Los CDR y los guarapitos meapostes de Fidel Castro. (II)

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Al barrio lo dejaron destruirse, que se desconchinflara y se convirtiera en un amasijo de rejas y colores dispares para ahuyentar a los mirones, a los ladrones, a los malos pensamientos y “a quien tú sabes…”.
“Total, si el país entero se viene abajo que importa un simple barrio, unas cuantas cuadras puestas ahí desde sabe Dios cuando, y los cines, los edificios públicos, las escuelas, los hospitales y todo, no importa, que se derrumben, echémosle la culpa al imperialismo, ese siempre nos salva de nuestra incompetencia, es que tenemos mucho trabajo con esto de vigilar a los opositores y a los que quieren que nos vayamos de aquí…”.
Fidel Castro inventó los CDR, digo inventó pero en realidad el tipo agarró las ideas de Fouché, La Dottrina del Fascismo de Benito Mussolini, el modus operandi de la Gestapo de Hitler, lo más retorcido de las aberraciones de Stalin, la Stasi alemana, el Mossad israelí, la CIA y cuanto servicio secreto de vigilar y recontra vigilar existiera, los metió en una licuadora, y nos empotró, a modo de “ingenua y benévola organización de masas”, el engendro más monstruoso y malvado en toda la historia de la humanidad.
Los Comités de Defensa de La Revolución son una industria millonaria, “en cada cuadra un comité”: para empezar cada cubano, cuando arriba a los 14 años de edad, ingresa automáticamente a la organización sintiéndose obligado a cumplir todas las tareas de los buenos revolucionarios y cederistas: guardias nocturnas, reuniones para todo y todos, donaciones de sangre, pago de cuota en metálico, trabajos voluntarios y vigilar, informar a “quien te pregunte” quiénes son los elementos desafectos a la Revolución, a la Patria y a Fidel.
En realidad el tipo se pasó de listo, con el cuento de los planes de la calle para los niños, la fiesta del 26 o el 28 (ya ni me acuerdo), la caldosa y las griterías, nos metió cola’o el veneno de sus verdaderas intenciones: el cuerpo represivo más grande, mejor estructurado, formado y eficiente del mundo y que además le salía gratis.
Por primera vez en nuestra historia, de la manera más absurda y traicionera que existe, nos enfrentamos cubanos contra cubanos, vecinos contra vecinos y hermanos contra hermanos. Sin distinciones. La palabra de orden entonces era vigilar e informar, decir quiénes hablaban mal del fulano, quiénes se querían ir del país, quiénes no trabajaban o estudiaban, quiénes eran desafectos de la Revolución o simplemente llevaban a sus casas alguna “jabita” sospechosa con algo dentro.
No amigos míos, así no hay quien viva, nunca hubo una verdad más grande en este mundo que: siempre hay un ojo que te ve. Cada cubano perdió su “virginidad” a la vista de todos, en público, no hubo forma de guardar un secreto con decencia porque la Revolución se había convertido en “todo oídos” y sabia todo de nosotros, incluso hasta a qué hora nos gustaba ir al baño.
Los Castros no inventaron el odio y la mezquindad como rasgo fundamental de la sociedad socialista o comunista (a los efectos es la misma mierda), pero si la llevaron a su máxima expresión, los globalizaron y los distribuyeron por carretones a todo lo largo y ancho del archipiélago nacional, en panfletos, proclamas y hasta cancioncitas con gritería y mas gritería alertando a los cubanos de que, entre otras muchas cosas: “se acabó la diversión, llego el Comandante y mando a parar…”




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