La dictadura castro-comunista, es decir, la muy mal llamada “revolución cubana”, tiene un “arma secreta” que usa contra los seres cubanos cada vez que se siente intimidada o sabe que, por hastío, por cansancio o porque “eso” no hay quien lo aguante, el polvorín, en que se ha convertido esa estúpida “sociedad socialista”, está a punto de reventar e irse “la paz mundial” a la mierda.
Había una frase muy popular en Cuba que decía: “A mí lo mismo me da un mitin que un homenaje”.
A simple vista puede resultar graciosa por lo dicharachero y porque, en cierto modo, refleja una actitud muy común entre muchos cubanos, pero, si le metemos un poquito la “masa” de pensar, nos daremos cuenta que cualquiera de estas dos “actividades”, en Cuba, sólo pueden ser organizadas, autorizadas y ejecutadas por el régimen castrista pues son estos malditos quienes únicamente deciden a quiénes se les “canta” y a quiénes se les “aplaude”.
El mitin de repudio “revolucionario y socialista” del castrismo es el mayor acto de cobardía “política” que cometen, quienes ostentan el poder y la fuerza, contra ciudadanos indefensos.
Yo desconozco si fidel castro fue quien inventó esta aberración humana, sólo puedo decir que tal abominación está hecha a su imagen y semejanza pues no hay nada más vil, en esta vida, que la “guapería” concentrada en una multitud que tiene el permiso dictatorial para ofender, lastimar, acosar y hasta para matar.
Impunidad, odio, venganza, impotencia, vocingleros del régimen, títeres envalentonados, chusmería a granel, abusadores, hipócritas y del clarín escuchad el sonido que cuando esto se acabe nos van a dar una meriendita, y ojalá no sea pan con tripa otra vez.
Realmente tales manifestaciones fascistas, criminales y cobardes, empezaron en Cuba, sin que tuviéramos conciencia de la tamaña mariconada social, el mismísimo 1 de Enero de 1959 cuando los cubanos nos lanzamos a la calle a “celebrar” la huida del General Batista.
Después vino lo otro, lo que para desgracia nuestra se convirtió en un hábito, las concentraciones multitudinarias en la Plaza Cívica, los discursos interminables del cambolo de Santa Ifigenia, los desfiles, las marchas agotadoras pero “con la moral más alta que el Turquino”, las reuniones en los sindicatos, en los CDR, en las escuelas, y todo, absolutamente todo, lo que nos fuera útil para gritar ¡abajo el imperialismo! y así desviar la atención popular y enmascarar las verdaderas intenciones de la supuesta revolución de los humildes y para los humildes.
En 1980 estos repugnantes y miserables actos terminaron de tomar forma cuando los sucesos de la Embajada del Perú y la posterior debacle nacional con la emigración de miles de cubanos por el puerto del Mariel.
A algún esbirro de la dictadura castrista se le ocurrió que la mejor manera de demostrar la “pureza” de la revolución, “en este momento tan difícil que vive el país”, era enfrentar a cubanos contra cubanos, a hermanos contra hermanos, a amigos contra amigos, vecinos contra vecinos y a la Patria contra la Patria: “No importa, hay que demostrarle al mundo que nuestro fidel, nuestro padre, nuestro guía, es hoy más invencible que nunca, aunque muchos se quieran ir pa’l carajo de aquí”.
Huevos volando, piedras, insultos, heces fecales para salvar el socialismo, golpes, puñetazos, patadas, palos, gritos, histeria, arengas, cantos, carteles y, por supuesto, la bandera cubana, usada indiscriminadamente y sin respeto para hacerle creer al mundo que quienes se van de Cuba no tienen derecho a amarla.
Nunca en Cuba se vio semejante acto de barbarie nacional. Las mugrientas hordas “excitadas”, o brigadas de respuesta rápida, lastimando, agrediendo y arrollando cual carnaval sangriento, engalanados de impunidad y protegidos por las leyes fidelistas con licencia para matar si fuera necesario, “pero a esta revolución no la tumba nadie”.
El colmo del paroxismo cubiche, la cima de la “perfección” en materia represiva, la insensatez humana elevada a la máxima expresión, es el uso de niños en estos actos. No es nuevo en la historia de la humanidad, pero en Cuba trascendió la maldad y destrozó el verdadero amor que debe sentir una sociedad hacia sus “locos bajitos”.
Los mítines de repudio son el arma más mortífera de la maquinaria castrista y ellos lo saben. Sus ideólogos no temen echarla a andar contra alguien o contra todos. Les da lo mismo. Les excita. La disfrutan.
¿Cuántos cubanos fueron y son víctimas de estos cobardes actos? ¿Cuántos cubanos fueron y son lesionados físicas y mentalmente por estos mítines revolucionarios?
Ahora mismo, en plena Habana, ante la mirada indiferente de cientos de miles de cubanos, un grupo de jóvenes son víctimas del odio y de la cobardía castristas…
Ricardo Santiago.