Hoy Cuba es un país que tiene que darnos pena, mucha pena, a todos los cubanos.



Yo digo también que no importa “de dónde venimos ni hacia dónde vamos”, que no hay que ser “patriota”, ni luchador por las “causas nobles”, ni abanderado de tal o más cual “orgullo”, ni “cuentapropista”, ni turista de volcanes, ni un vacilador de revoluciones, ni un militante seducido y abandonado, ni un perro sin collar, ni un muerto de amor o de hambre, ni un machetero sin “azúcar abanicando”, ni una ama de casa con olla de presión sin junta, ni un “guardián” de la noche a la mañana, ni un ordeñador de vacas locas, ni un “defensor” de la cordura y ni un oportunista de izquierda izquié, para que se nos caiga la cara de vergüenza, y se nos rompa en mil pedazos contra el concreto, tras ver en qué nos ha convertido, cuánto nos ha destrozado, cuánto nos ha arruinado, ese régimen castro-comunista, con más de sesenta y tres larguísimos años enquistado en el cerebro-corazón de la Patria, la “Cuba que tanto decimos que amamos”.
Sí, porque la desgracia de Cuba va mucho más allá de los edificios carcomidos y apuntalados, de las calles repleticas de baches o “trampas” sin fondo para cazar “dinosaurios”, de una ineficiente, antiquísima y herrumbrosa red de suministro de agua potable, de un “apagado” sistema energético, de vetustas casas donde pululan el hacinamiento y la vida miserable, de tierras fértiles para la producción de alimentos abandonadas y cundidas por el marabú, de una red de servicios médicos-sanitarios que le abren los brazos a la muerte y no a la vida, de ciudades y pueblos repletos de muertos en vida, de un transporte público ineficiente, cacharrero y violento, de una oferta de alimentos que brilla por su ausencia y de un país incómodo que, a simple vista, es el resultado de más de medio siglo de engañifas revolucionarias, de estafas recicladas, de traiciones inacabadas y de un abandono tan descomunal, pero tan descomunal, que nos hunde constantemente en “aguas albañales” ante la mirada cómplice y desvergonzada de gran parte de nosotros mismos, los seres cubanos.
Pero, desgraciadamente, la mayoría miramos sin ver, pasamos de largo porque preferimos creer que la culpa de tanta indigencia es de “otros” y apostamos a que el tiempo, y la mala memoria, nos ahorren el sufrimiento, el dolor y la responsabilidad de señalar a los verdaderos responsables de que tengamos un país tan podrido, en ayunas, tan enfermo, tan sufrido, tan agónico, tan raquítico y tan impresentable.
La dictadura castro-comunista lleva más de seis décadas implementado en nuestra tierra políticas erradas, frustradas, se han empecinado en obligarnos a participar en “carnavales” de disparates, de estupideces, de malsanas soluciones al hambre, a la pobreza, a la tristeza y nos hacen “arrollar” en convulsas moloteras, como si fueran alegres comparsas, para adquirir algún que otro ridículo alimento, alguna que otra tajada de aire, y así tengamos algo de fuerza para subirnos a “carrozas” ideológicas para, con nuestro “odio al imperialismo”, nuestra “aguerrida” combatividad revolucionaria, enmascarar la desilusión que siente todo un pueblo ante el fracaso, las mentiras y los horrores de una revolución comunista que solo existe y beneficia a las familias de quienes ostentan el poder en Cuba.
Está absolutamente evidenciado que los famosos “caminos” del socialismo solo nos han conducido a un abismo oscuro y profundo donde se perdieron, entre muchas miles de conquistas sagradas, las tradiciones culturales de nuestra nación, nuestra alegría por la vida, nuestra verdadera historia, el honor, el patriotismo, la natilla de vainilla, la gallardía, y del de donde más de un cuarto de nosotros, es decir, más de tres millones de seres cubanos, hemos logrado escapar con “mochilas” repletas de urgencias y añoranzas mientras el resto del pueblo, millones de hombres y mujeres de a pie, y “a pie”, permanecen allí, encadenados a la “cloaca del infierno”, a la espera de que un “rayito de luz” les indique la salida a tantas agobiantes y absurdas miserias, agonías y melancolías.
Nos guste reconocerlo o no la Cuba de nuestros padres y abuelos, y la nuestra, por qué no decirlo, es hoy una vergüenza, un asco, un basurero gigantesco, un fantasma que recorre el mundo esparciendo dolor, odio, rabia y muerte, que enarbola, a costa de la vida de muchos, de muchísimos seres cubanos, banderas de ideologías fallidas y que no saldrá nunca de tal estercolero mientras nosotros, sus hijos, le permitamos a esa endemoniada camarilla de ladrones, farsantes y criminales comunistas, seguir empoderados a un poder que no les pertenece y que ejecutan con egoísmo, perfidia, odio, represión, violencia, doble moral y un extraño e intenso usufructo “vitalicio”…
Ricardo Santiago.



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