El hambre, la miseria y el miedo nos tienen a los cubanos sin vida y sin esperanzas.



El cubano de infantería amaneció ese día con un “susto” en el estómago. Un sube y baja de “contracciones” abdominales que justificó con la tremenda epopeya que debía librar pues, según había escuchado en Radio Bemba, la “emisora” más popular de Cuba, venderían “perritos calientes”, a razón de dos “paqueticos” por persona, en la tiendecita recaudadora de devisas, “para el desarrollo socio-económico del país”, ubicada en la esquina frente al parque.
A duras penas logró reunir, entre los centavitos “mejor guardados de la historia”, para un mísero “paquetico” de perro frío, como a él le gustaba llamar al alimento que había devenido en el embutido nacional, y para un “cuadrito de caldito de pollo concentrado”, algo así como una especie de sazonador “criollo” milagroso, muy criollo y muy milagroso, con el que los seres cubanos de “escasos recursos” le daban algo de sabor, de olor y de color, a cualquier mejunje que lograban arrancarle a la perra vida, y valga la redundancia, que les tocó vivir por aquello de marchar hacia un ideal, por lo del futuro pertenece por entero al socialismo, por los patria o muerte, venceremos, por los por seguir tus huellas me embarré los pies, mi comandante, por lo de la revolución marcha por una senda de victorias y por el montón de mierdas más que, desde que era chiquitico y de mamey, siempre escuchó repugnantemente por todas partes, y que nunca se reflejaron, o tuvieron que ver, con la realidad que él, y muchos como él, vivían en sus cuarticos igualitos.
Entonces sacó la cuenta que durante toda su existencia como mortal perecedero de carne y hueso, desde incluso mucho, muchísimo antes de que tuviera uso de razón, su “revolucionario” paladar tuvo que adaptarse a muy pocos sabores, a casi las mismas texturas y que las opciones “alimentarias”, que generalmente pasaban por su “mesa” familiar, eran más menos las mismas y que estaban destinadas más a engañar al hambre que a deleitar y hacer disfrutar los ricos manjares que, supuestamente, producirían tantos esfuerzos, dedicación y sacrificios, destinados a la construcción del socialismo.
Con un impulso desesperado se tiró del camastro, bajó apresurado las escaleras de la “barbacoa”, le echó una mirada compasiva a sus hijos por aquello de no saber si regresaría con vida, de no saber si volvería a abrazarlos, le dio otra vuelta de “vigilancia y protección” a los alambres de la ventana, y salió como un disparo, como un trueno, como la liebre de “deja que te coja”, como alma que se la lleva el viento, a comerse el mundo, digo, a marcar en la molotera que ya, a esa madrugadora hora del amanecer, estaba formada frente a la tiendecita, insisto, recaudadora de divisas, para los “planes de desarrollo” de la revolución del picadillo.
El cubano de infantería sacó la cuenta de que las colas del hambre son las más terribles que existen. Llevaba sus “centavitos” bien apretados en el puño de la mano derecha porque no confiaba en sus “bolsillos”. En la vida real sabía que de aquella “calderilla” dependían los sueños y expectativas de sus hijos y no podía arriesgarse a que un cabroncete colero echara por tierra tantas “aspiraciones” infantiles.
En medio de la molotera, de la pegasón, del empuja-empuja, del asfixiante calor proletario, la mujer que estaba detrás de él, y que le tenía la cartera clavada en la columna vertebral, le dijo, como para que todo el mundo lo oyera: “compañero, vaya al baño, déjese de cochinadas”, a lo que él, avergonzado a más no poder, queriendo que la tierra se abriera y se lo tragara entero, respondió: “no, compañera, son mis tripas, es que no desayuné y me suenan así cuando tengo el estómago vacío…”, “¡coñooooooo!.
El cubano de infantería regresó al cuartico pasado el mediodía. Se sentía victorioso, estimulado, feliz como el famosísimo “Juan con todo” de la poesía que recitaban los días de patriotismo efervescente y les mostró a sus hijos el trofeo ganado después de la sangrienta batalla librada contra el pueblo más aguerrido, más valiente, más solidario, más altruista y más fidelista que había existido en toda la historia de la humanidad.
Entonces pensó que aquel paquetico de “perritos calientes” le serviría para enfrentar al “imperialismo” por algunos días. Con dos “animalitos” de esos haría un arrocito amarillo en la tarde y el resto los guardaría para otra rica comidita y, gracias comandante, para el cumpleaños del mayorcito de sus hijos que, “Dios mío casi se me olvida”, es la semana que nieve, digo, que viene…
Ricardo Santiago.



2 comentarios en «El hambre, la miseria y el miedo nos tienen a los cubanos sin vida y sin esperanzas.»

  1. PARA CUBA YA ES HORA
    LA CARGA AL MACHETE DE MARTI MACEO MAXIMO GOMEZ
    LA TEA INCENDIARIA DE MÁXIMO GOMEZ DE ORIENTE HASTA OCCIDENT
    PLAN BOLIVIA DE UNIDAD CUBANA
    TERMINAR CON LA
    CASA DE LOS OPRESORES
    CANDELA USAR LO QUE DIO RESULTADO EN BOLIVIA

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