Esa maldita revolución castrista nos condenó a muerte a todos los cubanos.



Cierto. Muy cierto. Y me vine a dar cuenta de eso, me vine a percatar, lo sentí en lo más profundo de mi ser cubano, después de vivir, por unos cuantos años, en este obligado exilio, pues antes, y lo digo con un profundo malestar, vivía con una venda cubriéndome los ojos.
Y señalo obligado porque a Cuba, la tierra donde nací, el país que por derecho universal me pertenece como Patria, como lugar de origen y como “bandera”, no pienso, no quiero regresar mientras esa horrible dictadura, esa pandilla de delincuentes tiránicos, ese régimen de opresores, genocidas, represores y criminales consumados, continúen empecinados en un poder que secuestraron, desde hace más de sesenta y tres larguísimos años, y que se niegan a devolver por ladrones, por asesinos y porque, sobre todas las cosas, le tienen pánico, terror y un miedo que se “ensucian” en los pantalones, a los clamores de justicia de un pueblo hambreado, sufrido, lastimado, separado y la mar de veces humillado.
Porque la realidad, aunque muchos intenten disfrazarla, es que el castro-comunismo ha hecho en Cuba lo que le ha dado la gana sin que exista una Institución, una Organización o una herramienta legal, que frene, que les prohíba o que siquiera les fiscalice, la cantidad de arbitrariedades, de abusos de poder, de mari-confianzas, de impunidades, de atropellos, de descaros, de sinvergüencerías, de libertinajes y de absurdos que han cometido, a lo largo de seis décadas, en un país al que han destartalado, desconchinflado, hundido y podrido frente a todo un pueblo, frente a democracias “representativas” y frente a organismos internacionales que, según ellos, están para “regular y sentenciar” las malas acciones que se cometen en un mundo que, hoy por hoy, está, más que nunca, patas arriba.
Con total despotismo el régimen castrista, esa aberración dictatorial que inventó y que nos endilgó a la fuerza a todos los cubanos fidel castro, y a la que con total sarcasmo criminal llamó “revolución cubana”, ha venido pisoteando sistemáticamente los valores, la historia, la economía y la cultura de nuestro país hasta convertirlo en un miserable “cuchitril” donde coexisten, en total “armonía” revolucionaria, las enfermedades más contagiosas, los hacinamientos poblacionales más inhumanos, las peores condiciones para la vida, los más execrables flagelos de las sociedades en crisis, las desesperanzas más abrumadoras, la corrupción más destructiva, los intríngulis sociales más aterradores, el holocausto migratorio más grande del mundo y la indigencia más miserable que pueden soportar un país, y todos sus habitantes, pues, por desgracia para los seres cubanos, traspasó lo físico para, también, apoderarse de lo espiritual.
Dice mi amiga la cínica que los cubanos como pueblo, como nación, nos hemos transformado en un caso atípico en toda la historia de la humanidad, que con el mismo fervor con que algunos defienden a esa maldita revolución, y otros, la inmensa mayoría, la odiamos, corremos detrás del picadillo de soya, de los cincos huevitos por persona una vez al mes, de un mísero jaboncito pa’ bañarnos y no oler mucho a “proletarios”, de cualquier cosa que nos sea “útil” pa’ calmar las tripas y de una “tablita”, una simple tablita, que nos sirva para largarnos de aquel maldito infierno sin darnos cuenta, o querer entender, que la solución está en enfrentarnos, como cada quien entienda, a ese funesto socialismo que es el único responsable, culpable, provocador y proveedor de “las penas que a mí me matan…”.
Hoy veo a Cuba a través de las imágenes en Internet, de las cientos de miles de fotografías que se publican en las redes sociales sobre su precario, indigente y vergonzoso estado físico, sobre los derrumbes de edificios e inmuebles tan habituales, sobre sus calles y sus aceras llenas de baches o totalmente destruidas, sobre sus casas vetustas y desvencijadas, sobre la falta de higiene física y social, sobre la involución tan grande en cualquiera de los sectores de la vida pública, sobre las kilométricas colas de un pueblo hambriento hasta por un simple cachito de pan, sobre la desilusión de su gente y, sobre todo, de cómo los cubanos, la inmensa mayoría, nos hemos acostumbrado a tan inhumana “normalidad” que, no puedo evitarlo, siento una profunda lástima, y una desgarradora vergüenza, al saber que todos, absolutamente todos, somos responsables de la existencia de esa revolución cub…, qué digo, de esa tamaña destrucción cubana.
Ricardo Santiago.



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