La violencia en Cuba castro-comunista es mucho más, muchísimo más, que un montón de tiros, machetazos, que miles de gaznatones o que toneladas de gritos por los más diversos, inusuales, justificados o absurdos motivos.
La violencia en Cuba es la vida misma, es decir, la peor vida que se puede vivir por un pueblo pues los seres cubanos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, lo hacemos en una sociedad marcada, profundamente lacerada, por la escasez de alimentos y de valores morales, por la ausencia total de las libertades necesarias para que los individuos “respiren”, por una profunda crisis económica convertida en vergüenza nacional, por la pérdida total de esperanzas, por la enorme indefensión y desprotección de los ciudadanos ante un régimen terrorista, abusador y despiadado, por la insalubridad en nuestros campos y ciudades y por, en fin, por la complicidad, la cobardía, el oportunismo y el descaro, de cientos de miles de otros cubanos, que aun defienden tamaña y monumental aberración dictatorial.
Tristemente la violencia en Cuba ha devenido en enfermedad, en una patología circundante a la supervivencia en un país donde lo elemental se transformó en fantasía, lo esencial no hay dios que lo pueda ver, lo imprescindible brilla por su ausencia y la falta de razón, o la pérdida total de vergüenza y de civismo ciudadanos, ha engendrado los peores monstruos que pueden existir.
Dice mi amiga la cínica que los cubanos, tras muchos años de recibir el peor adoctrinamiento, la más ridícula exacerbación de un nacionalismo baboso y la falsa creencia de que somos el pueblo más “internacionalista” y más altruista del mundo, nos hemos formado, y lo que es peor, nos hemos creído, que somos los “tipos” más fieros, más guapos y más “cojonuos” de la galaxia sideral, al punto que hemos terminado, increíble y funestamente, hasta matándonos entre nosotros mismos por un simple “muslito de pollo”.
Pero esa es la esencia del socialismo, “desvirgar” al ser humano de su conciencia como individuo para proveerlo de una falsa colectividad que, al final y en la concreta, se traduce en una inconsciencia dominante que acaba con todo, que lo destruye todo, que lo enajena todo y que arrasa con todo pues los seres humanos, y los seres cubanos, terminamos perdiendo el sentido de pertenencia, el amor propio, el respeto por nosotros mismos y la vergüenza, sobre todo la vergüenza.
Cuba es un país, aunque muchos no lo crean, que se encuentra inmerso en su propia “tercera guerra mundial”, un conflicto bélico interno que se inició, el 1 de Enero de 1959, cuando un miserable oportunista, al frente de una asonada terrorista, se empeñó en convertirnos en un gigantesco campo de concentración, en su finca privada y en su laboratorio impúdico donde elaboró, y llevó a cabo, los peores experimentos de exterminio y de sometimiento a seres cubanos.
Fue así, justamente, como asumimos la violencia como forma de vida. Primero contra los “rubios” del Norte, a los que les dijimos de todo, con total descaro y guapería barata, pues nos creíamos “invencibles”, nos dejamos convencer por el “fidel de la montaña” que moriríamos defendiendo esa mierda de revolución hasta la última gota de sangre y, por suerte o por desgracia, el tiro nos salió por la culata, los imperialistas ni nos hicieron caso, nos tiraron a relajo, nos cogieron pa’l bonche y se burlaron de nosotros porque, y eso lo sabían las Naciones Unidas en pleno, nos podían eliminar como moscas de un solo escupitajo.
Pero, de tanta gritería, de tanta marcha combatiente frente a la “Oficina de Intereses” y de tanta protestadera necia, oídos sordos, nos quedó en el alma el fanatismo, el chovinismo, el “barrioterismo” y la agresividad que, con tantos gaznatones, palazos y pedradas sin usar, preferimos, en vez de enterrarlos en las trincheras que construimos, por lo de la bomba atómica, tirárnoslos entre nosotros, por donde te agarre desgracia’o, para acceder al miserable y agónico pedacito de mala vida que nos permitieron ese mismísimo fidel y su maldita revolución del picadillo.
Por eso digo que la violencia en Cuba está en la mirada de cada cubano. No existe, ni uno solo de nosotros, que no refleje en su rostro las ganas de “matar”, los deseos de defenderse o la necesidad de empujar al prójimo, para “dejar de ser, antes que dejar de ser revolucionarios”.
Una triste realidad que nos ha consumido la Patria, que nos destroza como pueblo, que nos enfrenta como amigos “para toda la vida” o como enemigos hasta la muerte y que, como dice mi amiga la cínica, nos deja como un país de bárbaros, de salvajes y de desquiciados.
Ricardo Santiago.