¡Ah, bueno…!
¡Y lo terrible, lo verdaderamente terrible, es que solo basta con un simple empujoncito, una pequeñita metedura de pata, una tonta siestecita después de almorzar o un inocente resbaloncito para que, en un abrir y cerrar de ojos, quienes digan defender la igualdad social, la justicia social y cualquier mierda social, te conviertan tu país en un nauseabundo basurero, en un gigantesco estercolero y a ti en un hombre con el cuerpo miserable y las ideas indigentes.
Sé que muchos pondrán en duda mis palabras pero, quienes no me crean, quienes piensen que exagero debido a mi odio, a mi desprecio y a mi aversión hacia el castro-comunismo, les recomiendo que se den una vueltecita por Cuba, que vayan allí donde está el cubano que camina como un trastornado para no caerse redondito en medio de la calle, que averigüen cómo vivimos cientos de miles de nosotros, qué comemos, qué respiramos, qué nos “untamos” pa’ calmar los dolores, qué soñamos, a qué aspiramos y qué pensamos, de verdad, sin miedo, de la miserable vida que “logramos”, en pleno siglo veintiuno, cuando, hace más de sesenta años, un sujeto nos ofreció la felicidad a granel, la mantequilla por la libre, la carne asada de vuelta y vuelta, mi casa alegre y bonita, un “trencito” llamado deseo, el país más desarrollado del mundo y los panes con tortilla, los pitusas, el jabón pa’ bañarse, el café calientico y el juguito’e mango, satos en cada esquina, al alcance de cada cual según su “necesidad”, para que todos, absolutamente todos, nos empacháramos con algo así como, déjame ver si me acuerdo…, un equitativo socialismo.
Pero el socialismo nada mas le llegó a los castro y a su pandilla, a sus incondicionales, a quienes le dieran la espalda al pueblo por tal de que no los mataran y acceder así, aunque fuera por servilismo, traición o mariconerías, a una pizquita de beneficios, a un huesito con un alguito de masa, a una piltrafa revolucionaria repleta de odio al invasor, al enemigo, a quienes no fueran como ellos, pensaran como ellos y no hicieran lo que ellos…
Yo siempre he pensado, y no me canso de decirlo, que los cubanos, antes de 1959, antes de la fatídica “implosión” en nuestra Patria de “las barbas de mi verdugo”, éramos un país tan próspero, con una economía tan sólida, con unos estándares de vida tan impresionantes, con un aire acondicionado que le partía los pulmones al más pinto de la paloma, con unos indicadores sociales tan avanzados y con una Constitución tan justa e inteligente, que terminamos como Masicas, la mujer de Loppi, el pescador, queriendo más, más y más, hasta que reventamos como sapos malagradecidos y la miseria, la destrucción, el hambre y las botas rusas, nos salieron por los ojos, por la boca y por el…
Dice mi amiga la cínica que todo se debió a una elevada inmadurez política que, incluso, nos llega hasta nuestros días, a nuestro “aburguesamiento” proletario, a pensar que nos lo merecíamos todo, a nuestras tentaciones ocultas, a nuestra falta de intuición, a que siempre fuimos un pueblo muy confiado y a que le creíamos a cualquier comemierda, con un tincito de pico fino, que se pusiera en el bla, bla, bla y nos empalagara con discursitos exaltados, removiéndonos el piso con chovinismos patrioteros y que nos hiciera creer que, por nuestros “cojones” ancestrales, éramos un pueblo nacido para vencer y no para…
A la vuelta todo fue una gran mentira y un gran engaño. No le ganamos a nadie ni a las escupidas, no derrotamos nunca al famoso invasor ni lo arañamos con nuestras pestañas, en realidad ni lo vimos pasar pues todo, absolutamente todo, siempre fue un plan concebido para intimidarnos, mantenernos en “jaque pastor”, tenernos de trinchera en trinchera pasando una sed del carajo, entregando la puñetera gotica de sangre y sacrificándonos por un futuro que, si es verdad que llegó a Cuba, si es verdad que alguna vez vino, se burló de todos nosotros y siguió de largo por tontos, creídos y revolucionarios.
Por eso es que, yo digo, hoy tenemos cuanto tenemos: un país podrido, miserable y destrozado porque, nos guste o no, los cubanos dejamos de morir por la Patria para suicidarnos gratuitamente por un régimen, por una dictadura, por un siniestro hijo de puta que nos engañó, nos manipuló y nos utilizó como hombrecillos de gelatina en sus sucias, macabras y podridas intenciones de conquistar el mundo con su falsa «sonrisita»…
Ricardo Santiago.