La gran desgracia que significa nacer en Cuba.



Todos los cubanos, sin excepción, estamos inmersos, desde hace más de sesenta y tres larguísimos años, en una batalla campal por la vida donde unos, los menos, los defensores de las “fuerzas oscuras”, de la revolución comunista, se han erigido como verdugos, policías, esbirros, y como represores contra todo un pueblo.
Y otros, la mayoría, los muchos, es decir, los seres cubanos, nos hemos convertido en una gran “masa” de hombres, mujeres y niños ahogados, asfixiados, vilipendiados, extorsionados y pisoteados, por las macabras “políticas” de un régimen que no ha escatimado esfuerzos en esclavizarnos y en deshumanizarnos.
Quien haya nacido, vivido e incluso muerto en Cuba como Dios no manda, quiero decir, como un simple mortal que tiene que ir a pie a todas partes, incluyendo al cementerio, habrá experimentado sobre su propia existencia las mezquindades de una mal llamada revolución que lo único que hizo fue hundirnos en la más cruel de las miserias, en las físicas y en las espirituales, en el más absoluto adoctrinamiento con una ideología hipócrita que solo conduce a la tiranía del cuerpo y del alma, en los más crueles racionamientos hasta “del aire que respiro”, en la más repugnante mediocridad del gusto y del “disgusto”, en la más absurda politización de la sociedad y en el más tormentoso modo de vida, o de casi vida, donde nos desgastamos al cien por ciento pensando cómo vamos a comer, qué nos vamos a tragar y qué carajo vamos a c…
En Cuba, definitivamente, después del 1 de Enero de 1959, los cubanos dejamos de vivir la vida, de gozarla, de vacilarla, de sentirla y de disfrutarla, para morir una vida cargada, repleta de sacrificios, de necesidades, de insolvencias, de frustraciones, de limitaciones, de prohibiciones, de rincones oscuros y de hambrunas, que nos transformaron, sin remedio, y sin derecho a protestar, en el pueblo más miserable del mundo.
Pero, bien, a lo que vamos, la dictadura castro-comunista ha engendrado los peores monstruos en la historia de Cuba, las peores pesadillas, los más sanguinarios enemigos de la nación cubana y las peores lacras de una sociedad que, en la muy asquerosa propaganda del régimen, se jacta de ser la más justa, la más humana y la más equitativa del mundo aunque, en la vida real, no ha hecho otra cosa que elevar y sofisticar la represión, la corrupción y la traición, parejita pa’ to’l mundo, en un país donde, sin un “salvoconducto” dictatorial, todo está prohibido, negado, constituye un delito, una desobediencia civil, desacato o, lo que es peor, traición a la patria.
En esa desgastante “batalla campal” por la vida, en la que sin querer “queriendo”, los cubanos llevamos enfrascados más de sesenta y tres larguísimos años, nuestra superficial manera de entender el caudillismo nos ha costado, como nación, la peor dictadura en toda la historia de la humanidad y ser el único pueblo que “aplaude”, defiende y venera a sus verdugos, aun cuando está absolutamente demostrado que son los principales responsables de la enorme lista de desgracias que padecemos, que soportamos y que estúpidamente sufrimos.
Ningún ser cubano merece tanta injusticia, tanto sufrimiento ni tanta desgracia pero, la realidad de la vida, es que todo “eso” que hoy estamos condenados a soportar sí nos lo adjudicamos, nos lo “ganamos” a pulso, a la trompa’, a fuerza de ser unos idiotas “democráticos” pues fuimos, únicamente nosotros, quienes le abrimos de par en par la puerta de nuestra “casa” a esa pandilla de bandidos para que nos trastocaran la buena vida de vivir por la malísima vida de morir.
Y así un día, “sin darnos cuenta”, empezamos a matarnos entre nosotros. Iniciamos “inconscientemente” la “guerra civil” más larga y desgastante que ha resistido un país, nos convertimos en enemigos unos de otros, entre padres e hijos y hasta de “mi mismo” por tal de ser “merecedores” de las miserables migajas que otorga un régimen esclavista y dictatorial a todos aquellos que le muestran fidelidad, sumisión, miedo y se convierten en sus fieles “defensores” hasta el punto de asesinar la razón, la verdad, el decoro, el patriotismo y a la madre que los parió.
De este largo y endemoniado conflicto ético, humano, físico y espiritual, que tenemos los cubanos, nunca hemos reparado que quien ha salido más ultrajada es la tierra donde nacimos, el país al que por derecho pertenecemos y la Patria que un día nos trazaron nuestros próceres para que hoy, con la anuencia de Dios y de todos los cubanos dignos, pudiéramos disfrutar en armonía, en prosperidad, en igualdad y en pleno ejercicio de la justicia y la verdad.
Ricardo Santiago.



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