El castrismo nos enseñó y nos obligó a fingir la alegría…




Los cubanos hoy somos un pueblo triste, muy triste.
Cuando yo era muchacho, una de las cosas que más me gustaban en la vida era oír las historias del “tiempo de antes” (se referían a antes de 1959) de los “viejos” de mi barrio. Éramos un piquete de chamacones que nos reuníamos en la esquina a conversar y nos deleitábamos con las historias del Cuchi, de Miky, de Barroso, de Paco, del Pintor y de Clemente.
Con ellos aprendimos de la Cuba que no conocimos porque nacimos como los “hombres nuevos” de Fidel y, obviamente, teníamos que limpiar nuestras almas del más mínimo rezago “del tiempo de antes”, o del capitalismo, como decía la maestra Asela.
Pero gracias a Dios con el “tercio táctico de la esquina” conocimos historias que no nos enseñaban en la escuela porque eran como si se las hubieran tragado la tierra o estuvieran tocadas por “la mano del Diablo”. Con ellos supimos de artistas extranjeros que nos visitaron con sus talentos y excentricidades, de que el peso cubano valía lo mismo que el dólar americano y que muchas veces en el sobre del pago semanal venían “todos mezclados”, que las noches se iluminaban con tantas luces y carteles que hasta se confundían con el sol. de que los cubanos no querían ser comunistas porque estos eran unos oportunistas muertos de hambre, del “delicioso” costo de la vida, de las “completas” en la fonda del chino con el arroz frito incluido, del barrio Colón y el de Pajarito, de poder ir a la bodega y pedir diez centavos de cualquier cosa para comer y llenarte la barriga, de la vida nocturna habanera comparable a las mejores del mundo, de los programas de televisión de CMQ, de que muy pocas personas querían irse al exilio porque aquí había de todo, que en Cuba se imprimía el New York Times y se fabricaba la Coca Cola, de que había de todo dependiendo del poder adquisitivo de cada cual, de que teníamos algunos problemas pero nada comparable a la excelente bonanza nacional y: “Ahora no, después que llegó quien tú sabes y se adueñó del poder, aquí todo está hecho una mierda…”.
Especialmente Barroso me decía que lo que más extrañaba “del tiempo de antes” era la alegría general del cubano, la manera de vivir puertas afueras, el don único que teníamos en el mundo para compartir el buchito de café mañanero y: “Si quieres entender bien lo que yo te digo mira la risa de Bola de Nieve que no hay nada en esta vida que lo ilustre mejor…”.
Yo escuchaba extasiado todas aquellas anécdotas y me parecían algo tan lejano y exagerado que muchas veces dudaba hasta que fueran ciertas. A mí la verdad se me enredaban las ideas porque “el tiempo de antes”, ese que la maestra de historia decía que no podía regresar a la Patria de Martí. Maceo, Fidel, Camilo y el Che, me parecía mucho mejor a la vida que estábamos viviendo.
Con los años aprendí que el socialismo, la vida y la revolución de Fidel Castro no eran más que sacrificios tras sacrificios, miserias tras ahogos, el salario que no alcanza para nada, ¡corre ve a marcar que llegaron los huevos!, penurias y calamidades a repartir por montones en un país donde si no eres “hijo de papá” no comes carne ni una vez al mes.
Después la concreta, la de verdad, el comunismo a pulso o izquierda “izquié”, las becas, las escuelas al campo, el Servicio Militar Obligatorio y comprobar que durante todos esos enormes y largos años la miseria era la misma o se multiplicaba.
La alegría natural del cubano se fue perdiendo entre marchas milicianas, guardias combativas, zafras voluntarias, no he pegado un ojo en toda la noche, reafirmaciones revolucionarias, procesos de rectificación de errores, el mes que viene consolidamos el socialismo y el muy, pero muy concepto comunista quítate tú pa’ ponerme yo.
La desvergüenza del castrismo no conoce límites…
Ricardo Santiago.




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