Cuba, una nación esclava, un país tiranizado y un pueblo doblegado por el hambre.



Así mismo, aunque nos duela, pero esa es la pura verdad, hoy somos un país esclavizado, un pueblo subyugado, aprisionado, destrozado por un invento de socialismo que lo único que ha logrado, y por desgracia lo hizo muy bien, más que bien, fue encadenarnos a los seres cubanos al poste de una maldita revolución y, peor aún, convertirnos en sus conejillos de Indias para experimentar con nosotros las peores aberraciones ideológicas y que, además, las aceptáramos cantando, “felices y contentos”.
Porque es que así nos ven esos esbirros, es lo que nos han hecho creer, lo que nos han exigido, lo que nos han impuesto, lo que nos han inculcado para que como tal actuemos, para que seamos unos estudiantes, unos obreros y unos campesinos obedientes detrás del fantasma que recorre el mundo aunque, el muy hijo de puta, nos conduzca al abismo y nos despetronque la existencia por ahí pa’ bajo.
Yo digo que, después de más de sesenta y dos larguísimos años de tan terrible agonía, ya nadie tendrá dudas de que eso es lo que creen esos malnacidos, esos ejecutores del terror, esos portadores de la represión y la infamia, esos comisarios ansiosos por meterle el de’o a la mermelada socialista, tenientes de la leche en polvo por la izquierda, serviles lacayos del ideario reaccionario del cambolo de Santa Ifigenia, verdugos y ladrones de la pureza, herreros de la maldad, artesanos de la bobería, en fin…
Por suerte muchos de nosotros, gracias a Dios, a nuestra inteligencia y sobre todo a nuestra vergüenza, logramos romper las cadenas ideológicas, las del grillete, el arique y la banderita de papel metida en el c…, y de una forma u otra buscamos la libertad para nosotros y para nuestros hijos.
Algunos conseguimos desatarnos del “cordel” con que nos amarraban en Cuba y con el que nos manejaba a su antojo un “papá estado” con los ojos enrojecidos de maldad, los dientes afilados para roer y morder, la lengua negra de gritar, regañar y prometer, y unas manos largas, enormes, para pegar, castigar, taparnos la boca y así evitar que el mundo supiera que el llanto con que nacimos, en Cuba, bajo esa criminal dictadura, no es de vida y sí de tristeza, de desolación y de martirio.
A otros, es decir, a los meroliqueros de la revolución del picadillo, a los apandillados del General de la pamela, a los yo soy fidel, a los habladores de cáscaras en las redes sociales, a los defensores de lo indefendible, a los morcilleros del teatro castrista, a los cara de tablas aspirantes al concreto, y a la partida de imbéciles que pululan en internet para hincar el diente y contagiar con su rabia, a esos sí les gusta tener la cadenita del “27” de Julio enredada en sus cuellos, en la lengua, en la cintura y que por las noches los aten a una mata de guácima y les den unas cuantas patadas por las nalgas pa’ sentirse más revolucionarios, más fidelistas y más comunistas que nadie.
fidel castro fue un tirano, eso queda más que claro, pero, más que eso, fue, a mi juicio, un esclavista antiguo reencarnado en un dictador moderno que se disfrazó de “Espartaco” y engañó a medio mundo.
Ese cacho e’ cabrón dispuso del pueblo cubano como le salió de sus asquerosas entrañas. Desde que puso al mundo al borde de un cataclismo nuclear, a principios de los 60s del siglo pasado, no tuvo reparos y promovió las movilizaciones indiscriminadas de hombres y mujeres con fines militares, adoctrinó al pueblo con una repugnante ideología, obligó a que los niños cubanos fueran como un argentino malísimo, desató masivas movilizaciones agrícolas que nunca les quitaron el hambre a nadie, enfrentó a cubanos contra cubanos, rompió la familia cubana en millones de pedazos, mandó a morir a muchos de los nuestros en guerras ajenas y desagradecidas, inventó “la casa del oro y la plata”, repartió el hambre por camiones, desintegró la Patria y, cuando ya no tuvo más que pulverizar, se cagó hasta en su maldita revolución y en su mediocre socialismo.
Por eso digo que con tanta locura y tantos disparates, los cubanos, queriendo o sin querer, vivimos como si fuéramos propiedad de ese régimen que, sin el menor respeto, nos utiliza y manipula según su conveniencia.
El ser cubano por tradición siempre fue un alma libre, pasa que nos dejamos engatusar por un tipejo que nos vendió un paraíso inexistente, que nos engañó la adrenalina nacional, que se aprovechó de nuestra ingenuidad política, para conducirnos a los cubanos, marchando de uno en fondo, a un lúgubre barracón donde solo nos esperaban el cepo y la tortura.
Ricardo Santiago.



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