Los cubanos lo perdimos todo cuando decidimos apoyar a esa miserable revolución socialista.



Para nadie es un secreto que ser revolucionario en Cuba significa comulgar, humillarse y arrastrarse, con la boquita cerrada, los ojos vendados y más de media alma empeñada, tras la dictadura castro-comunista, la peor desgracia que le puede caer a un pueblo, o a un país, en este bendito planeta azul.
También todo el mundo sabe, y si no se los digo ahora, porque basta de pasar por la vida como unos “bipolares” sin conciencia, que el régimen que opera en Cuba, el que nos impuso fidel castro el 1 de Enero de 1959, el que mata y asesina a quienes piensan diferente que ellos, el que no quiere soltar el poder porque piensa le pertenece eternamente, es decir, esa dictadura criminal y genocida, no es más que un entramado de maldades, muy bien estructuradas y aplicadas, que han obligado a los seres cubanos a llevar, por más de sesenta larguísimos años, una de las más aberrantes formas de vida, subsistir para no morir, para no desfallecer y tragar en seco para no sucumbir por inanición en un país donde antes había de todo y hoy, con esa porquería de socialismo estrangulando el sentido común y la esperanza, no hay nada, nada de nada, absolutamente nada.
Pero en realidad ninguna dictadura, por muy “blandita” que quiera parecer, florece en un país y se empina tanto, tanto, tanto como un pino…, sin que esté respaldada por una buena parte, por muchos de sus ciudadanos.
En ese sentido una de las primeras “mordidas” que dio la revolución del picadillo al pueblo cubano, y no por gusto, fue el fascistoide adoctrinamiento de niños y jóvenes en un sistema de pensamiento altamente dominado por el terror, el chantaje, la desconfianza, el oportunismo, la habladera de mierda y la gula ideológica.
Y es que nunca habría sobrevivido ese tirano de tibor si él mismo no hubiera creado y propagado, hasta la saciedad, la idea de un capitalismo malo, repleto de hambre y miserias y un socialismo bueno, el de los bisteces y el jugo de guayaba pa’ comer y pa’ llevar, así de simple.
El tema fue que le creímos, lo aplaudimos y “santificado” seas mi comandante.
Este trabajo de “idiotización” de las masas empezó en realidad mucho antes del 1 de Enero de 1959. El pueblo indefenso, ante el bombardeo de mentiras por parte de la maquinaria propagandística del castrismo, prefirió repudiar al General del progreso económico para aceptar, con jubileos festinados y absurdos, a un “comandante” improvisado, sin más curriculum que un bien ganado mote de muelero y bola de churre.
Pues ese mismo comandante nos desayunó, nos almorzó y nos devoró a casi todos los cubanos de infantería y nos cagó convertidos en milicianos, en cavadores de trincheras infinitas, en “choferes” de cañones antiaéreos, en mendigos de la Internacional Socialista, en deudores de las once mil vírgenes y en indigentes proletarios comiendo porquería racionada y vistiendo ropa cupón para salir “bonitos” en las fotos domingueras al terminar los trabajos voluntarios.
En medio de toda esa catástrofe antropológica, de tanta involución a la mediocridad, al subdesarrollo y a la peste a grajo de los aguerridos militantes comunistas, se fue formando y desarrollando el cubano revolucionario.
Un ser robotizadamente “perfecto”, diseñado por mentes muy reaccionarias para enfrentarse al imperialismo, a todas sus formas de diversionismo y, fundamentalmente, para repetir cuanta tontería marxista le sirviera a la dictadura en su afán de crear una tribuna internacional de histeria populachera mientras escondía, como María moñitos, sus verdaderas intenciones, el robo, la corrupción y el desfalco de nuestro erario público nacional.
¿Cuántas generaciones de cubanos manipulados y utilizados por esa vil y carroñera doctrina castrista?
Porque, y esta es una verdad como un templo, el castrismo nos sembró dentro del cuerpo el policía, el seguroso y el vigilante como la asignatura más importante de su sucio plan de formación del hombre nuevo. Nos prohibió abrir el alma para aceptar al prójimo porque la duda siempre nos asalta y vemos en cada ser que se nos acerca un informante del régimen, un miembro del G-2, del G-3, del G-4 y de todas las G con capacidad para reprimir y matar.
Y es que, al final de esta pesadilla interminable que vivimos, la suspicacia y la desunión son el caldo de cultivo más importante en la vida de todos los cubanos, crecimos y nos formamos en un país donde hay que hablar bajito y no contar nuestros verdaderos planes para, supuestamente, protegernos del “mal de ojo”.
Pero el castrismo se cogió el c… con la puerta con eso del hombre nuevo porque, y es natural, no hay “santo” que sea nuevo, nuevecito, con la barriga vacía y el corazón triste por tanto tiempo.
Ricardo Santiago.



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