En Cuba, los cubanos, sin excepción, vivimos en constante agonía bajo un régimen que nos subyuga, nos martiriza, nos deshonra, nos inhabilita y nos tiene en constante penitencia sobrellevando, so pena de someternos al escarnio del látigo del “mayoral”, la vida más miserable que puede soportar un ser humano, o cubano, en este mundo en que vivimos.
Ni el mismísimo fidel castro se salvó de tamaña degeneración de la libertad de los hombres. El cambolo de Santa Ifigenia fue, al final, y quitando toda esa mierda de su prepotencia pandillera, un tipo que vivía caga’o de pánico porque no quería morirse, que lo ahorcaran en medio de la Plaza Cívica de La Habana y, además, fue víctima de sus propias mentiras, de sus asquerosos absurdos y de sus diabólicos excesos e hijeputadas que terminaron poniéndolo a “caminar” de medio lado, haciendo el ridículo y hablando porquerías como un trastornado por toda “La Vie en Rose”.
Y es que la revolución del picadillo nos trajo a los seres cubanos una involución tan grande, pero tan grande, que terminamos retrotrayéndonos como nación a la época de los barracones, de los trabajos forzados, de los tratos inhumanos, del café agua’o y del chantaje emocional colectivo para satisfacer las “comodidades” de un pequeño grupo de individuos, donde la libertad es “moneda de cambio” o hay que ganársela arriesgando la vida, “rompiendo montes” con el pecho, con los brazos, con la vergüenza y con la esperanza de ser feliz algún día.
Porque esa es una realidad, fea y triste pero es la verdad. En Cuba nadie es libre, todos estamos encadenamos a las leyes más criminales, fascistas y tormentosas que existen, a los excesos egoístas y déspotas de una dictadura que no escatima esfuerzos, ni se esconde, para someternos a latigazos, “sembrarnos” en el cepo revolucionario y tenernos sin pan y sin agua porque no admite que los sentimientos de humanidad, solidaridad y hermandad de los cubanos, sobrepasen la maldad, las injusticias, la mezquindad y la desidia de un grupúsculo de imbéciles aferrados al odio, a la envidia y a la desnutrición.
En Cuba nadie, absolutamente nadie, se salva de ser sometido a esa malintencionada esclavitud. Ni artistas, ni intelectuales, ni amas de casa, ni vividores, ni militares, ni profesionales, ni estudiantes, ni obreros, ni campesinos y ni siquiera los propios “canes” del régimen dictatorial pueden aspirar a ser hombres y mujeres “libertos” o tener la independencia que exhibe un ciudadano común en cualquier parte del mundo.
Y es que el castrismo lo tiene todo regulado, sentenciado y demonizado en esa isla que se han robado y que nos vio nacer a la mayoría de nosotros.
En nuestro país nada ni nadie puede moverse sin antes portar un “salvoconducto” del régimen que nos autorice a pensar, a hablar, a comer o hacer la más mínima labor humanitaria porque, sencillamente, le han prohibido al ser cubano hasta que abra las puertas de su corazón y de su alma para ser caritativo porque, hasta la “bondad” en Cuba, tiene que ser tramitada por los “mecanismos del Estado”.
Yo digo, una vez más, que lo de esa porquería de revolución y de su invento de tibor del socialismo es mucho con demasiado. Las estructuras dictatoriales impuestas a la nación cubana semejan a las peores condiciones en que vivían los esclavos en cualquier sociedad desde que al primer hijo de puta de la “historia” se le ocurrió que podía obligar a otro ser humano, o cubano, a trabajar para él sin tener que pagarle y que, además, “sobreviviera” en condiciones miserables.
No voy a referirme a los diversos elementos que demuestran la criminal esclavitud a que sometió, y somete, el castrismo a todo un pueblo, desde el 1 de Enero de 1959, porque eso casi todo el mundo lo sabe o lo sufrió en carne propia, le ronca el pasaporte pero es así, son varias las generaciones nacidas con los grilletes de esa malsana ideología enganchados al cuerpo, al alma, y que, por desgracia, muchos arrastramos de por vida aun largándonos de aquel maldito infierno.
Porque la esclavitud castro-comunista también es espiritual, es un “dogma” invasivo que ataca ferozmente la conciencia de los individuos, o grupo de ellos, y los anula de tal manera que los convierte en esperpentos criminales, represores y esbirros, como los secretarios del partido, los delegados del poder popular, los jóvenes comunistas, los policías, la “guardia imperial” y hasta un “presidente” pendejo, que cumple “satisfactoriamente” los deseos de un amo todopoderoso, aunque tengan que matar de hambre y desesperación a un pueblo entero…, una criminal verdad.
Ricardo Santiago.