Los cubanos pagamos con sangre, dolor y muerte, cada “mariconada” de la revolución castrista.



Siempre me he preguntado en qué momento, en qué justo segundo de nuestra disparatada “historia revolucionaria”, los seres cubanos dejamos de ser un pueblo viril, sabroso, libre e inteligente, para convertirnos en una masa amorfa, incongruente, una parti’a de “obreros y campesinos” prestos a gritar tantas sandeces, dispuestos a obedecer como unos estúpidos ignorantes y entusiasmados para que nos esclavizara, con tamaña alevosía, un régimen tan dictatorial, tan retrógrado, tan criminal y tan absurdo como esa mierda de la revolución del picadillo.
Sí, porque al final del cuento de fidelito, fidelón…, fidel castro no fue otra cosa que un degenerado, un brutal dictador y un ladronzuelo de “izquierda” camuflado tras la farsa de una revolución social, de un disparatado internacionalismo proletario y de una engañosa justicia para los “pobres del mundo” las cuales nunca practicó, se las pasó por el forro de los c… y nos hizo creer a todos los cubanos, por las buenas y por las malas, que ser internacionalistas era alcanzar un escalón muy alto en la evolución de las especies.
¡Vaya, como si los cubanos que estuviéramos dispuestos a dar la vida en otras tierras del mundo, es decir, a morirnos en nombre del socialismo y a sacrificarnos “a santo de qué”, nos ganaríamos, por obra y gracia de nuestro absurdo altruismo, el derecho a estar un poquito más pa’llá del homo sapiens en la cola, el último plan jaba…, de la cadena evolutiva!
Por eso siempre digo que a nosotros, el famoso internacionalismo proletario, que al final la mayoría nunca supimos qué significaba en realidad, vimos los beneficios a tantos sacrificios, por dónde le entraba el agua al coco y, en la concreta, nos salió más caro que el carajo.
Ese sujeto, el cambolo de la revolución, fue, a decir verdad, un “visionario” del todo por uno, un futurólogo individualista, un pensador repugnante, un prestidigitador de diez pa’ mí uno pa’ ti, un profeta de la chusmería y un alucinado con su propia imagen que era capaz de obtener ganancias personales sin importarle el daño que le causara a otros.
Porque fidel castro siempre supo que para hacerse famoso y salir en la televisión tenía que exportar su revolución pa’ donde fuera, pa’ donde sea fidel, pa’ donde sea…, y vendérsela bien cara a cuanto mentecato quisiera comprarla, de otro modo pasaría sin penas ni gloria o como un dictadorzuelo más de los que abundan por montones en esta parte del mundo.
No sé si se han fijado qué fácil se fabrica un tirano en América Latina, basta con que se digan en voz alta las palabras revolución, proletarios, antiamericanismo, imperialismo o explotación, para que salgan tres o cuatro imbéciles dispuestos a degollarse por el puesto y cientos de miles de energúmenos desquiciados listos para apoyarlos como si las dictaduras de izquierda izquié fueran un juego de niños chiquitos, algo para tomarse a la ligera o una metedura de pata pasajera.
Los seres cubanos sí sabemos qué significa una dictadura de esas y hasta podemos ofrecer clases sobre el tema. Quien quiera saberlo, de verdad, que nos pregunte siempre que esté dispuesto a escuchar historias sobre represión, castigos, coacción, chantajes, tiranía, encarcelamientos por pensar diferente, desnutrición del alma y “castrismo”, una innecesaria palabra metida a la fuerza en el léxico y la vida de las personas decentes de este mundo.
Sería ingenuo y un craso error pensar que el altruismo y el humanismo de fidel castro fueron gratuitos o tenían la sola finalidad de “ayudar a la liberación de los pueblos oprimidos por el hambre y la miseria”.
La verdad es que a ese sinvergüenza Cuba le quedaba chiquita. Su ambición sin límites por ser el emperador del socialismo a nivel mundial, por ser vitoreado y aclamado por las multitudes y por caminar sobre “alfombras rojas” nos llevó a los cubanos a la más profunda de las miserias físicas y espirituales que ha padecido pueblo alguno.
¿Cuántas veces los cubanos vimos con desesperación y tristeza cómo se nos iban la librita de arroz, de café o nuestro querido médico de familia para sabe Dios dónde?
¿Alguna vez alguien los vio regresar?
El imperio castrista se infló a pasos agigantados, esparció su bilis venenosa por muchas partes del mundo y nos convirtió a los cubanos en un virus contagioso portador de la miseria, del hambre y de la muerte.
Ricardo Santiago.



Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »