Cada vez que veo a ciertos personajillos loando, alabando, baboseando o edulcorando, la terrible odisea que sufrimos los seres cubanos bajo esa criminal dictadura, o lambiendo el fantasma del abominable hombre de Birán, se me hace un nudo en medio del pecho, me sobrecoge un fuerte estado de angustia y los nervios se me ponen de punta porque, por mucho que trato, por mucho que me esfuerzo, no logro comprender cómo “un ser humano”, o cubano, alguien que vivió o vive los tormentos de ese despiadado régimen, es decir, las “racionadas” patadas por el c… en nombre de una revolución, justifique tamaño “asesinato de toda una nación” o diga, así tan “frescolano”, que un ser tan diabólico, maligno e hijo de puta como fidel castro, es alguien digno de imitar, reverenciar o adorar.
Y es que los cubanos tenemos eso, nos gusta sobredimensionar la “realidad objetiva” aunque esté demostrado que nuestros “amoríos ideológicos” le hayan costado la vida a cientos de miles de personas, el sufrimiento a un pueblo, la devastación casi total de un país, de su economía, de su cultura, una de las migraciones más absurdas y la mayor vergüenza nacional de la historia al convertirnos, de una nación puntera, en uno de los estados más miserables del mundo.
Aunque, para hacer honor a la verdad, nosotros, los cubanos, la inmensa mayoría, por más que intentemos ocultarlo, algún día tendremos que reconocer públicamente que hicimos tremendo papel de comemierdas al creer que una hiena y su manada, digo, una pandilla de carroñeros incompetentes, podrían ofrecernos algo superior a lo que ya teníamos antes de 1959.
Pero, bien, a lo que vamos, yo acuso al régimen dictatorial castrista, a los castro y a sus esbirros, uno detrás de otro, puestos en una filita directica al cadalso, por crímenes de lesa humanidad contra el pueblo cubano.
La larga lista de los muertos, ocasionados por el castrismo, comenzó aquel fatídico 26 de Julio de 1953 con la terrorista acción de asaltar un cuartel militar, y un hospital civil, por una pandilla de ineptos “tupamaros” a las órdenes a distancia de fidel castro.
Lo que sucedió después, en la Sierra Maestra, todo el mundo lo sabe, “miles” de fusilados por diferentes motivos, desde deserción, robo o por negarse a cumplir las disparatadas “ideas” del “comandante en jefe”, ejecuciones que escondían, secreto a voces, la maléfica intención de sembrar el terror dentro de la “tropa” y crear una especie de seducción morbosa, obediencia y “respeto”, hacia el ya “encumbrado” asesino fidel castro.
Después del 1 de Enero de 1959 el sadismo castrista, la muerte revolucionaria, el gatillo alegre o los pases de cuentas, se multiplicaron exageradamente contra todos, absolutamente contra todos los cubanos.
Yo siempre digo que se hace muy difícil cuantificar, a quienes durante estos más de sesenta y tres larguísimos años, perdieron la vida por causas directas, o indirectas, del odio, de la envidia, del rencor, del miedo o de la maledicencia de esa maldita revolución de los apagones.
Son miles los cubanos que fueron fusilados, ahorcados o ejecutados, en la década de los 60s, en una especie de maratón sangriento, contra supuestamente hombres y mujeres que, y valga la redundancia histórica, eran acusados de “cometer crímenes de lesa humanidad” pero, todo el mundo sabe, que aquello fue una farsa, pues la inmensa mayoría eran patriotas que no se doblegaron ante esa falsa revolución y representaban un obstáculo de dignidad, decoro y valentía, a los planes dictatoriales de los castro y sus acólitos.
Lo que nos cayó después fue la mismísima muerte en bicicleta china. En estas más de seis décadas de soportar como pueblo una brutal dictadura, el régimen perfeccionó las “artes de matar” y a los paredones masivos sucedieron los fusilamientos sumarios, los escarmientos colectivos, la inoculación de “sustancias” letales, las golpizas “correctivas”, las “pedradas” de María Ramos y muchas otras formas de asesinar que, lo reconozco, escapan a mi imaginación.
Pero lo que a mi juicio constituye el peor crimen de la dictadura castro-comunista contra el pueblo de Cuba, y del que no escapan ni sus propias sabandijas del montón, es haber creado un Estado de terror sustentado en el hambre, en la miseria, en la desesperación, en la tristeza, en la desilusión y en la tragedia de un país que tuvo que dejar de “gozar” la vida para levantarse, cada día, a enfrentarse, en desigual batalla, contra los demonios del desabastecimiento, del racionamiento, de la falta de libertades, del absurdo cotidiano, del pan con tomate sin pan y sin tomate, del hastío, de las promesas revolucionarias, de la doble moral y del fantasma del cambolo de Santa Ifigenia.
Ricardo Santiago.