Cuba: Un país que vive, que sobrevive, bajo un régimen de terror, de espanto y de miseria.



Así, triste y desgraciadamente, vivimos, o, mejor dicho, malvivimos, los seres cubanos, es decir, humillados, esclavizados, subvalorados, despreciados, segregados, pisoteados, estrangulados, ahogados, avergonzados, ridiculizados, subalimentados, desprotegidos, asfixiados y marcados por el hambre, la locura y la miseria.
Una mala vida gris matizada constantemente por los avatares de una realidad cruel, inhumana, politizada y reducida a un patria o muerte donde todos o, para ser más exactos y no pecar de absolutos, la mayoría de nosotros, por una razón o por otra, hemos ayudado, con nuestro fervor, nuestra apatía o con nuestra propia cobardía, a que esa criminal, brutal y asesina dictadura terrorista de Estado, se haya constituido y enquistado, sobre todo esto último, en el corazón de nuestra Patria y en la vergüenza, la razón y el patriotismo, de muchos de nosotros los seres cubanos.
Y yo digo que basta ya de justificarnos con nuestra ingenuidad y nuestra comemierdería tributaria de los años sesentas del siglo pasado, llevamos más de seis décadas, seis larguísimas décadas, un tiempo demasiado atrofiante como para no haber aprendido la “lección”, como para no quitarnos la venda de los ojos y como para no haber entendido que con revoluciones socialistas no se come, no se descansa, no se duerme y no se siente porque se siente, se siente, el muerto oscuro está presente.
Porque al principio ok, es decir, la borrachera proletaria y la adrenalina humilde se nos dispararon hasta niveles nunca antes experimentado por ningún otro pueblo del mundo y nos lanzamos, como buenos exagerados que somos, a apoyar a un tipejo que, con palabras incendiarias sobre un enemigo fantasma y con promesas de un futuro repleto de papitas fritas, nos prometía que con el solo hecho de convertirnos en socialistas, de seguirle ciegamente, la vida se nos “arreglaría”, nadaríamos en la abundancia y alcanzaríamos la verdadera felicidad.
Pero nada de lo que tanto prometió, ni nada de lo que tanto alardeó, lo cumplió, lo pudimos tocar con nuestras manos de cubanos de infantería o se pudo constatar en la realidad objetiva de un país que poco a poco primero, y a pasos agigantados después, se fue hundiendo en el desastre, en la improductividad, en la involución, en la locura y en la pérdida de la vergüenza nacional.
Una preguntica: ¿De qué carajo nos sirvió, en realidad, ese socialismo, ser fidelistas o ser comunistas?
Ahora somos un país y un pueblo viviendo un absurdo existencial, una abominación social que se ha enraizado en todos los niveles de la sociedad y que destaca tanto por la ausencia total de valores éticos como por la escasez de lo material incluyendo el alimento vital para poder vivir la vida.
Dice mi amiga la cínica que en eso los castristas tienen razón cuando dicen que esa mierda de revolución es fuerte, que es más fuerte que nunca porque, en la vida real, nadie se explica, y resulta totalmente incomprensible, cómo un “gobierno”, que ha probado su ineficacia, su malísima gestión, por más de sesenta y dos larguísimos años, aun esté en el poder, sentado en el tibor del socialismo, y el pueblo, abrumado por tanta represión, tanta hambre y tanta miseria eterna y sostenida, no lo haya sacado a patadas por el c… y devuelto a las frías estepas repletas de “osos” donde inventaron esa porquería de régimen “social”.
Yo digo que somos demasiado torpes, que es demasiada nuestra bobería cubana, excesiva nuestra “revolucionaria materia gris”, para permitirnos entender que somos los únicos culpables y responsables de la destrucción de Cuba y de la mala vida que llevamos como pueblo, que aun hoy, después de tantos fracasos, tantas mentiras y tantas campañas propagandísticas de una tiranía feroz e inconclusa, muchos de nosotros continúan apoyando, como ahora con ese invento de vacuna inacabada, los supuestos logros de una maldita revolución que nos tiene a casi todos vueltos medio “locos” y muriéndonos de contagio y de propagación de un virus raro, rarísimo.
A veces pienso que el mal nuestro de cada día sí nos durará cien años, que tendremos desgracias de todos los colores por los siglos de los siglos pues cada vez que uno de nosotros, uno solo de nosotros, decide “reconocer” que esa revolución es “buena”, queriendo, o sin querer, eterniza tamaño sufrimiento para un pueblo que, cada vez más, lo quieran ver o no, se hunde en la letrina que construyó el castro-comunismo para todos nosotros.
Y sí, lo digo con decepción, tristeza y melancolía, un pueblo que adora a sus verdugos, que prefiere vivir en la deshonra, que acepta la mala vida porque ideológicamente está comprometido con el absurdo, es un pueblo condenado a morir víctima de todos los “virus” del mundo.
Así de triste.
Ricardo Santiago.



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