No hay vida más triste ni más perra que la que nos ha tocado vivir a los cubanos.



No tengo dudas al respecto. No creo que ningún país, ningún pueblo, nadie, absolutamente nadie, en toda la historia de la humanidad, haya sufrido, haya tenido que tragarse tantos buches amargos, haya padecido tantas y tantas arbitrariedades, tantos abusos, tantos absurdos, tanta revolución desesperante ni tantas mariconadas físicas e ideológicas como nosotros los cubanos.
Se dice fácil, es decir, puede uno escuchar así de rápido las aberraciones, las mutilaciones, los sufrimientos y las castraciones que hemos soportado, unos detrás de los otros, durante más de sesenta larguísimos años, pero vivirlos, lo que se dice llevarlos tatuados en la piel y en el alma, solo quienes, de verdad, los hemos tenido que resistir, padecer o sobrellevar, sin la más mínima esperanza ni el más pequeño consuelo.
Por Eso Me Fui De Cuba. Pero también es por eso que no desfallezco, ni un instante, para recordar y recodarme que aun allí, en esa Patria secuestrada, adolorida, semidesnuda, en ripios e indefensa, aun viven muchos hermanos aguantando tamaña dictadura, tan descomunal régimen asesino y tan monstruosa revolución de un picadillo que cada día sabe más a estiércol, huele más a fondillo sin lavar, se asemeja más a los “basureros de la historia” y se hace más insoportable, más increíble y más denigrante para simples mortales que solo quieren vivir o morir en paz.
Es cierto que se ha hablado mucho de este tema, pero pasa que no existen “historias” tan tristes ni más recurrentes como las que contamos los cubanos.
Y cuando digo contar lo hago desde la perspectiva del consumidor, del lector o del observador atento de nuestra gran desgracia nacional, de la angustia de cientos de miles de hombres y mujeres que sufrieron o sufren la voracidad intelectual y material del castro-comunismo, de comunidades enteras masacradas por la desidia y la perfidia de un régimen totalitario y hasta de un poeta solitario que tuvo que enfrentarse a la rabia, al odio, a la maldad y a las bajas pasiones de ratas feroces que se hacían pasar por defensoras del humanismo, de la vida y de la libertad.
Digo todo esto porque recién he visto el maravilloso, conmovedor y cautivador documental, “Sueños al Pairo”, sobre la vida y obra del músico cubano Mike Porcel.
Les confieso que aun no logro reponerme de tan dolorosa historia nuestra, estoy padeciendo un ataque de tristeza, de impotencia y de vergüenza, que no me deja ni respirar porque, entre un montón de razones, me siento cómplice, culpable y responsable, por haber vivido aquellos miserables tiempos, como un joven “despreocupado y despistado”, sin defender la verdad, sin rebelarme, sin oponerme a tantas hijeputadas, en los fascistas días de 1980 cuando Cuba se inundó de la bilis de una revolución que desplegó la más vergonzosa persecución, acoso, crueldad y su cólera castrista, contra un hombre, contra su música y contra su poesía.
No voy a ahondar sobre este tema, primero porque siento que no tengo derecho por mi cobardía, después porque en el excelente documental está implícito y, además, otros en las redes sociales se han referido maravillosamente sobre este desconsolado pasaje de la Cuba encadenada, solo diré que, y de esto estoy más que convencido, detrás de tanta rabia militante de los integrantes de la nueva trova de la revolución del picadillo, había mucha envidia, muchos celos y mucho resentimiento contra un hombre que, se sabía, era el más lindo, el más limpio y el más trovador de todos.
Les recomiendo visionar esta joya…, repito, “Sueños al Pairo”.
Como esta hay cientos de miles de millones de vivencias sucedidas en un país desbordado de “revoluciones”, de salvajismos, de frenesí papelasero y de todas las porquerías sanguinolentas que nos tocaron vivir al compás de los himnos adrenalínicos, de los lemas retóricos y de las canciones «protestas» de una generación que le protestó siempre a quien no le tenía que protestar.
Pudiéramos estar tremendísimos “años luz” mencionando y describiendo las bestialidades que tuvimos que aguantar para ser revolucionarios, para que no queden dudas, compañeros, y “comernos”, si se tiran quedan, a los americanos vivos.
Pero la realidad, la verdad absoluta, es que con esa maldita revolución que tanto apoyamos el 1 de Enero de 1959, la vida de vivir en Cuba se transformó en un “amasijo de cuerdas y tendones” que hemos arrastrado, en total penitencia, por los trillos y las guardarrayas del socialismo, como los máximos pecadores de una doctrina destructiva, mentirosa y desfachatada.
Ricardo Santiago.



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