía, esa porquería de proyecto social, el que tanto defienden algunos incautos en pleno Siglo XXI, agoniza, se hunde, se desfleca, se “desmerenga” y se pudre.
De nada le sirve, a esa pandilla de criminales y a sus “santos” pecadores, que se jalen los pelos, que griten histéricamente, que se arañen, que rasguen sus ropas, que se quiten los zapatos…, fo, fo, qué peste…, que jimiqueen, que mami qué dolor, qué dolor, qué pena…, pues lo cierto es que el castrismo tiene sus días contados, uno, dos, tres…, zas, zas, zas…, sanseacabó.
Y es que estamos asistiendo al pataleteo continuado de una dictadura que quiere, a toda costa, “sobrevivir” a la destrucción que ellos mismos crearon, sí, así como quien no quiere las cosas, como si fueran las víctimas de este horror interminable que ya tiene más de sesenta y tres larguísimos años o como si ellos no fueran los únicos responsables de la catástrofe física y moral que sufren Cuba y los seres cubanos.
Los castro, los máximos “gerentes” de la debacle de toda una nación, aunque no los únicos, se prostituyen desesperadamente al mejor postor, ahora es el turno del exilio “nacional”, para intentar sostener un poder que no tienen y que solo mantienen mediante la represión, la más feroz represión que puede aplicársele a las ideas, a los reclamos, a la justicia, a unos cuerpos y a unas almas que divagan en constante agonía por una isla marchita, mugrienta y desolada.
Cuba es un país fantasma, con un pueblo muy adoctrinado que aun en medio de la más absurda pobreza bajamos la cabeza, cerramos los ojos, nos tapamos los oídos y nos tragamos el llanto, la desilusión y la tristeza.
Los cubanos, en una inmensa mayoría, no queremos admitir que nuestro país, ese que tanto decimos que amamos, necesita urgentemente un cambio total, radical, quirúrgico, de ciento ochenta grados donde nosotros como pueblo erradiquemos todo vestigio de las estructuras de poder y dominación castro-comunistas, todo rastro de esa plaga empoderada y aferrada a las exiguas “tetas” de una nación a la que han convertido en una letrina con “salideros” y en una vergüenza para la vida y hasta para la muerte.
La revolución de los apagones está en el borde del trampolín y la piscina no tiene agua, culpan a sus mediocres intermediarios de la debacle nacional, de los paquetes de perritos calientes, del pesca’ito “frito”, del profundo estado de coma que padecen y observan cómo a sus defensores no les queda otra que repetir la misma cantaleta que ellos iniciaron, el 1 de Enero de 1959, pero sin un tantico de pasión pues se les acabó “el petróleo”.
Es evidente que ya nadie cree en el 26 de Julio, ni en el 27 ni en el 28, pero mantienen la “gritería” porque no les queda más remedio, han mentido tanto, han ofendido tanto, han calumniado tanto y han agredido tanto que ahora tienen que meterse el rabo entre las patas pues, como dice mi amiga la cínica, quien se acuesta con falsas revoluciones amanece embarra’o de mierda desde los pies hasta el espíritu.
En Cuba, en las calles, dan golpes, abusan del poder que tienen, encarcelan a un ser cubano de pueblo porque reclama libertad y en las redes sociales denuncian todo lo que se mueve libremente para que, quienes expresamos ideas diametralmente opuestas a las “políticamente correctas”, seamos bloqueados y silenciados.
Yo digo que eso es agonía, agonía y de la mala, de la que mata, es la desesperación y la frustración de un régimen que le teme al diálogo, a la confrontación, a la verdad, a la justicia, a que los miremos de frente, a que les llamemos a las cosas por su nombre, a la claridad y al pánico, al terror, al miedo y a la luz porque es la mejor manera de esconder la rabia que hoy sentimos todos los cubanos.
Nunca olvidemos que la revolución castrista nació de una traición, de un espaldarazo a todo un pueblo, de una vil mentira y de un gran absurdo que destruyó la vida de millones de seres cubanos que lo único que querían era un país con justicia, con paz, con libertad y con el mismo progreso que ya teníamos.
Ricardo Santiago.



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