La traición, la imbecilidad de los cubanos que aun defienden el castro-comunismo.



Resulta inaudito, insólito, aberrante, vomitivo y hasta una locura que, tras más de sesenta larguísimos años de acumular la miseria, el dolor y el asco, por todos los “rincones” de Cuba, aun existan cubanos, y desgraciadamente son muchos, muchísimos, que defiendan con tanto “afecto y cariño” a esa revolución del picadillo, ahora de las tripas, a ese socialismo de tempestades y al cambolo de Santa Ifigenia, tres flagelos apocalípticos que nos destrozaron la Patria, nos pudrieron el “egoísmo” nacionalista y nos jodieron como sociedad, y como pueblo, para toda la eternidad.
Y, es cierto, porque después que pase esta tragedia, y aunque la borremos del mapa y de nuestras mentes para siempre, Cuba, difícilmente, volverá a ser la misma, regresará a los tiempos de cordura, de decoro, de vergüenza cívica, de educación formal y de patriotismo.
Porque es demasiado, es dolorosamente monumental el daño que le hemos causado a la Patria con nuestra vulgaridad, con nuestro oportunismo, con nuestra actitud rastrera, con nuestro servilismo, con nuestra traición y con nuestra desvergüenza.
Yo insisto, y todo el tiempo reitero, que la mayor culpa del destrozo nacional, de la imagen piltrafera que le hemos dado a una de las islas más bellas del mundo, de “la película rusa” que nos propusimos filmar con los desastres de la gran guerra patria, desgraciadamente, pero una verdad como un templo de oraciones devotas, es nuestra, es únicamente nuestra, porque hemos sido nosotros, los cubanos de todas las generaciones posterior a la edad del progreso, es decir, después de 1959, quienes con nuestra mediocridad politequera, nuestro servilismo patriotero y nuestra estupidez ideológica, hemos ayudado a mantener, clavado en el corazón de la nación cubana, un tibor del socialismo donde se sientan, a hacer sus necesidades rapiñaras, los mayores depredadores de la vida, de las riquezas y del orgullo de todos, absolutamente, todos los cubanos.
Y son muchas, muchísimas, las formas y maneras en que hemos mostrado nuestra acción destructiva para con Cuba y para con nosotros mismos.
En eso, en esa tarea absurda de impulsar boberías innecesarias, nos hemos convertido en verdaderos especialistas en demoliciones, en expertos en tirar abajo lo funcional, lo bello y lo útil y en alquimistas en transformar todo lo que brilla en mierda con el solo propósito de levantar, de edificar, de mantener, un socialismo de tempestades que, al final de esta historia de documentos mal firmados y de leyes mal interpretadas, terminó por embarrarnos a todos, de pies a cabeza, con nuestras propias heces y con nuestra revolucionaria pestilencia miliciana.
Yo invito a quienes aun se regodean del lado de la ignominia castrista, a que me nombren un solo logro de esa maldita revolución de humildes, una sola ley, constitución, edificación, parlamento, ministerio, dependencia o puestecito de fritas y jugo de guayaba, que los seres cubanos podamos aprovechar tras más de sesenta larguísimos años de subir peldaños, de escalar posiciones en la especie humana o de seguir las huellas de la historia, defendiendo a una dictadura enquistada, involutiva y asesina, que se hace llamar, ella misma, “revolución cubana”.
La mayoría de los cubanos nos hundimos en la mierda pero, aun así, persistimos en avanzar, en gritar patria o muerte y en defender a un grupúsculo de criminales que hicieron la ley, hicieron la trampa y nos pusieron, como fieles animalitos obedientes, la soga al cuello para tirar, aflojar y amarrar, en cualquier poste de la esquina, cada vez que a ellos les venga en ganas.
Por eso Cuba es un gran absurdo y muchos son del criterio de que los cubanos tenemos lo que nos merecemos. Dice mi amiga la cínica que esta verdad es tan grande que muchos de nosotros, incluso viviendo aquí en el exilio, protestamos, nos quejamos, extrañamos, porque logramos irnos con la soguita amarrada al gaznate pero dejamos atrás, olvidamos o nos confiscaron, para futuras generaciones, el cencerro, el cascabel, la campanita, con las que el régimen castro-comunista marca nuestras actitudes “políticamente correctas”.
Las mariconadas castristas son grandes pero la sumisión nuestra es peor, mucho peor. Los cubanos necesitamos que nos tiren encima un cubo repleto de deberes y derechos a ver si reaccionamos de una vez por todas.
Tenemos que entender que defendiendo a esos viles tiranos cavamos nuestra tumba cada vez más honda, tan profunda que no me ha de extrañar que en cualquier momento, después de atracarnos con tanta porquería demagógica, nos topemos con los chinos de China construyendo un socialismo que solo existe en la buena vida de los castro, de sus familias, de sus edecanes más cercanos y de algún que otro lamebotas “marcado para no morir” mientras no se haga el gracioso, el fresco o el atrevido…
Ricardo Santiago.



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