“Escucharé a los Beatles aunque me cueste la vida”.

beatles

Los comunistas lo censuran y lo prohíben todo. Tienen que hacerlo porque es su naturaleza y su razón de ser.
En el comunismo todo está racionado. Hasta la vida misma es un slice, una porción, un pedazo de suerte que el gobierno te otorga a su antojo si correspondes con obediencia a sus desmanes, designios, doctrinas, barbaridades, hijeputadas o disparates.
La censura comunista es la peor de todas, la más cruel, la más sectaria, segregacionista, inmoral, inhumana e ilegal de cuantas han existido a lo largo de la historia. Ni los fascistas en la Alemania nazi se ensañaron tanto con la música, el olor, los sabores el arte, la cultura y la vida como lo hicieron las hordas escudriñadoras de Fidel Castro después de 1959 con todo lo que consumían los cubanos.
Por eso el cubano aprendió a esconderse, tuvo que hacerlo, necesitó camuflarlo todo para que pasara inadvertido y poder tener un algo de la música o la literatura que se estaba haciendo “afuera”. Recuerdo ahora cómo forrábamos con carátulas socialistas los libros de Vargas Llosa o los discos de Los Beatles por solo citar dos ejemplos.
Los cubanos tuvimos que empujarnos a pulso lo que el gobierno castro-comunista consideraba políticamente correcto, las librerías cubanas se vieron invadidas por títulos rimbombantes como “La Carretera de Volokolamsk”, “A solas con el enemigo”, “Los amaneceres son tranquilos” y un sinfín de libros similares que evocaban en su mayoría la valentía del soldado soviético o la hermosura y la fidelidad de la joven “konsomola”.
La televisión ni se diga, muñequitos, programas infantiles, seriales, documentales y películas soviéticas y de factura socialista a trocha y mocha: “Deja que te coja”, “El payaso Ferdinando”, “Cuatro tanquista y un perro” y “Diecisiete instantes de una primavera” por solo citar algunos de los más “famosos”.
La pantalla grande se jactó con “Liberación” y todas sus partes, eran tantas que yo no sé cómo los cubanos no nos hastiamos y nos empalagamos con tantos tiros y tantos cañonazos y el valor de los soldados y la muerte, mucha muerte, la infinita muerte por todas partes como mensaje siniestro y subliminar de lo que podía pasarnos si no obedecíamos ciegamente al bribonzuelo de Fidel Castro.
Hubo muchas otras aberraciones del realismo socialista impuestas por “ordeno y mando” en nuestra dulce, alegre y “americana” isla del Caribe. Los comunistas se esmeraron en hacer desaparecer de la memoria todo lo que oliera o recordara al enemigo del norte y abrieron fuego contra el pelo largo de los varones, las sayas cortas de las muchachas o los pantalones “tubitos” que, por aquella época, eran la preferencia de la juventud.
Hasta los chicles prohibieron los censores de Castro, los inofensivos chicles que según ellos era “una costumbre de los americanos” y los revolucionarios no necesitábamos tener esa mierda metida en la boca.
Mi vecino Reynaldo, el que vivía frente a mi casa, le gustaba la música americana y era un apasionado enfermizo de Los Beatles. Estoy hablando de los años 70s. Yo era un niño. Recuerdo que tuvo muchos problemas con la gente del Comité (CDR) por oír la música de su elección y a su grupo preferido, muchos, incluso más de uno terminó en violencia con el de vigilancia hasta que se lo llevaron preso y le inventaron un juicio y lo metieron a la cárcel por “peligrosidad” o algo parecido.
Un día sentimos a la madre de Reynaldo dar gritos de desesperación porque le habían comunicado que su hijo había muerto en prisión “por causas desconocidas”.
Yo no sé para ustedes, pero para mí Los Beatles, aparte de toda su genialidad, cada vez que los escucho, siento que son el símbolo de rebeldía de toda una generación de cubanos y siento también que son la voz de mi vecino Reynaldo que, estoy seguro, hoy está junto a John Lennon cantando “Imagine”.




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