El adoctrinamiento castrista nos dejó a muchos cubanos estúpidos, zonzos y sinvergüenzas.



Y es así, así mismo es, y lo digo porque la única verdad, el resultado más visible, la consecuencia más palpable por los tantos y tantos años, décadas, siglos, de adoctrinamiento castro-comunista, por las toneladas de aplausos que dimos, por los cientos de miles de veces que bajamos la cabeza y cerramos los ojos, por la enorme cantidad de silencios que hicimos y por los millones de “pasos al frente” que dimos, sin pensar siquiera que nos estábamos corrompiendo, comprometiendo y sirviendo a un perverso, monstruoso y doctrinero “socialismo”, fue que muchos cubanos nos quedamos con escasa o total ausencia de materia gris, nadando en cubos desfondados de mediocridad y simplismo, repitiendo lo que otros dicen porque no tenemos ideas propias y riéndole las insolencias a cualquier mequetrefe que nos asegura que va a salvarnos del hambre, de la miseria, de la peste a sobaco y de las colas pa’ comprar el pollo.
Son varias las generaciones de seres cubanos marcados por tan desagradable estigma, es decir, por el sello de una maldita revolución que nos obligó a obedecer antes que a razonar, que nos indujo a buscar la cantidad y no la calidad, que nos echó mucha sal en las heridas porque, según los comunistas, los revolucionarios no lloran, que nos dividió como enemigos en vez de sumarnos como hermanos, que nos dijo haz lo que yo digo y no lo que yo hago y que nos precisó a morir para “vencer” y no a vivir para ser, sencillamente, seres cubanos libres.
Por eso hoy vemos a tantos cubanos haciendo el ridículo por el mundo, empezando por el presidente portátil del castrismo y terminando por el de pueblo que, con dos varas de hambre, viviendo literalmente entre la mierda, con la barriga repleta de parásitos intestinales e ideológicos y sumido en la más dolorosa indigencia, repite, como un disco rayado que tiene más de sesenta años, que la culpa de nuestras desgracias “constitucionales” las tiene el imperialismo yanqui, la contrarrevolución interna, la gusanera de Miami y Dios que, el muy misericordioso, se olvidó de nosotros tan “buenos” que hemos sido.
¿Hasta dónde puede llegar la estupidez humana?
¿Hasta dónde pueden llegar la mediocridad, el simplismo y la mezquindad de algunos seres cubanos?
¿Es que no queremos darnos cuenta que con solo eliminar a esa maldita revolución del picadillo, y a todos sus “componentes”, Cuba respirará mejor, sanará sus heridas y resurgirá de entre los escombros, los basureros y los derrumbes?
Dice mi amiga la cínica que la ceguera ideológica de la mayoría, adquirida por los cientos de transfusiones revolucionarias que nos sonaron a lo largo de nuestras vidas, va más allá de la simple venda en los ojos con la que nos obligan a crecer en Cuba y hoy la llevamos tan arraigada en nuestro ADN que muchos, incluyendo a destacados anticastristas y amantes de la libertad y la democracia, no ven cuán dañino es que niños jueguen descalzos en la calle, se expongan a los peligros de una ciudad que se derrumba, confundan bañarse en los aguaceros con “felicidad” y nos quieran hacer creer que un guerrero suajili pasa inadvertido en un campamento de vikingos.
La doctrina castrista es muy fuerte, es un ábaco de mariconadas físicas y espirituales encaminadas a destruir el poder de razonamiento de los seres cubanos, un arma que utilizó siempre ese maldito régimen para que nosotros nos conformemos oliendo la misma “peste” todos los días y seamos cada vez más dóciles, más sumisos, más comemierdas y más cobardes.
A nadie le importa el ridículo que hacemos cuando decimos, por ejemplo, “Cuba va”, patria o muerte, venceremos, somos continuidad o la limonada es la base de todo. Nadie siente vergüenza por la cantidad de barbaridades que decimos los cubanos a la hora de analizar esta perra vida que llevamos soportando por más de sesenta larguísimos años, nadie es capaz de entender que todo ser humano tiene su propio cerebro y por ende sus propias ideas y nadie, absolutamente nadie, es capaz de decir basta ya de tanta porquería y démonos valor primero como individuos antes que como grupo o sociedad.
Yo digo que la gran tragedia nacional que padecemos los cubanos pasa por cada uno de nosotros. Todos, de una forma u otra, somos partícipes, cómplices, dolientes o parientes de que nuestro país este destrozado, herido y moribundo, tenemos que meditar sobre el grado de responsabilidad que aportamos al hedor de la Patria y con nuestra verdad, con la de cada uno, sin fraudes amigueros, desenmascarar a los verdaderos culpables de que seamos viajeros en pelotas mentales.
Aclaro, como en todo, hasta en los saquitos de repartir la vida, siempre hay mentes lúcidas que escapan a tanta brutalidad, no os sintáis ofendidos que la Patria os contempla “orgullosa”.
Ricardo Santiago.



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