Cuba: La penitencia de ser “cubano” o la vergüenza, la desgracia, de ser uno de “ellos”.



Yo digo que el mayor daño causado por el castro-comunismo a la nación cubana, a esa isla grande, grandísima, “hundida” en medio del Mar Caribe, a ese pedazo de tierra que tanto añoramos quienes nacimos allí, es espiritual, es psíquico, es moral, es sicológico, es anímico, es inmaterial y es del alma, de pura alma, así de triste y vergonzoso.
Porque más allá de la destrucción física, de la pudrición, del abandono y de la extrema miseria creada, difundida y eternizada, en toda Cuba, por el régimen, la dictadura, la tiranía, más ineficiente, más involutiva o más represiva de toda la historia de la humanidad, sobresalen, para desgracia de todos los seres cubanos, la perdición espiritual, la baja catadura moral y la insana anti-ética, en que yacemos la mayoría de nosotros, a la par del desamor y la subjetividad con que tratamos nuestra realidad nacional, nuestra estupidez elevada a símbolo patrio y, lo que es peor, mucho peor, la traición a los valores que nos legaron nuestros antepasados y que definieron, como el non plus ultra de toda una nación, los rasgos más excelsos de nuestra cubanía.
No me voy a referir hoy a la hecatombe física de un país sumergido en la putrefacta letrina del castrismo o en el pestilente tibor del socialismo, no, esa asquerosidad está, repito, para desgracia y vergüenza de todos los seres cubanos, reflejada en cientos de miles de imágenes y comentarios que circulan en Internet, en las redes sociales y en la memoria de las personas honestas de este mundo…, hoy quiero intentar describir, reflejar o demostrar, esa otra catástrofe que no se ve, que no se siente, fidel está presente…, que no se puede retratar, y que prolifera, como monumento a la idiotez colectiva, en un país donde, a esta altura de la vida, muy poquito, o casi nada, puede ser rescatado.
Dice mi amiga la cínica que el castrismo ha devenido, en el transcurso de estas más de seis décadas de revolucionaria existencia, en algo así como un sustrato ideológico, una raquítica fuente de alimentación subliminal, un pan con croquetas de subproducto o un refresquito de esencias indefinido, en la formación espiritual de varias generaciones de cubanos que, independientemente de su forma de pensar, o de “sentir” esa mierda de revolución socialista, sobresale en las actitudes que nos definen, en las acciones que acometemos, en los análisis que mostramos o en las decisiones que tomamos.
Y, es cierto, los seres cubanos estamos hoy a millones de años luz de lo que fueron nuestros antecesores, nos hemos distanciado superlativamente de lo que éramos como nación y nos hemos transformado, para total desgracia nuestra, en unos esperpentos de la vulgaridad, en unos esclavos de la irracionalidad, en unos “memes” de la propiedad social sobre los medios de producción, en unos reflejos permanentes de la indecencia y en unos imitadores confesos de la pedorrea comunista, de la babosería castrista y del discurso malévolo de un régimen que nos destruye moralmente para poder someternos, doblegarnos y asesinarnos.
Digo todo esto porque no importa en qué “bando” estemos, no, cada ser cubano de hoy, es decir, la mayoría de nosotros, no podemos desprendernos del castrista que llevamos dentro, del fidelista que nos inocularon con tantos mi papá es fidel, yo amo a la revolución o viva la loca del General de la pamela.
Nos hemos convertido, también, en fieles perpetuadores de la mediocridad, del absurdo y de las groserías de un régimen que multiplicamos, consciente o inconscientemente, con cada una de nuestras palabras dándole “continuidad”, riendas sueltas, al tamaño disparate disfuncional que tanto ha destruido a la nación cubana, donde quiera que estemos, donde quiera que hablemos o donde quiera que vivamos.
Triste, muy triste, por eso digo que esa porquería de revolución será eterna, durará por los siglos de los siglos y causará más daño del que nos ha causado pues si de algo los cubanos no podemos desprendernos es de la virulencia, de las mariconadas, de los horrores de la batalla de “ideas”, de la “hemoglobina” socialista y de las bestialidades con la que nos adoctrinaron, nos “educaron” y que, hoy las reconocemos, pero muy pocos podemos deshacernos de ellas.
Por eso insisto en que derrotar al castrismo, vencerlo y borrarlo de la faz de la tierra, es tarea individual, es un yo, tú, él o ella que asusta pero se necesita, es esa responsabilidad que empieza por “casa” pues resulta imposible imponerse a una hijeputada tan grande pareciéndonos a ellos, hablando como ellos, pensando como ellos o, lo que es peor, muchísimo peor, siendo, queriendo o sin querer, como uno de ellos.
Ricardo Santiago.



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