Los cubanos somos un pueblo que se “alimenta” de consignas y de malas ideas.



Nosotros los cubanos tenemos la puñetera costumbre de siempre querer vincular cualquier tema de la vida a esos gritos que, por suerte o por desgracia, no hemos dejado de proferir, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, y que han marcado, de alguna manera, o de todas las maneras posibles, en qué parte del cachumbambé nos gusta sentarnos, es decir, arriba, arriba, compañeritos o abajo, abajo, “gargajo”.
Pasa que, siendo críticos y autocríticos compañeros, “…nada de cuanto aquí se diga la revolución lo usará como represalia…”, justo por esa gritería que siempre formamos por cualquier cosa, la mayoría de las veces dejamos a un lado, olvidamos, rechazamos o ignoramos, la verdadera razón que nos define como “entes pensantes” y es el sentimiento de humanidad que, a mi juicio, es quien debe primar en todas las faceta de nuestra vida, de nuestra interacción con otros semejantes o en el papel que desempeñemos en el momento “histórico” que nos ha tocado vivir.
Digo todo esto porque nosotros los cubanos, repito, y es un mal que hemos permitido por más de sesenta y tres larguísimos años, una mariconá que le toleramos mansamente a fidel castro, le aceptamos al castro-comunismo, al régimen socialista, a la tiranía totalitaria, al castrismo, o como cada cual quiera nombrarlo, fue que para “merecer un lugar en la historia” teníamos que asumir actitudes políticamente correctas, tener combatividad contra el “enemigo”, una sólida postura ideológica, “comernos” la sopa con tenedor, dar un paso al frente aunque pisemos mierda, nada de flojera nocturna que los fantasmas salen de día, un odio visceral a quien no piense igual a nosotros y agarra con las dos manos, pero, por favor, sin romperlo, que es el único que hay, el vasito de leche que, desde hace más de diez años, nos ofreció el muerto-vivo del General de la pamela.
Y así, montados en el cachumbambé de nuestra gran miseria nacional, le hemos gritado con ferocidad a nuestros “contrarios” sin tener en cuenta que solo un pensamiento fascista, represor, corrupto, estúpido, cavernícola y castrista, ataca con los ojos, con la boca y con el estómago, cuando están cegados por la intolerancia, por el rencor, por la envidia, por despecho, por la ignorancia y por un montón de tripas tristes rechinando entre ellas por el hambre que estamos pasando por culpa de este maldito socialismo.
Dice mi amiga la cínica que esa es la razón fundamental por la que la mayoría de los cubanos no somos libres, porque hemos preferido dejarnos dominar por el “mojón” castrista que nos metieron en el cerebro desde que fuimos chiquiticos y de mamey y que ya hoy, a la altura de tantos gritos de arriba o abajo, échate pa’llá Tribilín sabueso…, no nos permite pensar con claridad, con diafanidad y, sobre todo, con humanidad.
Por desgracia ella tiene razón. A los seres cubanos, en las últimas seis décadas de nuestra atolondrada, exigua, racionada, maluca y “nerviosa” existencia, “to’l mundo” se ha empecinado en dividirnos, en subdividirnos, en fragmentarnos y en calificarnos de esto o aquello que, si usted le “quita” el sonido a la gritería, se hace muy difícil diferenciar quién es quién pues la expresión facial, o mejor dicho, la carita que ponemos, o la mascarita que usamos, es la misma para dar un mitin que para ofrecer un homenaje.
Lo que quiero decir es que el perverso castrismo nos eliminó de nuestra idiosincrasia, de nuestra auténtica forma de ser, la educación cívica, la cortesía, el respeto, la buena palabra, el honor, la tolerancia y la decencia hasta convertirnos en una especie, casi zombi, de “Yetis-revolucionarios”, de los abominables hombres del estercolero caribeño.
La mayoría de los cubanos, pensemos de la forma que pensemos, tengamos la posición política que tengamos, usemos papel sanitario o el periódico granma, nos guste marchar hacia un ideal o pasear por la orilla del mar, defender el desastre antropológico en que está envuelta nuestra Cuba querida o querer la desaparición total de esa criminal dictadura junto a todas sus estructuras de represión y muerte, nunca vamos a entender, hasta que no logremos despojarnos de la falsa creencia que dice que mientras “más alto” gritemos más revolucionarios o contrarrevolucionarios somos, que esa terrible forma nuestra es la que nos ha hundido en ese horrible pantanal de chusmerías, groserías, chapucerías, faltas de respeto, agresiones, mentadas de madre y virulencias que nos trajo el castro-comunismo.
A mí, en lo personal, los “revolucionarios” no me interesan, que sean como les salga del c…, pero, nosotros, los que “gritamos” a todo pulmón abajo la revolución de los apagones, tenemos que empezar a pensar que una Cuba libre de castrismo debe construirse a partir de la razón y no de la gritería …
Ricardo Santiago.



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