Yo siempre digo que nosotros los seres cubanos, en estos más de sesenta larguísimos años de maldito castro-comunismo, cargamos sobre nuestras espaldas los desastres de una guerra devastadora librada entre la maldad, la codicia y la desidia de una casta de delincuentes con el poder y la ignorancia, la inocencia y la ingenuidad de un pueblo que, entre muchísimas estupideces, cometió el gravísimo error de aceptar a un tirano como “faro y guía”, a un partido único como rector de sus destinos y a una ideología de mierda como el abracadabra de una supuesta revolución que multiplicaría los panes y los peces, que transformaría el agua en jugo de guayaba, que convertiría la basura y los escombros en espaguetis con albóndigas y que le daría a los cubanos de infantería el mejor nivel de vida que podría alcanzar la especie humana.
De esto se puede estar hablando la mar de tiempo pero les confieso que hace daño. Y nos hace un daño tremendo porque cuando uno relee, para intentar entender el “fenómeno” cubano, toda la bazofia que habló fidel castro, todas las promesas que nos hizo, la cantidad de ilusiones que nos sembró en nuestros corazoncitos proletarios y las veces que “eyaculamos” junto a ese tipejo por los cuentecitos de la mantequilla, del café caturra, del bistecito pa’l niño, de los platanitos micro-jet, del arrocito con pollo y del copón bendito, nos puede dar un tremendo patatús pues entenderíamos que ese desagradable sujeto nos cogió a casi todos nosotros de comemierdas.
Dice mi amiga la cínica que esa guerra desigual en la que hemos estado envueltos por más de seis décadas, es decir, entre la crueldad de un Estado absolutamente represor y terrorista y la violencia silenciosa que sufrimos como individuos y que vivimos como pueblo, aplicada en los racionamientos, los desabastecimientos, los adoctrinamientos, los chantajes patrioteros y los empujones sociales, nos ha convertido, desgraciadamente, en un pueblo desesperado, sumiso, temeroso, sin iniciativas, doble moral, cobarde, conformista y absurdo, tan absurdo, que muchos hoy en el mundo se preguntan, y nos preguntan, cómo es posible que podamos, como pueblo, aguantar tantas patadas por el c…
Y muchas veces siento vergüenza propia y ajena. Se me hace un nudo en la garganta y se me forma un revolico de neuronas cuando tengo que responder tan inquietante pregunta pues resulta muy difícil convencer a alguien, sobre todo a quienes no conocen nuestra realidad de “cerquita”, que cómo es posible que algunos cubanos salgan en las redes sociales, en foros internacionales y hasta en casa de las quimbambas, diciendo que en Cuba no hay hambre, los cubanos son felices, “Vienen a verlas pasar, nadie quiere verlas ir…”, el pueblo lucha codo con codo junto a su revolución del picadillo, somos continuidad y en la cola del pollo me robaron la billetera, mientras en las mismas redes sociales, en otros foros internacionales y hasta en casa del mismísimo carajo, se aprecian imágenes del desastre castro-comunista, se ven a muchísimas madres cubanas desesperadas porque no tienen qué darle de comer a sus hijos, se ven a ancianos viviendo en condiciones infrahumanas, a una buena o mala parte de ese pueblo en condiciones de miseria absoluta y a muchos, a muchísimos cubanos huyendo, desesperados, arriesgando hasta la vida, para escapar de un supuesto paraíso socialista.
Lo más triste de todo este infierno, porque en realidad lo que vivimos los cubanos es un maldito infierno bajo esa dictadura castro-comunista, es la cantidad de imbéciles, de oportunistas, de delincuentes, de inmorales, de subnormales, de “burros” y de hijos de puta que se prestan para servir, de una o de miles de maneras, a ese funesto régimen sabiendo que con tanta sumisión, tanta cobardía, tanta chicharronería, tanto descaro, tantas mentiras y con tamaña asquerosa complicidad, solo alargan, estiran, perpetúan y profundizan el dolor, el sufrimiento, la desesperación y la muerte de un pueblo que, caramba, merece un minuto de paz, necesita tranquilidad, precisa de prosperidad y, lo más importante, le urge vivir en y con libertad para crear, para producir, para soñar y para bañarse.
Y es que, tristemente, la Patria se nos convirtió en una cueva de ratas, en un escondrijo gigantesco de alimañas ocultas tras las bambalinas de una vieja, arcaica e improductiva doctrina, una ideología que solo nos trajo mucha hambre, mucho sufrimiento, mucho dolor y una mediocridad tan grande, pero tan grande, que hoy por hoy somos el único pueblo en el mundo que aplaude a sus verdugos y que acaricia la mano de quienes no nos dan de comer…
Ricardo Santiago.